El sistema operativo del mundo: Mr. Robo

El sistema operativo del mundo: Mr. Robot

Por | 2 de septiembre de 2016

No pocas veces ha existido la crítica al sistema desde un ejercicio metalingüístico –a sabiendas, claro, de que es casi imposible no formar parte de él– es decir, la crítica al espectáculo/sociedad desde el mismo espectáculo. Pero pocas veces un personaje televisivo parece entrañar tantos rasgos de diversas obras literarias, sin estar premeditadamente basado en ninguna, además de estructurar un incisivo discurso contra la modernidad, el capitalismo y la insatisfacción contemporánea.

El personaje central de Mr. Robot (Sam Esmail, 2015 a la fecha), Elliot, interpretado de manera portentosa por Rami Malek, parece librar una guerra individual contra el mundo, fundado en una violenta rebeldía contra toda la sociedad moderna. Irónicamente trabaja como programador en una compañía que provee seguridad informática a uno de los corporativos financieros más poderosos del planeta. Férreo inquisidor de la cultura actual, decide formar parte de fsociety, una sociedad de hackers que pretende llevar al mundo a un colapso financiero.

El perfil del personaje central cobra relevancia cuando descubrimos que es una suma sintomática de pesares sociales encubiertos: angustia existencial reprimida, insatisfacción material, vacuidad afectiva y estrés sentimental, por decir los menos. Su postura respecto de la realidad recuerda en un primer plano al David Thoreau de Walden, un hombre decepcionado del progreso –tecnológico– y de la frivolidad con la que se maneja una sociedad cada vez más esclavizada por el dinero y materialismo, en sus palabras:«una sociedad imbécil».

…y tengo también en mi mente a aquéllos, al parecer pudientes, que en realidad pertenecen a una clase terriblemente empobrecida, que ha acumulado basura y que no sabe cómo hacer uso o deshacerse de ella, y que de esta forma ha fraguado sus propios grilletes de oro o plata.[1]

El anarquismo libertario que Elliot recoge de Thoreau se fortalece y se mistifica al encontrar paralelismos con Julien Sorel, protagonista de Rojo y negro de Stendhal, y su vaivén entre dos universos: el de las ideas políticas revolucionarias y el de las apariencias –Sorel como aristócrata y Elliot como un soldado más al resguardo del sistema. En ambos personajes es difícil confiar y en realidad no llegamos a saber a ciencia cierta sus motivaciones, acaso puede ser el castigar a una sociedad que impide la elevación y el progreso genuino. Su lucha deviene en soledad, desprecio en Julien, y locura en Elliot.

—¿Y quién puede comprender, excepto yo, la fealdad de lo que me rodea? [2]

Al igual que Antoine Roquentin, personaje de Jean-Paul Sartre en La náusea, obra capital de existencialismo, Elliot está decepcionado de la sociedad en la que vive y así lo enuncia desde el primer capítulo: el mundo es un enorme engaño, enviamos publicaciones no deseadas con continuos mensajes estúpidos cubriendo lo que está a la vista, nuestras redes sociales falsificando intimidad, hacemos eso porque es doloroso no fingir, porque somos cobardes. En palabras de Roquentin:

…cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos. Los días se añaden a los días sin ton ni son, en una suma interminable y monótona […] los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en espejos, tal como los ven sus amigos…[3]

Las concordancias se encuentran al preguntarse, ambos, por el propósito vital de la existencia al ser observadores de una sociedad vacía. Elliot en cada crisis parece sentir la náusea que también sufre Roquentin, una sensación de repugnancia que hostiga la existencia, una repugnancia hacia el sistema que ha hecho que el hombre base su felicidad en una dinámica de consumo y engaño. Lo siguiente podrían ser palabras en off de Elliot: «Desearía tanto abandonarme, olvidarme, dormir. Pero no puedo, me sofoco: la existencia me penetra por todas partes, por los ojos, por la nariz, por la boca…»[4]

Hay cierta ironía en la serie al reflejar nuestra insatisfacción y desesperación siendo en esencia un producto de consumo: ahora no sólo la vivimos, sino que la consumimos. Nuevamente la realidad sirve como argumento. fsociety resuena como referencia a organizaciones como Anonymous o Wikileaks mientras que el proyecto de Elliot parecería materializar el anhelo de movimientos como Occupy Wall Street.

Creado con inteligencia, el protagonista de Mr. Robot podría también tener correspondencia con el Ignatius Reilly de John Kennedy Toole en La conjura de los necios y su censura contra la edad moderna, con el lastimado funcionario en Memorias del subsuelo de Dostoievski y finalmente, con el personaje delineado por Paul Schrader, aquel ex marine mentalmente fracturado de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976).

La serie se envuelve en este personaje y se erige potente y corrosiva, además de visualmente estimulante. Nos enseña, si es que no lo sabemos aún, lo vulnerables que somos dentro de la dinámica del mercado, el dinero y las redes sociales. La apariencia de conexión nos brinda un falso sentimiento de compañía antes de descubrir que estamos más aislados que nunca. En el primer capítulo cierto personaje sentencia que el dinero no es real, se ha convertido en algo virtual, y es ahora el sistema operativo del mundo, en suma, que somos sus esclavos. A esa altura resuena con pertinencia alarmante lo dicho por Franco Berardi “Bifo” en Generación post-alfa: «Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos nos queda para poder disfrutar del mundo disponible. Cuanto más invirtamos nuestras energías nerviosas en la adquisición de dinero, tanto menos podemos invertir en el goce. Es en relación a este problema, completamente ignorado por el discurso económico, que se juega la cuestión de la felicidad y de la infelicidad en la sociedad hipercapitalista».[5]


[1] Henry David Thoreau, Walden, Editorial Juventud, Barcelona, 2010.

[2] Stendhal, Rojo y negro, Alianza, Madrid, 2008.

[3] Jean-Paul Sartre, La náusea, Losada, Buenos Aires, 2006.

[4] Idem.

[5] Franco Berardi, Generación post-alfa, Tinta Limón, Buenos Aires, 1995.


Daniel Ángeles es comunicólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha colaborado en Código y ha sido profesor adjunto de la UNAM. Fue parte del Jurado Joven de MICGénero 2015.