Plan V (de ya valió)

Plan V (de ya valió)

Por | 25 de septiembre de 2018

Plan V (Fez Noriega, 2018)

En el devenir histórico del cine mexicano hubo una tormenta perfecta para su declive. Primero, la depredadora Compañía Operadora de Teatros (COTSA) saqueó la vieja industria, imponiendo topes en taquilla y obstaculizando en lo posible la difusión de las cintas (estableció, por ejemplo, elevadas cuotas, rayanas en lo absurdo, a las premieres: cobraba uso de suelo, literal, sólo por abrir el cine, porque no podían usarse las butacas, eso implicaba otra cantidad; ¿quieres encender el proyector?, otra lana, y así).

Segundo, los productores, ante la mala exhibición, recortaron sus presupuestos. Si en los 1940 costaba un filme 450 mil dólares, a 8.25 pesos por dólar, en los 1960 se redujo a la mitad, con dólar a 12.50, para llegar en los 1980 a cintas de costo castigadísimo, cien mil dólares, con dólar en espiral descendente: pasó de 12.50 a 500 pesos. Así, “adiós calidad”. Los productores privados hicieron un cine en un ochenta por ciento sin estética ni dramaturgia pero jugosamente rentable.

Tercero, la participación del Estado a partir de 1970 fue un desastre. La arrogancia del régimen, pretendiendo fundar la nueva Era de Oro que igualito al III Reich duraría mil años, acabó con un aparato excesivamente obeso, quebrado por la misma administración que lo fundó. Además, el Estado abandonó la taquilla produciendo un cine a espaldas del público.

Cuarto, don Luis Echeverría, primer gran populista de la nación, declaró al Estado mexicano equivalente entre la MGM y Mosfilm. Tuvo, entonces, la grosería de invitar a los productores privados a Los Pinos para correrlos de la industria por ellos fundada, “Váyanse a administrar sus negocios de viudas”, les dijo. Por eso se atrincheraron justo donde el Estado nunca llegó: la taquilla. Y aprovecharon los resquicios de la sobreprotectora ley. Hubo quienes con el presupuesto para una película, cien mil dólares, hicieron tres. Y sus ganancias fueron de un millón, diez veces más de lo invertido gracias a los cines cautivos.

La administración salinista desincorporó ese aparato vuelto basura (ni por kilo los compradores quisieron COTSA, ya puro cascajo en los 1990; ningún postulante ofreció dos pesos por los cascarones, otrora grandes palacios de exhibición).

En la situación actual, donde las comedias neoconservadoras dominan la cartelera por lucrativa, se da algo singular. Son el género dominante. Saquean esquemas mal copiados o peor aprendidos donde combinan un cine seudo hollywoodense con clichés de astracán pasados de moda desde los 1960 en el cine mexicano, condimentándolos con residuos de telenovela, para dizque hacer de sus mojones un “producto” atractivo.

Esto lo intuyeron algunos distribuidores, quienes encontraron un resquicio más en el Reglamento de la Ley Federal de Cinematografía.

En su artículo 38 establece, «las películas serán exhibidas públicamente en su versión original y, en su caso, subtituladas al español». Este Reglamento está vigente y fue firmado por Vicente Fox en 2001. Es producto de la Ley Federal de Cinematografía publicada en 1992 y con agregados y reformas incluso en 2010. O sea, es un texto bastante manoseado. A la larga está sujeto a interpretación. Eso de «en su caso» pasó a ser pretexto para doblarlas.

Y como las comedias neoconservadoras son infrahollywoodenses en estructura y planteamiento, compiten con todo tipo de películas infrahollywoodenses dobladas. En consecuencia, el cine mexicano enfrenta competencia con la flagrante violación del artículo 38. Los distribuidores, suponemos con razón, buscan hacer más rentable una cinta tailandesa, finlandesa, rusa o estadounidense de segunda, aplicando su Plan B: doblándola. Un espectador con mediana formación descubre de inmediato la impostura de un doblaje que lejos de atraer, repugna, pero al menos los diálogos son mejorcitos que los del pésimo estilo nacional. Véase si no la impostura dramática de cada diálogo en una cinta al azar como Plan V (Fez Noriega, 2018), donde se habla espánglich pirrurris de caricatura.

Sin embargo, es un paso para reemplazar la vieja cinefilia por el consumo al que el cine mexicano por supuesto aspira. Nada más que el público prefiere una mala película doblada, que lo entretiene, contra una mala película mexicana a la larga una y la misma cosa ante la nula personalidad de cada título, siempre intercambiable. Esto lo saben los distribuidores. Por eso se aprovechan para lentamente quedarse con los pocos cines populares intercalando versiones originales con dobladas de cintas exitosas, o películas deplorablemente dobladas aunque de mayor calado (es un decir) que las nacionales. Así que convendría defender lo que la ley establece y que ahora se viola flagrante y cotidianamente. Para ver un cine de tercera en español, mejor que sea nacional.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.