El ojo mecánico y el ojo público

El ojo mecánico y el ojo público

Por | 27 de septiembre de 2016

La mirada condensada en video tiene la facultad de ser reproducida una y otra vez sin sufrir alteraciones. Hay también cierta irrefutabilidad en la captura de imágenes: aunque siempre están, en mayor o menor medida, sujetas a interpretación, para que el espectador las vea, algo debió suceder frente al lente de la cámara. Ese algo existe o existió.

Ahora, dependiendo del tipo de registro, el espectador establecerá distintos acuerdos con aquello que ve. También hay distintos grados de involucramiento de la mano humana: a menos involucramiento, mayor objetividad. Las cámaras de seguridad son así el ojo mecánico más objetivo. Están ahí como medida preventiva, capturando la cotidianidad, en espera del momento en que sea necesario recurrir a la información. Después de la decisión del lugar donde serán colocadas, el resto del proceso es mecánico. Es por esto que la información cuenta con la credibilidad necesaria para ser considerada como testimonial. Hay cámaras de seguridad por todos lados, grabando cada vez más fragmentos de un tiempo continuo, una «vasta base de datos de imágenes que define el mundo y lo crea a nuestro alrededor». Pero, ¿quién tiene acceso a esta base de datos?

Las cámaras de seguridad siempre son colocadas por alguien: instituciones públicas, instituciones privadas, o personas con cierto poder adquisitivo. Quien coloca una cámara de seguridad pretende prevenir y, ante todo, vigilar. Sólo cuando la cotidianidad es interrumpida se vuelve necesario recurrir al video. Parece lógico entonces que la información registrada, en caso de ser requerida, sea utilizada para interés del responsable del registro. Quien posee la información decide qué se hace con ella. La objetividad queda en manos de un sujeto, de su interpretación y sus intereses.

El ojo mecánico no es democrático. Sí, existen casos excepcionales en los que las circunstancias, más o menos azarosas, permiten que la información sea utilizada en beneficio de una víctima –por ejemplo, el caso reciente de Andrea Noel, que de azaroso no tiene tanto ya que sucedió en una de las colonias más privilegiadas de la ciudad, fue registrado por una cámara privada y fue difundido por una persona bien colocada en los medios. Quien haya intentado conseguir algún video de las más de 8 mil cámaras colocadas alrededor de la Ciudad de México sabrá lo difícil que es lograrlo. Por más que el gobierno ostente estos aparatos como una medida de seguridad, esta medida no está al alcance de cualquiera. Las solicitudes son sometidas a un proceso burocrático que pocas veces llega a buen término. Las pruebas se quedan ahí, para desaparecer automáticamente después de 7 días. Pensemos ahora en todas esas zonas donde no han llegado –y seguramente no llegarán– las cámaras colocadas por el gobierno o los negocios. ¿La imagen que no es vista realmente existe?

Posiblemente, el mayor contrapeso que un ciudadano puede tener a la mano es la cámara que ya casi cualquier celular incluye –aunque las imágenes grabadas con cámara en mano nunca tengan el grado de objetividad de una cámara de seguridad convencional ya que el usuario las captura cuando considera que algo requiere ser registrado. El caso del ciclista atacado por el conductor de un Audi es un buen ejemplo de esto: el video enfoca de manera oportuna los eventos y, además, está editorializado de tal manera que el mensaje sea completamente claro. Existe una línea narrativa, vemos el inicio del conflicto, su desarrollo y su desenlace. El punto de vista del sujeto que denuncia es transmitido efectivamente y refiere a la seguridad del ciclista, una problemática que no le es ajena a los usuarios de las redes y, además, hoy es una causa popular. Se cumple así el segundo factor necesario para que el testimonio funcione como tal: no sólo debe haber un registro, sino también ojos que perciban este registro y decidan compartirlo.

Al margen del procedimiento legal que pudiera llevarse a cabo, el sujeto es sometido al juicio de un ojo público que ahora también habita en la red y parece más omnipresente que nunca antes. Pero no todas las denuncias son así, la imagen descontextualizada puede ser muy peligrosa y cualquier cosa, bajo las circunstancias necesarias, puede volverse viral. Grabar implica seleccionar cuáles factores son relevantes y eso, invariablemente, pone en juego un punto de vista. ¿Qué debe ser denunciado? ¿Qué es lo que le interesa al ojo público?

Al ojo público, por ejemplo, le pareció muy relevante emitir opiniones sobre una mujer que le fue infiel a su prometido en su despedida de soltera –video que, por simple congruencia, no compartiremos aquí. Alguien decidió subir el material a la red, alguien más decidió que era información digna de ser compartida y una oleada de usuarios no tardó en emitir una serie de juicios e iniciar discusiones sobre la vida privada de una persona desconocida –y no sólo los usuarios, también mereció la cobertura de varios medios. ¿Qué determina que un caso como éste sea difundido?

Ninguno de estos procesos habría sido desencadenado sin la decisión de un sujeto por grabar. En todos estos casos, quien ejerce el poder es el propietario de las herramientas, tanto al momento de obtener las imágenes como al momento de compartirlas en internet. La imagen en movimiento se vuelve un objeto con valor en las dinámicas cibernéticas. El caso de Andrea Noel no podría haber llegado a tener semejante proyección sin la cooperación de los dueños de las cámaras y sin una herramienta como Twitter. ¿Cuántos casos de agresiones no se quedan entre las paredes de una Agencia del Ministerio Público?

Podemos pensar que la accesibilidad a las herramientas para grabar permite una apertura en el ejercicio de la justicia, pero sólo la mitad de la población posee un celular inteligente. ¿Qué sucede con quienes no tienen la posibilidad de registrar? Finalmente, esto no es más que otro escalón en una estructura. Hoy, la realidad es continuamente anclada a través de mecanismos de registro, pero esa realidad sigue siendo inaprehensible para muchos. Las imágenes en movimiento son herramientas para ejercer el poder y lo han sido siempre. La diferencia aparente es que estas herramientas ahora se complementan con la posibilidad de difusión que otorga el internet. Sin embargo, las cosas no son tan distintas y sigue habiendo un sector privilegiado: estos avances siguen funcionando para perpetuar un statu quo. Aunque sea un lugar común decir lo contrario, todavía nos queda muy lejos la democratización de la imagen en movimiento.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura