Blanca Nieves

Blanca Nieves

Por | 1 de mayo de 2025

“Nefasta” era la palabra que deambulaba por mi cabeza mientras entraba a la sala de cine, prácticamente vacía, donde logré vislumbrar apenas tres siluetas que se encontraban arrinconadas en las filas superiores. “¿Qué más evidencia necesito?”, me dije para mis adentros, “se estrenó antier y hoy, sábado por la tarde, nadie viene a verla.” Me senté y esperé a que los comerciales acabarán, repasando por una última vez la tesis que había venido masticando desde un par de días antes, desde que me enteré de que debía enfrentarme a dicha cinta; y, cual carnicero apurado, apuntaba a hacer pedacitos la película sin orden ni concierto, listo para tomar los cachos que sustentaran mis premisas. Mi mamá llegó a acompañarme y empezó la función.

Al inicio, mi actitud cínica no encontró trabas: la tesis que, ahora veo, venía gestando desde hace meses sobre la película, no se veía defraudada. Mas conforme avanzaba el metraje, tuve que iniciar a preguntarme, primero de forma queda, como pudoroso, sobre lo que estaba empezando a pensar, y después con mayor apremio: “¿Qué voy a escribir sobre esta película?” Pues aquellas conjeturas con las que llegué al cine se vieron aplacadas una a una por lo que sucedía en pantalla.

¿A qué se debía aquella preconcepción con la que llegué al cine? Prejuicio que no era solo mío, pues lo reflejan los bajísimos números que la película ha alcanzado en taquilla, así como el hecho de que adopté dicha preconcepción de algún lugar.

Hace unos meses, cuando el trailer de Blanca Nieves (Snow White, Mark Webb, 2025) se difundió en redes, recuerdo a un conocido hablarme de la “bazofia” que era, o que sería, la película: me dijo que sería un intento woke más por parte de Disney, que no tenía sentido que la actriz de Blanca Nieves fuese latina, pues la protagonista, originalmente, llevaba dicho nombre porque su tez era blanca como la nieve; que la inclusión de la película era hipócrita, puesto que mientras que Disney se lavaba moralmente cambiando los rasgos de la princesa por facciones y características que el estudio cinematográfico etiqueta de “hispánicos, no habían casteado a ningún enano para actuar en la cinta; que no tenía ningún sentido que Gal Gadot representara a la reina, pues ella era “objetivamente” más bella que Rachel Zegler (actriz que interpreta a Blanca Nieves). Escribo estos detalles entre las diferentes diatribas que dijo, pues mi memoria es limitada, pero recuerdo que remató aquella perorata diciendo que el trailer lo había enfurecido tanto que se había sentado a escribir un nuevo y original guion de Blanca Nieves ele mesmo. Entonces me pareció irónico que él tuviese tanto cariño a la historia como para ponerse a escribir, así como también me dejaba anonadado el fervor con el que hablaba de la película, haciéndome dudar de si todas aquellas conclusiones las había destilado del trailer o es que había logrado ver la película de alguna manera. Unos minutos después de dichas declaraciones, admitió que sólo había llegado a escribir página y media del mentado guion.

Debo resaltar que el principal aspecto de aquella conversación fue que escuché atentamente a aquel conocido y, aún más, que en parte me convenció. Antes de ver la película, pues me encontraba planeando la crítica de antemano, pensé en escribir que Blanca Nieves era en efecto una cinta fallida, tanto por su encomienda de readaptar una película animada que ya funcionaba, así como porque sería un intento frustrado más de ajustar dichos relatos clásicos a una corrección política y moral actual, puesto que aquellos mensajes serían y, sobre todo, se sentirían impuestos y artificiosos. Aquellas ideas finalmente, pienso, fueron refutadas.

Volviendo a la experiencia de la película, al salir de la sala de cine, decidí buscar cuáles eran las opiniones que la cinta estaba recibiendo. La mayoría de las que encontré eran negativas y parecían regurgitar aquellos mismos juicios que aquel conocido me compartió hace meses. Y aún más sorprendente fue que la mayoría de dichas opiniones fuesen expresadas por hombres adultos, de entre los 20 y 35 años. Me costó trabajo encontrar una opinión femenina. y cuando finalmente logré encontrar una, esta era más bien favorable. Finalmente, llegó una última cuestión, que me tomé con la mayor seriedad: ¿dónde estaban y cuáles eran las opiniones de las niñas y niños que, finalmente, son a quienes la película está dirigida?

Antes de responder a aquella pregunta, regresemos al prejuicio que, entonces me era claro, provenía principalmente de un público adulto masculino.

Una posible conjetura ante dicha actitud puede relacionarse a cierto conservadurismo que atañe a las juventudes (y no tan juventudes) masculinas. No muy diferentes han sido los comentarios que han acompañado a las recientes adaptaciones a live-action de Disney: así pasó con La sirenita (The Little Mermaid, Rob Marshall, 2023) y Mulán (Niki Caro, 2020). ¿Son estas opiniones una reacción ante el progresismo y feminismo actual? Es un tema complejo y elaborado, pero sustento la hipótesis en la naturaleza de los argumentos que vi empleados en aquellas críticas: la mención del wokeismo, un término actualmente peyorativo; la reacción ante el nuevo arquetipo de la girl-boss, que es una clase de reprimenda ante el empoderamiento supuestamente impuesto e injustificado de personajes femeninos; así como lo referente a la tez y los rasgos de la protagonista, etc. La naturaleza de los argumentos, así como el ya mencionado rechazo mantenido por parte de un sector masculino ante el contenido con resabio a corrección política y la adquisición de nuevos modelos idealizados como el de Andrew Tate (un influencer que se ha vuelto popular en los últimos años, principalmente entre cierto público masculino, cuyo contenido se caracteriza por un machismo y esencialismo evidentes), inician a pintar el cuadro de una problemática que atañe a los hombres jóvenes, pero este no es el lugar para explorarlo.

La tesis era aparentemente justa: el rechazo a la película provenía de un grupo más bien conservador que reaccionaba contra la cinta y que tanto ruido había hecho en los medios que ya no había quien se atreviese, siquiera, a decir que sentía curiosidad o a admitir que le gustaría ver la película; ni qué decir de aceptar que la había visto y menos aún que no les había parecido tan mal. Esta era la conjetura que justificaba el prejuicio, hasta que hablé con una tía que había ido a ver Blanca Nieves para checar si Disney había remediado su error con la princesa, para ver si por fin no sucedía aquel beso no consensuado que el príncipe le daba a la joven. Mi tía acabó su relato diciendo que había salido decepcionada de la sala de cine, pues no se había remediado aquel error remoto, así como por el hecho de que el final de la película había sido una oportunidad perdida para empoderar a la mujer. Al escuchar dichas palabras, que criticaban a la película por razones virtualmente opuestas a las mencionadas más arriba, la tesis sobre el prejuicio que circunda a la cinta quedó anulada. Debido a esto, tuve que volver a preguntarme: ¿y ahora qué voy a escribir sobre la película?

Me remitiré a tres aspectos: primero, a la cuestión que atañe a las niñas y niños que ven la película; en segundo lugar, a las personas que crecieron con la versión original de la princesa; y finalmente, a una crítica en forma de la película, que se abordará desde otra perspectiva, que no es de un niño ni de alguien que creció con la versión animada.

Hace un par de párrafos omití un dato importante: sí conozco la opinión de una niña con respecto a la película. Cuando llegué a la sala de cine, mencioné que al fondo de esta había tres personas arrinconadas en las butacas superiores: una niña de unos once años acompañada por sus padres. Al acabar la proyección, le pregunté a la niña que qué había opinado sobre la película: me dijo que la había disfrutado. Prosiguió a salir de la sala de forma alegre, aunque un poco anonadada por mi pregunta. No puedo hablar por todas las niñas y niños, por supuesto, pero esta pequeña reacción me pareció significativa. Las y los niños son o indiferentes o ignorantes a los prejuicios politizados que mantiene el público adulto ante la película: no les importa el susodicho wokeismo, que exista o no o que sea impuesto el arquetipo de la girl-boss, o que Gal Gadot sea sionista. Ellos, supongo, buscan vivir una buena experiencia en el cine y su opinión no va a ser mediada por tal o cual posición política.

Asimismo, mencioné que mi mamá, quien sí creció con la película original, me acompañó al cine. También le pregunté qué le había parecido y me respondió que la había disfrutado mucho, aunque sigue prefiriendo la original. Asumí que dicha opinión tenía inmiscuida una pizca de nostalgia, pero no podía estar seguro, por lo que procedí a revisar la cinta animada.

Salvo por las posibilidades que trae la animación, así como el ingenioso empleo de estas, Blanca Nieves y los siete enanos (Snow White and the Seven Dwarfs, Disney, 1938) es una película con más problemas que logros: además de la conflictiva y conocida cuestión que atañe a la belleza femenina (pues tanto el valor de la protagonista como el motor del conflicto se centran en dicho aspecto), los personajes carecen mayormente de desarrollo, la trama es apenas mínima y la cinta se reduce más bien a una serie de gags animados, bastante simpáticos por cierto, que corresponden principalmente a los siete enanos.

La nueva versión live-action no comparte aquellos problemas. Blanca Nieves es una película que funciona y aquellos aspectos de los cuales los medios parecían quejarse, en ningún momento se presentan como impuestos o artificiosos. A pesar de tener dicho reproche en mente, nunca saltó ni resultó problemático que la protagonista no fuese blanca, así como tampoco se sintiese impostado que el motor de aquel personaje fuesen sus ambiciones de justicia en el reino y no el amor.

Así, otros elementos que pensé problemáticos al inicio de la película (como la ingenuidad mariaantonietesca de Blanca Nieves, reflejada en una secuencia en la que la protagonista prepara y distribuye pasteles para la gente del reino), como también la sospechosa alegría del vulgo ante el estado de las cosas, fueron aspectos que la misma cinta tomó y exploró. Por ejemplo, aquella ingenuidad pastelera de la princesa es puesta en duda en un diálogo-canción entre Blanca Nieves y Jonathan, el equivalente al príncipe en esta película, con la diferencia de que en este caso el personaje es un bandido. El ladrón, con un punto de vista que podría considerarse más bien desilusionado o “aterrizado”, cuestiona las acciones de la protagonista que defiende su punto y aclara las dudas de su interlocutor; con más o menos palabras, la princesa arguye que aquel gesto de los pasteles fue un episodio de su infancia, más pensar que tal forma de desenvolverse es su estrategia para gobernar y traer justicia al reino, es una sobresimplificación.

En lo relativo a los siete enanos, estos personajes se exploran con más esmero, en la medida de lo posible, que en la película animada. Blanca Nieves se vuelve mediadora entre este grupo y ayuda a resolver los conflictos que hay entre ellos, mientras en la original se limitaba a cocinarles, a limpiar la casa y a obligarlos a bañarse. La versión live-action, en este aspecto como en otros, cae en la cursilería, pero no sobradamente endulzada, considerando que es una película infantil.

El personaje de Blanca Nieves crece y justifica su valía, no como algo dado, sino que se construye, y sus logros no son fruto de alguna atribución que podría calificarse de sobrenatural o impuesta; sus acciones no son inverosímiles, no provienen de alguna capacidad superhumana, sino que más bien se destilan de su ingenio y valentía.

¿Se muerde la cola Blanca Nieves con una trama dónde la belleza femenina, eurocéntrica y superficial, mantiene un lugar privilegiado? Pues tampoco. La película también toma y resuelve este problema, pues el único personaje que mantiene dicha perspectiva sobre la belleza, con sus uñas largas como salida de algún video de TikTok, es la reina que piensa, de manera más bien cínica y desembarazada, que la belleza es fuente de influencia y poder; para ella, dicha belleza es algo categórico y objetivo a la que todos deben y van a rendir cuentas. El cierre de la cinta funciona como la develación de una pista falsa, donde se comprende que la belleza no era realmente el centro de la historia.

La meta de Blanca Nieves no concierne ni al amor ni a la belleza, sino a su particular sentido de justicia. Ella no necesita a Jonathan y su amor es más bien una coyuntura en el camino.

¿Es Blanca Nieves una cinta notable? No, no lo es. Sigue teniendo problemas, pues algunos aspectos de la resolución son artificiosos, la calidad de la animación no es notable ni por asomo y las actuaciones, aunque no malas, tampoco son increíbles. Pero los problemas que tiene son esencialmente diferentes a los reproches que se mantenían antes de que se estrenara la película.

Para concluir, regreso a una pregunta que se encuentra unos párrafos más arriba y que habrá que esperar para poder responder: ¿qué opinión de las niñas y niños merecen estas adaptaciones o transformaciones de relatos clásicos por parte de Disney?, ¿qué cambiará, si es que cambia algo, con las nuevas generaciones que crecen con las nuevas princesas y heroínas?, ¿qué piensan las y los jóvenes de personajes como Rey Skywalker o de la nueva Mulán? Habrá que esperar para saber.


Santiago Padilla de Miguel estudia cine en la Escuela Superior de Cine, forma parte de la redacción de Icónica y colabora en El Taller de Escritura un perfil sobre cine y literatura en Instagram.