Desempoderamiento y religión en El incr

Desempoderamiento y religión en El increíble hombre menguante

Por | 23 de junio de 2022

El proceso de adaptación a los cambios sociales de cada época puede resultar violento, especialmente para aquellos que se ven afectados directamente por ellos. El increíble hombre menguante es una película basada en la novela homónima de Richard Matheson, donde se muestra la angustia de un hombre solo frente al cambio. El protagonista se ve expuesto a una extraña condición que le hace menguar gradualmente hasta alcanzar niveles subatómicos.

El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, Jack Arnold, 1957) plantea un microcosmos a diferentes escalas, donde el ser humano se encuentra aislado ante el peligro, en nuevos universos que cambian constantemente sin que al protagonista le dé tiempo a asimilarlos, y de manera regresiva se traslada a los orígenes del hombre, al principio de los tiempos, cambiando su estatus social de clase pudiente, pasando por hombre de las cavernas que lucha por vivir en un entorno hostil plagado de objetos cotidianos que se convierten en amenazas, hasta llegar a las células, los átomos, la pequeñez infinita.

Scott (Grant Williams), el protagonista de la película, se encuentra disfrutando de unas vacaciones idílicas de señorito blanco de clase adinerada, cuando de repente su lancha motora atraviesa una nube radiactiva mientras él está en la cubierta de la barca, a pecho descubierto, esperando a que su mujer le traiga cervezas.

A partir de ese contacto con la nube radiactiva, el protagonista comienza experimentar diversos cambios en su cuerpo, de los que él desconoce el origen, pero que comienzan a aturdirle. Scott se da cuenta de que la ropa de repente le viene grande.

La primera parte de la película muestra una representación fidedigna de valores tradicionales: un matrimonio joven, blanco, aparentemente exitoso, con roles de género perfectamente definidos y acordes a la época: la mujer cocinando, sirviendo a su marido, haciendo las labores de la casa, preparando el desayuno, mientras él comienza a asustarse ante los espejos.

El individuo pasa por diferentes fases en su camino a la aceptación de sí mismo y de su condición. En la primera fase, Scott nota que algo no va bien. Comienza a percibir ciertos cambios en su cuerpo, pero no encuentra una explicación aparente. Primero le dice a su mujer que le han dado el cambiazo a las camisas en la tintorería, después que la causa es por su manera de cocinar. En esa escena, la mujer se ve claramente ofendida ante la recriminación. Una reacción primaria por parte de su marido, atribuir ciertos cambios inesperados que le están afectando a nivel personal y le hacen sentir incómodo, a un fallo de los valores tradicionales. Es como si Scott estuviese afirmando «Ya, claro, si tú cumplieses con tu labor como mujer correctamente, yo no me estaría haciendo pequeño».

A esto le sigue la fase de la negación. Aquí no está pasando nada raro, simplemente se disfrazan los cambios de “pequeñas crisis”. Un pequeño obstáculo que, con paciencia y calma, pasará y la vida continuará como siempre. La negación del cambio y afirmar que es algo pasajero, debido al estrés, al exceso de trabajo, o a cualquier excusa que a uno se le pueda ocurrir, dura poco. Cuando los médicos, después de numerosos tests y pruebas científicas, después de una investigación basada en hechos empíricos, por fin tienen la verdad oficial, ya no queda otro remedio que aceptar la situación. En este momento su realidad cambia “oficialmente” debido a que hay una autoridad externa afirmando que, efectivamente, el hombre estaba encogiendo debido al contacto con una nube radiactiva.

La pérdida de seguridad en el futuro produce una frustración y ansiedad en el protagonista  que la película consigue transmitir al espectador desde el primer momento. Scott se enfrenta a la incertidumbre, ahora que también va a perder su estatus social, ya que su hermano le comunica que han perdido todo el capital que tenían de la empresa y ya no puede pagarle más:

Hola hermano, lamento decirte, hemos perdido todo lo que teníamos.
¡Oh no! ¡Cielo santo! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Oye, ¿y por qué no vendes la historia y te haces rico?
¿Cómo?
Sí, ¡hazte rico! Mira, los periodistas me lo han dicho. Ellos ya se han hecho eco de la noticia, van a hablar de ti, te guste a ti o no, ¡por lo menos no seas tonto y cobra la pasta hombre!

Y aquí el protagonista termina cediendo ante la sugerencia de su hermano, y decide vender su vida, poniendo la fama y el dinero por encima de su integridad. La excusa: «No tenía elección». Esta es la escena más irónica de la película, Scott hablando desde un sillón orejero, cual Vito Corleone reducido al tamaño de un niño de siete años, especulando sobre vender su vida para hacerse rico. El poder y el ego reducidos a talla XS. ¿Qué hará con la plata cuando esté reducido a un niño de tres años? ¿O cuándo haya menguado al tamaño de una hormiga? ¿Acaso meterá las monedas en el hormiguero?

Cuanto más pequeño se hace, más crece su tiranía hacia su mujer y hacia el mundo externo. 

El hombre se va encerrando en su propio universo, donde la angustia crece poco a poco, y se produce una tensión entre su mundo emocional interno y el mundo externo, que sigue avanzando rápidamente, sin que apenas le dé tiempo a asimilar los cambios.

Como todo ser humano que se agarra a un clavo ardiendo ante la desesperación, a Scott todavía le quedaba algo de esperanza: la antitoxina.

Los médicos le comunican que gracias a esta antitoxina, Scott no podría recuperar su estatura normal, pero al menos no iba a menguar más. ¿Cómo iba a vivir a partir de ahora? ¿Cómo iba a lidiar con esta discapacidad?

Y aquí llega la fase de la esperanza. Scott comienza a aceptarse, a compartir su experiencia. Comienza a escribir un libro, porque decía que contando su experiencia se hacía más fácil. También conoce a otras personas con condiciones extrañas, o lo que en la película llaman como “the freaks and curiosities”. Hombres y mujeres que forman parte de un espectáculo de feria, en donde las condiciones extrañas no solamente son bienvenidas, sino que además son remuneradas.

¿Pero cómo puedes vivir con esta condición? le pregunta Scott a una chica enana.
Bueno, yo es que nací así ya. He crecido con ello… Bueno, a ti te pasa lo mismo, pero tú eres diferente, ¿no?

Vaya, Scott no sólo es un outcast, sino que además es un outcast dentro de los outcasts. Apenas Scott comenzaba a aceptar esa nueva identidad, surge otra nueva en cuestión de un segundo. Realmente, esta identidad emergente, construida por él mismo, no es más que reflejo de sus prejuicios, propios de un hombre que siempre ha estado en cumbre de la pirámide del privilegio, incapaz de mantener empatía con aquellos que están por debajo de él. Cuando le toca vivir esa experiencia le cuesta comprenderse, porque se juzga a sí mismo casi con la misma intransigencia con la que probablemente había juzgado a los demás, en la época en la que todavía no era un hombre menguante. Esta imagen contrasta mucho con la perspectiva de la enana, quien, desde un punto inferior de la pirámide del privilegio, no juzgó a Scott en ningún momento. Es más, hasta empatiza con él en un intento de ponerse en su lugar: «No estás solo. Debe de ser difícil olvidar, el pasado, pero mejor no pienses en el pasado y mira hacia el futuro».

Scott se siente “solo” porque dentro de los discapacitados, ni siquiera hay un discapacitado como él, con la ardua tarea de olvidar un pasado mejor. La película plantea un contraste entre la existencia de las personas que han nacido con una discapacidad frente a la de alguien que la ha experimentado como algo accidental, como un cambio desafortunado en su vida. Entonces, ¿cuál es el nivel de aceptación de la desavenencia?, ¿cómo es el universo de los desvalidos?, y sobre todo, ¿a partir de qué momento se pone uno la etiqueta desvalido? ¿Qué pasaría si fuese al revés? ¿Cómo cambiaría la percepción del universo, cuando uno nunca ha podido ver los colores o escuchar la voz de su madre y de repente uno puede ver y escuchar las personas de su alrededor? El universo, según Scott, en este punto de la película, no es más que el de una persona con demasiado sentido de autoimportancia mirando al mundo con la condescendencia de quien piensa que todo lo que tiene es únicamente por mérito propio. Scott demuestra que es incapaz de empatizar con personas que hayan vivido experiencias diferentes y, aunque le cuesta, finalmente consigue cambiar esa percepción al experimentar todas esas realidades y existencias en su propia piel.

En esta etapa Scott comienza a sentirse positivo e incluso entusiasmado ante las nuevas posibilidades que nacen como resultado de todos esos cambios. Así que ahora que ha aceptado su nueva identidad, lo primero que piensa hacer es escribir un libro y contar su historia. Contar su verdad.

Y cuando ya por fin consigue aceptarse e incluso disfrutar de su nueva realidad, de repente la antitoxina deja de hacer efecto y Scott comienza a menguar de nuevo. La angustia, ansiedad y miedo regresan. En esta nueva dimensión cobra especial importancia la relación del hombre con los objetos. El gato se convierte en un depredador, la araña en un enemigo, el agua en una trampa mortal, las agujas de coser y el hilo en sus herramientas de caza. Un ser humano compitiendo con objetos, donde lo inanimado se torna importante y los acontecimientos que se producen generan en Scott cambios en su modo de ser, en su perspectiva del mundo. Scott ya no puede comunicarse con su mujer porque ésta no le oye, y ante esta nueva condición de Scott todo pierde importancia, ya sea el dinero, la fama, el estatus social o su necesidad de trascender y comunicar al mundo sus epifanías personales. Da igual. El lápiz con el que escribía su verdad es ahora una viga enorme que flota en un océano de agua. Ahora ya nada importa porque tiene que sobrevivir con los pocos recursos que tiene y aprovechar cualquier oportunidad como si fuese la última.

A partir de aquí, Scott ya se hace invisible para el ojo humano, y todo el mundo le da por muerto. Las pruebas parecen indicar que el gato se lo ha comido. Pero esa no es la verdad. La verdad es que él está dentro de una caja. La verdad desaparece con Scott porque las verdades que no pueden mostrarse al mundo y ser cotejadas y reconocidas por los demás no son verdades. Scott se convierte así en el gato de Schrödinger. 

Hasta entonces la película no plantea si hay alguien más a quien le haya atravesado una nube radiactiva y esté pasando por el mismo calvario. Ni los médicos, ni los científicos, ni los periodistas, ni la esposa, ni el hermano, parecen estar preocupados por eso. Solamente al final de la película, cuando hace la reflexión final, Scott se pregunta «¿Existirán otros como yo en estos otros universos?»

Y cuando ya parece que Scott ha tenido todas las revelaciones habidas y por haber, todas las epifanías del mundo y todos los aprendizajes, culmina la película diciendo «El principio y el final de nuestra existencia son solamente una construcción social» y añade un giro religioso, defendiendo la idea de que «todo significa algo», «Para Dios, todavía existo». 

Después de dos horas de existencialismo puro y duro, donde Scott acaba a duras penas aceptándose a sí mismo, asumiendo que el ser humano es una mierdecita y que nada de lo que nos rodea es lo suficientemente importante para el universo, va y nos mete en cuestiones teológicas diciendo que sí, que en realidad «todo tiene significado» y que «para Dios todavía existo», y asume que todo, absolutamente todo es una construcción social, menos Dios, claro.

Es como si Dios se hubiera estado burlando de Scott desde el principio de la película. Y desde arriba, desde el cielo, asomando su brazo celestial por debajo de una nube y señalándole con el dedo, cual Nelson, amigo de Bart Simpson, le hubiese estado diciendo:

¡HA- HAAA! ¡Mira, te estás haciendo pequeño! —Y después:— ¡HA-HAAA! ¡Anda! Has perdido todo tu dinero. —Y sigue con:— HA HAAA, ¡y ahora tu mujer no te respeta! ¡HA HAAA! ¡Puff,  ahora no vales ni para enano de circo!, ¡HA-HAAA! ¡Uy! ¡Cuidao, que se te come el gato!, ¡HA-HAA! Toma, anda, mata a esa araña con las agujas de hacer macramé.

Y al final de la película aparece esa imagen de Scott, el representante de una cultura dominante en declive después de la Segunda Guerra Mundial, habiendo perdido todo su poder e influencia mientras, desde el interior de una caja con rejas, dándole de comer a un pájaro, en sus intentos fracasados de domar la naturaleza desde la cárcel de su propia existencia, dice «Bueno… en realidad no pasa nada porque todo eso no era importante, ¿Eh, Dios? ¿A que no? Para ti todavía existo, ¿a que sí? ¿Me oye usted, señor Dios? ¿Eh? ¿Hola?».


Sigrid Malasaña es profesora de idiomas, traductora y copywriter en Londres. Forma parte de la redacción de Icónica y ha colaborado, con el nombre de Alba Late, en medios como Perro Negro y la revista satírica Rata Chillona.