Ni tú ni yo

Ni tú ni yo

Por | 24 de octubre de 2018

La Casa de las Flores (Manolo Caro, a partir de 2018)

Vaya uno a saber por qué cada cierto tiempo aparece por ahí una iniciativa, siempre en proceso, que a esos ociosos profesionales, los políticos, se les ocurre. Una simple puntada. Los políticos por definición son hablantines. Creen que sus ocurrencias bastan para hacer leyes. La mayoría de las cuales se hacen, por supuesto, al vapor. O como se dice, para taparle el ojo al macho. Es la mejor forma de fingir que hacen algo. Creen que con la propuesta basta para hacer un mundo mejor. Una realidad próxima a lo que un político desea, pero cuyo resultado nada tiene que ver con eso.

Siempre es padrísimo pensar que con dictar una tomada de pelo se cambia el mundo. Durante años, el Reglamento de Cinematografía pareció suficiente para cuidar y proteger al cine mexicano. Hasta cierto punto lo fue. Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari la sobreprotección hacia el cine mexicano, afortunadamente, desapareció. Han sido largos y arduos los años para recuperar al público que asistía a las salas en busca de películas mexicanas. Así que por cada Alonso Ruizpalacios, Carlos Reygadas o Amat Escalante, tenemos que aguantar un buen de comedias increíblemente bobas, que se han vuelto una y la misma cosa al repetir esquemas predecibles, con situaciones que recuerdan al cine mexicano de los años 40 combinado con lo peor del infra Hollywood actual.

En vez de buscar opciones para mejorar y diversificar la producción, los políticos pretenden regular la exhibición. Ahora la propuesta es exigirle al más exitoso sitio de streaming que incluya en su oferta un 30% de producto nacional. La propuesta, por supuesto, no es original. Copia legislaciones europeas donde la producción de material para televisión es sostenida y diversa.

La deficiencia nacional está en que nos basamos siempre en las infraestructuras de las dos cadenas de televisión dominantes, las que nunca han mostrado interés por modificar sus temáticas. Aunque en los tiempos actuales se han visto obligados a ello. Pero si antes hacían telenovelas, ahora hacen no miniseries, sino… microtelenovelas, más ligeras pero con la estética visual tan socorrida por ellos. No importa si se trata de la vida de un cantante, o de alguna tontería dizque original donde aparecen estereotipos convencionales de las caricaturescas telenovelas.

Lo grave es que no se ve por ningún lado que exista una producción digna para cubrir el 30% de la propuesta que se quiere imponer. Haciendo un cálculo a ojo de buen cubero, se pude decir, muy generosamente, que un canal de éstos, un sistema similar, tendría doce horas al día de material original. Y digamos que esas horas las repite para completar la programación del día. Así que, con doce horas diarias, tiene al año 4,380 de material original.

Para el 30% nacional propuesto habría que producir 1,460 horas. Ya no suena tan fácil, porque la producción carece de apoyos. No hay una diversificación de la misma, y lo único que habrá será la sobrecarga de ciertas casas dedicadas a esto, que de alguna forma ya saben qué hacer y cómo hacerlo. Sin competir entre ellas. Entregan un producto estándar que, ya se vio, no es otra cosa que una… serie… sobre la vida de cantantes. O micronarcotelenovelas. Tal vez programas genéricos dizque cómicos, ahora con stand up. Lo mismo que se ve en televisión abierta. O por cable. La novedad es acentuar la violencia, decir palabrotas y hacer con los personajes nuevos estereotipos recurriendo a actuaciones que se regodean en el lugar común.

Sin promover una apertura en la producción, en el ingreso de nuevas generaciones, en la creación de incubadoras donde novatos experimenten, con el aliciente de una exhibición garantizada o una comercialización que les permita la autonomía; mientras no suceda esto, las absurdas propuestas de ley son sólo para la gayola. Por qué no hay un efecto práctico. Es pura demagogia.

Los síntomas están a la vista. El terreno cinematográfico en ese sentido aún tiene mucho qué decir. La producción actual es magra, hay abundancia de cierto tipo de películas, de las que público se está saturando. Son pocas las novedades cada año, como las de los directores mencionados al principio de este artículo. La falta de diversidad en la producción es la que está llevando a la industria a un callejón sin salida. Y justo a ese callejón ese al que se quiere llevar la producción televisiva o para streaming. Esas propuestas sobre la obligatoriedad se ha visto históricamente que son del tipo ni tú ni yo. O sea, a nadie sirven y para nada sirven.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.