Club sándwich
Por Ana Laura Pérez Flores | 1 de enero de 2014
Todos pasamos por la vergonzosa adolescencia, pero no todos somos madres solteras; aún así, Club sándwich (2014) logra colocarnos en medio de este juego de puntos de vista ante un acontecimiento tan trivial como es un amorío vacacional adolescente pero que, para los protagonistas, significa mucho más. Nos volvemos testigos del comienzo de la ruptura definitiva con la vida como la conocían hasta ese entonces.
Eimbcke nos trae de nuevo una historia que sucede prácticamente en una sola locación –excepto por la secuencia de la playa– con un reparto limitado, sin más música que la estrictamente diegética. Nos entrega una propuesta austera que se solidariza con lo terrenal del tema que aborda.
Aunque gran parte de la cinta sucede en silencio, esa ausencia de palabras se vuelve más expresiva de lo que hubieran sido los posibles diálogos. Escuchamos silencios diferentes: Paloma (María Reneé Prudencio) y Héctor (Lucio Giménez Cacho) conversan poco, pero coexisten en la comodidad de dos personas que han pasado década y media juntos. Cuando llega Jazmín (Danae Reynaud) a sus vidas trae consigo un silencio diferente, una tensión innegable: el comienzo de la ruptura.
Mediante detallitos como los desodorantes, el adaptador para los audífonos que comparten y el bikini rojo de Paloma, nos vamos adentrando poco a poco en la relación de estos compañeros de vida. La cinta prescinde de descripciones verbales reiterativas; la historia no nos es relatada: se nos muestra. No necesitamos escucharlos hablar sobre lo que está pasando ni conocer datos concretos sobre lo que sucedió antes: los vemos, los acompañamos, los comprendemos.
Finalmente, la película concluye con un acercamiento franco y sin pretensiones a esta situación tan humana y universal: aprender a dejar ir. Nos quedamos con la mirada de cada uno sobre el ser amado que los ha acompañado incondicionalmente durante tantos años; el beso de despedida de una etapa y Héctor rasurándose –con el rastrillo de su madre– aquel bigote que le advirtió a ella que su hijo estaba dejando de ser un niño.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 7, invierno 2013-14, pp. 54) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
Ana Laura Pérez Flores estudia Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
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