Homo artificialis: Presentes de la ciencia ficción 1
Por Mario Todd | 29 de enero de 2019
Sección: Ensayo
Género: Ciencia ficción
Temas: Ciencia ficciónClonesHomo artificialisInteligencia artificialReplicantesRobots
Blade Runner (Hampton Francher, Ridley Scott y David Peoples, 1983)
El destino autodirigido de la especie humana
Transpirando angustia, el policía indaga si Leon Kowalski es humano o androide valiéndose para ello de la prueba de Voight-Kampff, que consiste en una serie de preguntas que intentan estimular las emociones del sospechoso de androide, lo que causaría reacciones físicas como dilatación capilar (sonrojo) y dilatación involuntaria del iris. Kowalski, simulado angustia, trata de engañar al policía, pero la prueba de Voight-Kampff es infalible. La escena inicial de Blade Runner (Hampton Francher, Ridley Scott y David Peoples, 1983) devela que uno de los problemas originales en las historias de humanos artificiales en la ciencia ficción (que podrían rebelarse contra los humanos naturales, suplantarnos y aniquilarnos), ha sido superado: ahora lo que importa es indagar si el Homo artificialis es el próximo paso evolutivo de la humanidad, y si tal evolución es parte de un proceso natural, artificial o híbrido. Los humanos artificiales, más que convertirse en una amenaza para la humanidad, podrían ser –no sin antes librar algunas batallas entre especies, conflictos geopolíticos, raciales, éticos y morales– la oportunidad para evolucionar hacia un ser más fuerte, más capaz, más longevo y, ¿por qué no?, inmortal: suprahumano. Pero debemos ir por partes. Detengámonos en dos dilemas exhibidos en varias cintas de ciencia ficción: la consciencia y la inteligencia. Una vez que podamos reproducir la inteligencia humana y el material carnal del que estamos constituidos ¿qué será de la consciencia y de la inteligencia?, ¿cómo se reproducirá?, ¿qué diferencias habrá entre lo natural y lo artificial?
Memoria y consciencia
En Luna: 1095 días (Moon, 2009), la opera prima de Duncan Jones, el paisaje lunar, que al principio es mágico y atractivo, se torna monótono y opresivo. La Luna, que siempre ha servido como punto de fuga para nuestros sueños y deseos, ahora se convierte en sueños y deseos de fuga. Conforme la película avanza, Jones nos guía misteriosamente al núcleo del debate filosófico alrededor de la consciencia. Para buscar la consciencia, el viaje debe hacerse hacia el espacio interior, mar adentro de la mente humana, no hacia el inconcebible e infinito espacio exterior. Este tipo de viajes de inmersión dio lugar a la New Wave o ciencia ficción blanda (basada en ciencias como la psicología, la sociología, etc.), surgida en los años 60, cuando aparentemente se habían agotado los temas tecnológicos y de ciencias duras (física, química, etc.) y la influencia de los movimientos contraculturales, de las religiones orientales y las drogas planteaban nuevas formas de percibir.
En Luna, la metáfora de la exploración interna es representada elegante y poéticamente mediante el personaje de Sam Bell, quien tras ser devastado al darse cuenta de que su identidad es sólo una copia más (un clon), por lo que él relativamente no existe, que sus recuerdos son sólo el sistema operativo que lo mantiene animado, y que su estancia en la Luna en realidad es su única vida posible, decide emprender un viaje interno, de regreso hacia la Tierra y no fuera de ella, es decir, hacia el interior de la humanidad, esperando que al menos uno de sus clones se encuentre a sí mismo.
La obra de Duncan Jones logra, a través de la magistral actuación de Sam Rockwell, transmitir la angustia existencial que nos provoca el deseo de saber quiénes somos. Al mismo tiempo, muestra cómo la memoria, de acuerdo a la información almacenada, dispara las emociones, sentimientos y acciones del ser humano, pero dejando abierta la posibilidad de producir los mismos efectos en una máquina, un ente inorgánico. En Luna, la memoria –de alguna manera menospreciada en los procesos de inteligencia como un mero repositorio de información– se presenta como uno de los posibles orígenes de la consciencia. (René Descartes llegó a pensar que la consciencia se encontraba en la glándula pineal porque era la única parte del cerebro que no estaba duplicada).[1]
Artificial y natural: Oscilaciones
Luna aborda otro cuestionamiento trascendental y complementario: el de la inteligencia artificial: tanto los clones del astronauta-minero Sam Bell, como GERTY piensan y resuelven problemas. Ambas inteligencias son artificiales: fueron fabricadas por el hombre a partir de la ciencia y la tecnología, sólo que una está alojada en un ser orgánico y otra en uno inorgánico (electromecánico). Ambas entidades poseen emociones, producto de su memoria y son capaces de expresarlas, Sam mediante gestos humanos propios de la carne y músculos, y GERTY mediante emojis, imágenes que imitan gestos humanos y que podrían catalogarse como pueriles, pero que en realidad evidencian la aparente simpleza mecánica con la que reacciona un humano al ser estimulado por sus afectos.
¿Y entonces, existe alguna diferencia entre la inteligencia humana y la depositada en una máquina? La ensayista y crítica Patricia Warrick explica: «Una de las diferencias entre la inteligencia humana y la artificial, es que ésta, la de las máquinas, no posee consciencia de sí misma [self-awareness]. Pueden ejecutar operaciones que los humanos definimos como inteligentes, sin embargo, ellas, no están conscientes de lo que están haciendo».[2] Duncan Jones pone en duda esta idea en el momento, en que, tanto una máquina, GERTY, como un clon (una de las versiones de Sam) deciden aceptar sacrificarse por otro ser. ¿GERTY tomaba una decisión propia o todo era sólo parte de un programa predefinido? ¿Era más consciente de sí mismo Sam Bell por ser una entidad orgánica, que GERTY por ser una máquina?
En Blade Runner 2049 (Hampton Francher y Denis Villeneuve, 2017), el oficial K está consciente de que sus recuerdos son inseminados e inventados, pero, entra en shock cuando se entera de que tales recuerdos son reales, dando pie a la posibilidad de que él no haya sido creado, sino que hubiera nacido: brutal diferencia para definir a un organismo y para conocer los límites de la consciencia. ¿La consciencia sólo existe en humanos biológicos o podría estar alojada también en seres creados artificialmente? Supongamos que un juez todopoderoso decide que la consciencia sólo es propia de un ser nacido y no de uno creado artificialmente, cuando de pronto, encuentra que un ser artificial puede ser creado a partir de un nacimiento natural. Una creación artificial siendo reproducida a través de métodos naturales, y entonces nuevos juicios tendría que dilucidar el todopoderoso, mientras un nuevo dilema se torna prioritario: ¿existe diferencia entre lo artificial y lo natural?, ¿puede algo ser artificial, si fue concebido y creado por un organismo natural?
Llegamos entonces a una nueva trinidad de los dilemas en las historias de humanos artificiales en la ciencia ficción:
– ¿Puede existir consciencia y inteligencia en un ser artificial?
– ¿Puede un ser que se reproduce a sí mismo mediante métodos biológicos, ser considerado artificial?
– ¿Cuál es la diferencia entre lo artificial y lo natural?
El oficial K queda algo perturbado cuando le encomiendan la misión de retirar a un replicante. Al notarlo dubitativo, su jefa, Joshi (Robin Wright), lo cuestiona, y él responde que nunca había retirado a alguien que ha nacido, es decir, que fuera reproducido por vías naturales. Joshi insiste: «¿Cuál es la diferencia?» Y K responde que pensaba que alguien nacido poseía alma. Joshi, también perturbada, le contesta: «Tú te las arreglado bien sin una».
En el horizonte, la frontera entre humanos y humanos artificiales es difusa, la línea serpentea ante preguntas y especulaciones propuestas, al menos dentro de la ciencia ficción. El estado del arte en el cine y literatura sobre humanos artificiales es amplio, y en el presente cada vez más coincidencias entre la especie natural y la artificial –para efectos de este artículo consideremos a los humanos artificiales, una especie– , las cuales nos permiten especular que en el futuro dicha frontera será imperceptible: cualquier ser humano, lo será, sin necesidad de comprobar su ascendencia artificial o natural, podrá descender de una o de otra con mayor o menor porcentaje, porque la inteligencia y la conciencia serán independientes de la “estirpe” de la nueva especie humana. ¿Acaso tendrá sentido distinguir entre una humanidad natural y una artificial?, ¿serán la inteligencia y la consciencia conceptos absolutos o su descripción dependerá del origen del que provienen? La inteligencia se abre paso como una entelequia a la que no le importa la materia a través de la cual se manifiesta. ¿De qué lado inicia el péndulo de la creación de inteligencia, del artificial o del natural? Las leyes del universo son las mismas para ambas entidades, ambas se retroalimentan: la una mejora a la subsecuente hasta que la simbiosis es tal que, finalmente la nueva especie emerge, una cuyos ejemplares resultan de la fusión total entre seres artificiales y naturales. Ambos serán consustanciales. Distinguir entre unos y otros significará una tarea obsoleta: los nuevos seres verán la distinción entre natural y artificial como un fenómeno casi paleolítico.
Mario Todd es autor de la novela Hipermnesia (2013). Estudió la maestría en Estudios de Ciencia Ficción en la Universidad de Liverpool. Ha colaborado en revistas como Conozca Más, Replicante e Indie Rocks!
[1] Lo menciona en dos obras Tratado del hombre (Barcelona, MRA, 1994) y Las pasiones del alma, (Madrid, Tecnos, 2005).
[2] Patricia S. Warrick, The Cybernetic Imagination in Science Fiction, MIT Press, Cambridge (Massachusetts), 1980, p. 78.