Electrocuting an Elephant
Por Abel Muñoz Hénonin | 30 de enero de 2017
Sección: Ensayo
Temas: Electrocuting an ElephantJuicios a animalesPelículas ocultasPrimer cineThomas Alva Edison
La historia, si es que hay historia, es muy sencilla, apenas un trazo, como ocurría en el primer cine. Un hombre, o un séquito de hombres, lleva, o llevan, a un elefante a una plataforma. La plataforma es una especie de silla eléctrica. Alguien fuera de cuadro, un agente invisible, activa el mecanismo. El elefante se achicharra en segundos y cae tieso. El relato o el corto pueden leerse sin más contexto que lo que se alcanza a ver: un animal es sacrificado y como en todos los holocaustos el acto es estúpido; también es una muestra de soberbia y, en consecuencia, de ceguera
¿Cambiaría algo si se relatara la historia entera, la que no está a cuadro?
Electrocuting an Elephant (1903), documental de la Compañía Fílmica Edison de “director” –no es seguro que esta categoría posterior sea la adecuada– desconocido, registra la electrocución de la elefanta Topsy, ejecutada el 4 de enero de 1903. Su crimen: haber matado a un tipo, al parecer borracho, que le quemó la trompa con un cigarro, además de ser “mala”. Sus “dueños”, los propietarios del circo Forepaugh, pensaban ahorcarla en un espectáculo inquisitorial con costo, pero la Sociedad Protectora de Animales, pensó que era de muy mal gusto y negoció con ellos que Topsy fuera electrocutada, envenenada y ahorcada al mismo tiempo. La ejecución sucedió ante la prensa, un representante de Edison y un público selecto en Coney Island.
El relato no cambia nada. Sigue en primer plano la imbecilidad. Acentuada, en todo caso, por la piedad asesina de la Sociedad Protectora de Animales. ¿Habrá algo específicamente puritano en todo esto?
*
En Una historia del mundo en diez capítulos y medio, Julian Barnes cuenta el proceso que los habitantes de Mamirolle levantaron ante el Santo Oficio contra las carcomas que se habían alimentado de una de las patas posteriores de una silla desde la que oficiaba el obispo de Besançon en su visita anual a la aldea. El cura se golpeó la cabeza y quedó tarado –probablemente sólo cuadripléjico, pero quién lo iba a saber en 1520 en una aldea que seguramente seguía siendo medieval a pesar de la expansión del Renacimiento entre las élites… La Inquisición llevó a cabo un juicio con acusador y defensor, y finalmente les ordenó a los insectos
bajo pena de maldición, anatema o excomunión, que abando[naran] antes de siete días la iglesia de San Miguel en la aldea de Mamirolle en la diócesis de Besançon y que se dirij[ieran] sin dilación al pasto que los habitants les ha[bían] ofrecido para que [hicieran] allí su morada y nunca más [volvieran] a infestar la iglesia de San Miguel.
Ojalá el ejemplo fuera sólo una ficción. Ya daría mucho que pensar. Pero no: Barnes lo sacó de un libro El procesamiento y la pena capital de animales, de un tal E. P. Evans.[1] Ni las termitas de Mamirolle ni el elefante de Nueva York son casos aislados.
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Más allá de la estupidez –ese rasgo que recuerda que la razón es más bien una utopía–, el extrañamiento viene de tratar a un elefante como humano. ¿Qué lógica tiene llevar a un animal al cadalso? Una irracional, pero profunda: la de reconocer al hombre y a los animales, si no como iguales, al menos como parte de lo mismo. El caso de Mamirolle, por fin ilustrará claramente al de Nueva York: la Inquisición, al igual que la Sociedad Protectora de Animales, reconoce de facto a los otros seres como sujetos de derecho. Y el acto mismo prueba dos cosas: que es absurdo y el papel depredador del hombre en el mundo.
Haber considerado a un elefante sujeto de derecho (penal), de modo que merezca como castigo la muerte, es un despropósito, en cualquier sentido. Pero su desatino se vuelve aún más explícito al contrastarlo, por ejemplo, con el hecho de haber considerado a unas carcomas sujetos de derecho (natural), de modo que se las pudiera excomulgar. Los animales no son sujetos de derecho, como no pueden ser miembros de ninguna iglesia. Ambas cosas, los vínculos legales y religiosos –no es tan obvio como parece–, son constructos y por lo tanto operan en el ámbito de lo simbólico, que es meramente humano. En todo caso lo que los hombres no tenemos es derecho a tratar a otros animales como si fueran iguales a nosotros o como si pertenecieran a nuestro ámbito de depredación natural.
Aunque algunas personas se duelan de que haya que matar para comer carne, nuestro papel es depredador. Pero ese papel sólo resulta natural cuando opera sobre las especies que se convertirán en nuestro alimento o en nuestro sustento en términos más amplios (pienso en el antiguo uso de los bisontes por los indios de las Grandes Llanuras y en el más vigente uso de las ballenas por parte de los esquimales y aleutianos). Electrocutar a un elefante por haber matado a un hombre (que lo lastimó, en primer lugar) es una muestra de poder abusiva, catártica y espectacular; inquisitorial, pues. Tal como se hacían quemas en las plazas mayores, en principio los accionistas del circo Forepaugh, pensaban, como ya se dijo, ejecutar a Topsy ante una audiencia. Al no contar con público físico se aseguraron de llegar a él a través de los medios de comunicación, prensa y cine. Aunque cruel de suyo, esta solución es completamente racional: la del castigo ejemplar y el saneamiento del nombre de una empresa.
No hay modo de saber si en caso de haber podido cobrar por su espectáculo medieval el circo Forepaugh hubiera invitado también a Edison a dejar testimonio del suceso. Sólo queda la posibilidad de que todo pareciera menos idiota si no hubiera ese registro impúdico del elefante tatemado.
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Por otra parte, Electrocuting an Elephant es una especie de película snuff.
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Post scriptum: Interpretar este corto del primer cine, esta “vista”, intentando mantener los límites de lo demarcado ha sido un tanto complejo debido a que la información de partida es mínima. Sin embargo, me parece que vale la pena separarse decididamente de su sentido original, aún a sabiendas de que corro riesgos muy serios, para plantear algunas preguntas a la realidad estadounidense del presente.
Estados Unidos y Bielorrusia son las dos únicas sociedades occidentales que aplican constantemente la pena de muerte. En todas las demás o está abolida o simplemente no se usa aunque esté legislada. Bielorrusia es la única dictadura totalitaria del área cultural.
Recurrir a la pena capital para un elefante que mató a alguien defendiéndose de una agresión es síntoma de una sociedad que asesina con la mano en la cintura. Que el hecho específico documentado por la Edison haya pasado hace más de cien años hace aún más escalofriante la vigencia de la pena de muerte y el poder que han adquirido los grupos cristianos protestantes y postcristianos reaccionarios e intolerantes encarnados por Mike Pence y cobijados por Donald Trump. Evidencia una lógica punitiva con una vitalidad alarmante. La semana pasada parecía ser México, pero en realidad quienes fueron castigados fueron las mujeres que protestaron contra la nueva administración con la orden administrativa antiaborto salida de la Casa Blanca; una semana después lo fueron los migrantes y refugiados musulmanes de Iraq, Irán, Libia, Sudán, Somalia y Yemen con la prohibición de que viajaran a Estados Unidos, desechada, afortunadamente, por un juez ayer mismo.
Habrá muchos elefantes tiesos cayendo de lado aún. El Estados Unidos que había estado oculto por décadas seguirá amedrentando a sus ciudadanos y al mundo hasta nuevo aviso.
[1] Julian Barnes, “3. Las guerras de religión”, en Historia del mundo en diez capítulos y medio, Anagrama, Barcelona, 1999. Cito la p. 96; la fuente del autor viene indicada en una nota final, p. 359. Aunque parezca broma, hay bibliografía abundante sobre el tema. Dejo sólo un ejemplo reciente: Patrick J.J. Phillips, Medieval Animal Trials: Justice for All, Edwin Mellen Press, Lewiston, 2012. No lo he leído. Lo marco porque su subtítulo me parece filosófico.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Universidad Iberoamericana y en la Escuela Superior de Cine. Coordinó junto con Claudia Curiel los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014). @eltalabel
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