Inteligencia artificial: Presentes de la

Inteligencia artificial: Presentes de la ciencia ficción 4

Por | 26 de septiembre de 2019

Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado (Lo and Behold: Reveries of the Connected World, Werner Herzog, 2015)

«Internet es una forma de vida alienígena», afirmó David Bowie en una entrevista a Jeremy Paxman para la BBC en 1999. El periodista interpeló a Bowie argumentado que «sólo era una herramienta, un nuevo sistema de entrega [de información]». Pero Bowie respondió que internet era el nuevo elemento subversivo que cambiaría los contextos y contenidos y, sobre todo, el medio que cambiaría los roles de poder: ahora serían las audiencias las que tendrían el control y no los artistas o los organismos que acostumbran detentarlo; en esta nueva era, las audiencias liderarían los mercados y la opinión. Bowie, particularmente entusiasmado, utilizó la (aparente) metáfora del alienígena para expresar que sus consecuencias eran incomprensibles, y agregaba que internet era tan emocionante como terrorífico.

Ahora todos sabemos qué es internet y para qué sirve, pero es cada vez es más complicado describirlo. Ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el artículo definido a utilizar (“la”, “el” o ninguno de los dos). Las descripciones pueden ser técnicas o funcionales, pero las de mayor interés son las conceptuales, aquellas que parten del punto de vista filosófico, antropológico y sociológico.

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En 1984, William Gibson describió en su novela Nueromante (Neuromancer en inglés) algo que no se llamaba internet sino ciberespacio, y lo describió como «Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones[.] Una representación gráfica de la información extraída de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable».[1] Posiblemente no haya explicación más precisa que la de Gibson desde el punto de vista sensorial. Hay poco que agregar a tan elegante descripción, sin embargo, a más de treinta años aproximados de su nacimiento y a veinte de la entrevista a Bowie, es importante hacer un corte, “una toma área”, y ver en perspectiva la transformación que internet ha provocado en nuestras vidas (los impactos positivos y negativos de su uso) y tratar de vislumbrar su futuro, porque, sin duda, el futuro de este alienígena tecnológico definirá en gran parte el de la especie humana.

Que para analizar internet hay que alejarse al menos dos o tres metros de la pantalla parece una obviedad. Internet se conduce a unos 30 cm de la computadora personal y a unos 15 cm del celular, de manera que estamos inmersos en él, por lo que es conveniente tomar distancia para observar el impacto de este fenómeno que amenaza con convertirse en el próximo eslabón de la evolución humana. Un documental es el medio idóneo para tener perspectiva y observar, desde el sofá, cómo se comportan internet y los humanos una vez fusionados. Y Werner Herzog es el cineasta y documentalista perfecto para realizarlo, primero por la excepcionalidad de su mente, y segundo por la edad a la que filmó Lo and Behold (2015), 74 años, una edad alejada de las generaciones que nacieron paralelas a internet y que no alcanzan a distinguir las diferencias entre la vida con él y sin él. Herzog pertenece a esa generación que fue alcanzada y en algún momento marginada por la web, esa generación que vivió el fenómeno precisamente como la invasión de un alien virtual que abdujo poco a poco a sus hijos, hasta que finalmente también vino por ella.

El documental narrado por la tenebrosa voz de Herzog ofrece datos asombrosos y ángulos poco observados. Su objetivo no es describir internet ni mostrarnos una cronología de su evolución. Lo que el cineasta logra, por un lado, es mostrar los efectos que la humanidad experimenta al interactuar con la web, y, por otro, ofrece un panorama sobre los próximos nodos que formaran parte de la “red”. Esta entidad continuará su expansión, se modificará y evolucionará no sólo por la cantidad de puntos de conexión sino por la clase, contenido y capacidad de acción de los mismos, desde los más ortodoxos, como computadoras, teléfonos, autos, hasta robots, máquinas,  animales, personas (quieran o no), planetas y cuanto la red sea capaz de engullir con sus tentáculos camaleónicos y virtuales que ya no respetan conexiones físicas como las primitivas entradas hembra-macho de cualquier dispositivo electrónico. Las interfaces cada vez más maleables, virtuales e inteligentes son capaces de acoplarse y sumar nuevas fuentes de información que se crucen en su frecuencia.

El documental se divide en diez capítulos. Cada uno bien vale un texto completo, pero en este nos proponemos destacar tres (“Los primeros tiempos”, “El lado oscuro” y “El futuro”) que de alguna manera representan el inicio, el presente y los posibles futuros de la internet.

 

“Los primeros tiempos”

“Los primeros tiempos”, el primer capítulo de Lo and Behold, nos muestra esa belleza oculta que tienen las matemáticas. Conectar no lo era todo en los inicios, sino calcular el tamaño de los canales por donde viajarían los datos y, más complejo aún, transformar los mensajes en datos. Ya Isaac Asimov explicaba que es difícil conocer el comportamiento de una partícula de cierto gas, pero al tener un gran de número de ellas es más fácil predecir su comportamiento. De la misma forma Leonard Kleinrock de la Universidad de California en Los Ángeles, uno de los padres del internet, nos habla de la teoría de los grandes números, en la que explica cómo calcular el tráfico de datos en un canal, mediante crípticas fórmulas que incluyen derivadas, raíces cuadradas y sumatorias, ecuaciones maravillosas y oscuras que hacen ver a un community manager de nuestros tiempos como a un recién nacido. La magia de esta fórmula basada en la Ley de los Grades Números nos dice que es más fácil predecir el curso de los datos cuando se tiene una gran cantidad de ellos, que cuando se tienen pocos. Al tener un número grande de datos se puede pronosticar sus tendencias, sus compartimientos y hacia dónde se dirigirá el tráfico en la red. En interesante sincronía, la hazaña de transmitir información entre una computadora y otra se logra en 1969, el mismo año en que el hombre llegó a la luna, un evento que parecía el más trascendente de la humanidad hasta el momento. Sólo que meses después, el 29 de octubre de 1969, se gestaría otro logro de mayor trascendencia, al menos para nuestra especie, que el alunizaje. Kleinrock lo compara con el descubrimiento de América, sin embargo, continuando con el talante alienígena de Bowie, el acontecimiento es más parecido a la escena del monolito dotando de inteligencia al homínido en 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, 1968): es como si la humanidad descubriera por primera vez el lenguaje. “Lo” (“¡Mirad!”) fueron los primeros caracteres que se transmitieron entre la Universidad de California y el Instituto de Investigaciones de Stanford. El mensaje original era “log” (“conectarse”), palabra que conocemos como “entrar” (“log in”) a una computadora o sistema. Pero al escribir la letra “g” la comunicación se cayó, así que una “l” y una “o” fueron los caracteres pioneros en surcar la red. Pocos imaginaron que justo cincuenta años después, un mensaje más extenso que “lo”, una frase completa podría transmitirse, por ejemplo, en Twitter, más de 8 mil veces por segundo, más de 500 millones de veces por día. Con Armstrong en la Luna Estados Unidos se ponía a la delantera en la carrera especial, sin saber que en tierra estaban ganando otra carrera mucho más importante.

La explicación sobre la Ley de los Grandes Números es fascinante porque trasciende bits y bytes, moléculas y átomos: funciona también con los “ordenadores humanos”. Recientemente nos hemos enterado del escándalo de Cambridge Analytics y Facebook. El documental Nada es privado (The Great Hack, Karim Amer y Jehane Noujaimm 2019) nos muestra que con ciertos algoritmos, la empresa inglesa pudo obtener patrones de preferencias que al ser manipulados inclinaron la balanza hacia el candidato republicano de Estados Unidos. Según el reportaje, basta recolectar cinco datos de nuestro comportamiento en Facebook para conocer nuestras preferencias electorales. Si ponemos atención, esta es la observación que hizo Bowie en 1999: son las audiencias y el flujo de los intereses los que mandan.

2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, 1968)

“El lado oscuro”

Nada escapa a la maldad humana, a cualquier espacio que conquistemos llevaremos nuestra alta dosis de maldad y perversión. En el tercer capítulo de Lo and Behold, Herzog nos muestra a una familia que sufrió la pérdida de una hija. La foto del cuerpo tras el accidente se filtró en la red a través de uno de los socorristas y, una mente despiadada, sólo por joder a niveles cósmicos, mandó por correo electrónico la foto del cuerpo decapitado al padre de la hija. ¿Con que objeto? ¡Ni siguiera los conocía! ¿Cómo es posible albergar tanta maldad? (En los días que es escribía este artículo, un joven murió ahogado accidentalmente en Xochimilco, en el sur de la ciudad de México, al tiempo que fue grabado. Días después, miles de ordenadores inhumanos se burlan de él con un arsenal ingente de críticas absurdas, como si pagar con la vida un descuido, no fuera suficiente, como si su familia no estuviera destruida. Tal vez Leonard Kleinrock debería utilizar la Ley de los Grandes Números para obtener el coeficiente de maldad que se transmite por internet.)

Otra de las consecuencias inquietantes, que si bien no es propiamente una maldad tiene que ver con nuestra personalidad adictiva y trata sobre la necesidad de permanecer conectados a cualquier interfaz gráfica, es que en algunos concursos de videojuegos en Extremo Oriente la gente usa pañales para no ir al baño e interrumpir el juego. Existen granjas de desintoxicación donde se priva al adicto de cualquier aparato conectado a la red. Estos padecimientos eran ciencia ficción pura hace 30 o 40 años.

 

Internet en Marte y la inteligencia artificial

En “El futuro” observamos la verdadera complejidad del concepto de inteligencia artificial, que a últimas fechas se ha democratizado, y se aplica a la primera oportunidad a casi cualquier proceso en el que una aplicación o programa registra y aprende ciertos patrones por parte del usuario (por ejemplo, en los motores de búsqueda). A los dos términos-raíces que conforman la palabra internet, “interconexión” y “net” (“red”), ahora se le añaden otros dos conceptos que aún permanecen misteriosos, inteligencia y consciencia, que, aunque estudiados por siglos e ininteligibles en el presente, ahora conforman la inteligencia artificial en internet. Para ejemplificar la complejidad de este laboratorio, Elon Musk, el dueño de Tesla aparece en escena y especula sobre una inteligencia artificial (IA) alojada en la red, la cual tiene la encomienda de aumentar el valor de las acciones de ciertas compañías. Para ello, después de un análisis “concienzudo”, la IA decide que es momento de crear una guerra y así lograr su cometido accionario. Imaginemos fake news, cracks financieros artificiales, hackeos gubernamentales que fácilmente pueden desencadenar la siguiente guerra para satisfacer fines bursátiles.

Agregar nodos inteligentes a internet, es decir humanos artificiales, grandes bases de datos, centros inteligentes de análisis de datos, etcétera, en conjunto forma la nebulosa que engendra poco a poco la IA en línea. Nuevamente recurrimos a la ciencia ficción para denominar el fenómeno y recordamos la novela de Philip K. Dick, VALIS (en español Sivainvi, 1981): Vast Active Living Intelligence System (Sistema de Vasta Inteligencia Viva). Con ese nombre simplemente genial, Dick describe en su novela a cierto rayo proveniente del espacio y que conecta con algunas personas, convirtiéndose sarcásticamente en esa voz espiritual que los creyentes afirman escuchar (la voz lo mismo tiene un perfil religioso que una gran cantidad de información). Destaquemos las palabras Active Living Intelligence, un organismo viviente incorpóreo: ¿un internet galáctico?, ¿un internet alienígena? o ¿un internet universal?

Si el ingrediente de la IA en internet nos siguiera pareciendo improbable o perteneciente sólo al ámbito de la ciencia ficción, exploremos entonces los argumentos del filósofo David J. Chalmer, quien propone argumentos rigurosos para hablar del surgimiento eventual de una superinteligencia a partir de silogismos, para los que antes establece algunas definiciones:

– Inteligencia artificial (IA): Representa una inteligencia artificial de nivel equivalente o superior a la de un humano promedio.

– IA+: Representa un nivel de inteligencia superior al más inteligente de los humanos.

– IA++ (o superinteligencia): Representa un nivel de inteligencia mucho mayor que el del más inteligente de los humanos –dígase: tanto mayor como el más inteligente de los humanos lo es del más inteligente de los ratones.

Con base en la anterior nomenclatura, propone que

1. Habrá IA,

2. si hay IA, habrá IA+ y

3. por la tanto habrá IA++

Chalmer reconoce que el reto de tal razonamiento, es sustentar la primera premisa. Para ello explica que cada órgano del cuerpo de alguna manera se comporta como una máquina: «un sistema complejo conformado por partes que se gobiernan por ciertas leyes ante ciertos estímulos, y el cerebro no es la excepción». Así soporta las bases para otros dos de los argumentos:

Emulación

(i) El cerebro humano es una máquina.

(ii) Tendremos las capacidades para emular a esta máquina.

(iii) Si emulamos a esta máquina, habrá IA.

Evolución

(i) La evolución produce inteligencia de nivel humano.

(ii) Si la evolución produce inteligencia a nivel humano, entonces el humano puede producir IA.

Agrega que la evolución operó sin requerir una inteligencia antecedente. Más aun, si la evolución pudo producir una inteligencia sin necesidad de una previa, entonces para los humanos, que son inteligentes, debería ser posible construir otra mucho más inteligente.[2] Contradecir a Chalmer curiosamente le da aun más la razón porque si, al contrario de su argumento, especulamos que en realidad sí hubo una inteligencia anterior a la nuestra, que es la que nos trajo aquí, pues con mayor razón la evolución debería continuar su curso y superar a la actual.

Sus escalofriantes premisas, aunadas a los inminentes avances tecnológicos que más tardan en ser anunciados que en reproducirse, más veloces, más memoriosos, más autónomos e inteligentes, dejan poco lugar a la duda o a la incredulidad. Y nuevamente las incipientes observaciones de Bowie en 1999 cobran sentido: internet es un alien, algo ajeno y distinto, no biológico. Tal vez suceda como en ese cuento maravilloso de Isaac Asimov, “Recuerdo perdido” (“Lest We Remember”, 1982), en el que dos ondas de energía se cruzan en el espacio sideral y ambas recuerdan que alguna vez fueron materia, cuerpos sensibles al placer y al dolor, dotados de sentimientos con los llegaron a profesarse amor, el uno por el otro. Así el internet terrícola sería sólo un nodo más en el infinito internet que conecta nuestro micromundo maldoso con otras galaxias. Las interfaces inteligentes encontrarían la manera de acoplarse y comunicarse para engullirnos y convertirnos ya no en polvo sino en datos para vivir en tránsito, surcando el ciberespacio cósmico in sæcula sæculorum.

Datos somos y en datos nos convertiremos.


Mario Todd es autor de la novela Hipermnesia (2013). Estudió la maestría en Estudios de Ciencia Ficción en la Universidad de Liverpool. Ha colaborado en revistas como Conozca Más, Replicante e Indie Rocks!


[1] William Gibson, Neuromante, Minotauro, Barcelona, 2002, pp.
[2] Todo el argumento de David J. Chalmer proviene de “The Singularity: A Philosophical Analysis”, Journal of Consciousness Studies, volumen 17, número 9-10, Imprint Academic, Exeter, enero de 2010, pp. 7-65; cita: p. 14.