Memorias de un caracol, la imposibilidad de salir ileso de la infancia
Por Alina Medrano | 1 de abril de 2025
Sección: Crítica
Género: Cine de animación
Temas: Adam Elliotcine de animaciónMary and MaxMemoir of a SnailMemorias de un caracolstop-motion
Dicen que la infancia es destino, que las experiencias que nos marcan en esos primeros años de vida trazan un camino del que pocas veces podemos apartarnos. Memorias de un caracol, la más reciente obra de Adam Elliot, me sacudió emocionalmente, me ha hecho mirar hacia atrás, hacia los recuerdos de la infancia y las heridas que con el tiempo aprendemos a cargar.
Han pasado quince años desde que Elliot (Berwick, 1972) nos entregó Mary and Max (2009), una película que en su momento dejó una huella imborrable en muchos espectadores. Ahora, con Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, 2024), la reflexión llega desde otro lugar: la adultez, ese territorio donde ya hemos aprendido que la vida puede ser cruel, pero en el que todavía buscamos razones para seguir adelante.
La historia nos lleva de la mano de Grace, quien, aunque es la protagonista, no está sola en su relato pues tiene un hermano gemelo. A lo largo del metraje, enfrenta la pérdida una y otra vez. Esas ausencias van construyendo en ella un caparazón, un pequeño refugio que encuentra en su obsesión por los caracoles, afición que heredó de su madre. En ese pequeño universo viscoso y espiralado, trata de encontrar sentido en un mundo que insiste en dejarla atrás.
Elliot vuelve a desplegar su inconfundible estilo: animación en stop-motion de estética imperfecta, chistes ácidos que matizan la tragedia y protagonistas que descienden a lo más oscuro de su alma sólo para descubrir que, a pesar de todo, siempre hay un destello de esperanza. Su forma de narrar recuerda a esos relatos en los que un personaje reconstruye su vida desde una banca, como Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), pero aquí su único interlocutor silencioso es un caracol de nombre Sylvia. Y, como en toda la filmografía del director, el intercambio de cartas juega un papel fundamental. Así como en Mary and Max la correspondencia entre los protagonistas sostiene su relación, en Memorias de un caracol las cartas entre Grace y Gilbert son el hilo que mantiene su conexión a pesar de la distancia. Es a través de estas palabras escritas que los personajes encuentran consuelo, expresan lo que no pueden decir en voz alta y construyen un refugio en medio del caos.
La ambientación melancólica y la acumulación de infortunios invitan al espectador a preguntarse: ¿cómo es que una niña puede salir victoriosa de situaciones tan trágicas? Pero la respuesta no es simple. Grace, al igual que Mary de Mary and Max, nos recuerda que el mundo no siempre tiene un lugar para quienes son diferentes. La familia se fragmenta, el sistema nos aísla, y al final, la salvación sólo puede venir de nosotros mismos.
Sin embargo, en medio de tanta pérdida, Grace encuentra un inesperado faro de luz en Pinky, una anciana excéntrica y llena de vida que se convierte en su amiga y cómplice. Pinky es todo lo contrario a Grace: desenfadada, optimista y con una energía arrolladora que choca con la melancolía de la protagonista, pero que, poco a poco, le enseña a ver la vida desde otra perspectiva. Es a través de su amistad que Grace aprende que la dureza del mundo puede amortiguarse con compañía. Pinky es una de esas almas que nos recuerdan que la vida, a pesar de sus sombras, puede estar llena de momentos luminosos.
Memorias de un caracol nos hace pensar cómo la vida a veces es una espiral infinita: un regreso constante a los mismos dolores, a las mismas preguntas sin respuesta. Sin embargo, dentro de esa espiral de caracol también hay espacio para pequeños instantes de belleza. Nunca estamos preparados para un pequeño acto de magia, pero cuando ocurre, nos recuerda que, a pesar de todo, siempre hay algo por lo que vale la pena seguir adelante.
Alina Medrano estudió Ciencias de la Comunicación con especialidad en Publicidad en la UNAM. También es escritora creativa en Ben & Frank.