El vuelco del cangrejo

El vuelco del cangrejo

Por | 1 de mayo de 2012

Un hombre pálido y desgarbado abandona la rutina urbana para internarse en un caserío perdido de la costa colombiana. Nada sabremos de los motivos que lo conducen hasta ahí ni de su vida anterior ni de su oficio o posibles duelos sentimentales, excepto, tal vez, que oscuramente ha elegido plantarse en ese pueblo unos días mientras consigue una lancha de motor que lo lleve a otro destino, igualmente misterioso. El lugar es La Barra, una extensión gris y miserable de la región del Cauca, frente al Pacífico, poblada por pescadores afrocolombianos. El patriarca de la región, Arnobio Salazar “Cerebro”, relata al “turista” Daniel (Rodrigo Vélez), los viejos tiempos de la abundancia, la depredación ecológica que sobrevino, y la amenaza que hoy representa en el sitio abandonado la actividad de un hombre blanco, el Paisa (Jaime Andrés Castaño), que con papeles de propiedad en mano, intenta transformarlo todo en un centro turístico y a la población en una comunidad de empleados a su servicio.

La historia es real, según relata Óscar Ruiz Navia (1982), el joven director colombiano nacido en Cali. Ese mismo lugar lo visitó él en repetidas ocasiones, familiarizándose con la gente y sus historias, particularmente con el pescador “Cerebro”, que interpreta a su propio personaje. El taciturno Daniel es así un alter ego del realizador y su itinerario semeja al de muchos otros nómadas de raigambre existencialista que últimamente figuran en diversas ficciones latinoamericanas reconocidas internacionalmente, desde las mexicanas Alamar (Pedro González Rubio, 2009) y Cefalópodo (Rubén Ímaz ,2010), hasta la brasileña Viajo porque preciso, vuelvo porque te amo (Viajo Porque Preciso, Volto Porque Te Amo, Karim Aïnouz y Marcelo Gomes, 2009) o la colombiana Los viajes del viento (2009) de Ciro Guerra, quien por lo demás colabora con Ruiz Navia en este novedoso vuelco del cangrejo. Algo notable en estas realizaciones es la exploración visual del paisaje como desprendimiento de las sensaciones anímicas de los personajes. La visión del director caleño es interesante en su ruptura con el pintoresquismo y las facilidades del registro turístico, a leguas del realismo mágico que por décadas desvirtuó a la narrativa fílmica de la región.

La desolación de las playas contrasta aquí de modo perturbador con la exuberancia y los ruidos múltiples de la jungla que la rodea. Parecería el territorio de un viaje interior del argentino Lisandro Alonso (La libertad, 2010). Dice el viejo “Cerebro” en su lenta incursión con Daniel en los manglares: «Tres minutos aquí sin hablar es suficiente para volverse loco». Y esa atmósfera de pesadez y claustrofobia la transmite la película al evocar, con sobriedad y lirismo, el itinerario iniciático de Daniel, su curiosa complicidad con Lucía (formidable Yisela Álvarez), la niña que recoge cangrejos todo el día, sus partidos de futbol con los jóvenes en la playa, sus partidas de azar por las tardes con los lugareños familiarizados ya con su presencia espectral e inofensiva, sus frenéticos encuentros sexuales con la sensual Jazmín, sobrina y protegida de “Cerebro”, los diálogos que no conducen a nada, las frases que no esperan réplica alguna, el estrépito lejano del reggae en el hotel que afanosamente construye el Paisa, los partes radiofónicos que hablan de manera entrecortada de enfrentamientos del ejército con la guerrilla, un corrido prohibido de los paramilitares, el desfile sensual de rostros juveniles que el cineasta captura a la manera de instantáneas de la despreocupación y del deseo, las anécdotas que en una ronda intercambian los muchachos del lugar y que hablan de lejanas proezas sexuales, de la melancolía de la carne y de apetencias urgentes, siempre renovables. Muchos comentaristas de cine reprochan a El vuelco del cangrejo (2009) su parquedad y su narrativa minimalista, su pretendido ensimismamiento narcisista. Este primer largometraje de Ruiz Navia posee, sin embargo, una fuerza expresiva poco común en el cine colombiano. Apenas puede sorprender que quienes se devanaron los sesos para saber si una cinta como Biutiful (2010), de Iñárritu, ganaría o no el Óscar de la Academia en Hollywood, hayan tenido poca paciencia para un tipo de relato en el que, según su parecer, no sucede absolutamente nada.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 0, primavera 2012, p. 50) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Carlos Bonfil dese hace veinte años es crítico de cine para el diario La Jornada. Colabora en Cine Premiere, La Tempestad, Letras Libres y la International Film Guide. Recientemente coordinó la publicación del libro ¡Hoy grandioso estreno!: El cartel cinematográfico en México (2011).