The Handmaid’s Tale, 2ª temporada

The Handmaid’s Tale, 2ª temporada

Por | 26 de julio de 2018

The Handmaid’s Tale es un cruel retrato de la resistencia. Al final de la temporada pasada, dejamos a June en el mismo lugar en el que termina la novela de Margaret Atwood, sin saber a dónde está siendo trasladada, en un momento que puede ser tan esperanzador como aterrador. Estos nuevos capítulos, habiendo presentado ya los horrores de Gilead, se toman el tiempo para detenerse en lo cansada que puede volverse la resistencia de los individuos a un régimen asfixiante. Resistir es un esfuerzo continuo, es enfrentarse a lo adverso intentando seguir de pie, es aferrarse a los pequeños resabios de esperanza donde el horror prevalece. Resistir es desgastante.

Es justamente por esto que esta temporada puede parecer menos espectacular que la anterior: llega un momento en que la resistencia se llega a ser hasta tediosa. Los repetidos esfuerzos de June (Elisabeth Moss) por escapar de Gilead, el régimen conservador que se ha apoderado de Estados Unidos, provocan una frustración que sólo se acumula conforme pasa el tiempo. La resistencia más que ser espectacular debe ser paciente y, en el mejor de los casos, puede desatar la efervescencia social necesaria para que más individuos impulsen los cambios. En The Handmaid’s Tale (Bruce Miller, 2017 a la fecha) esta efervescencia toma la forma de pequeños guiños de desobediencia u objeción entre aquellos obligados a servir, breves conversaciones al margen de lo permitido, miradas de complicidad, distintas maneras de intentar estirar cada vez más los límites impuestos por la nueva ley con acciones como la decisión de las criadas de llamarse por sus nombres reales en lugar de usar los impuestos por Gilead, que remiten al hombre al que le pertenecen. La impotencia y el sufrimiento no son sólo de June, se replican en quienes la rodean y no sólo afectan al presente, se cuestiona por primera vez el futuro que está siendo construido para la generación concebida y educada por este sistema.

Los horizontes narrativos se han expandido más allá del cuento de la criada para abrir paso a otras historias –que siguen siendo, predominantemente, sobre dolores femeninos. Trascendiendo la dicotomía inicialmente planteada entre opresores-oprimidos, esta temporada intenta presentar de manera más compleja las relaciones de poder: June, a pesar de ser una criada, goza de privilegios por estar embarazada y tener un hombre que se preocupa por ella; Serena (Yvonne Strahovski), la mujer para quien June está gestando y que originalmente fue retratada como villana indiscutible, ahora deja ver las maneras en que es violentada, silenciada y descartada por un sistema donde ninguna mujer –por más que sea la esposa de alguien poderoso– tiene lugar.

Es a través de la improbable evolución de la relación entre estos dos personajes donde más evidente se vuelve que la única esperanza radica en reconocer las luchas del otro y tenderle la mano. Los vínculos que surgen en tiempos adversos, voltear a ver al de al lado y escucharlo, también son maneras de resistir: encontrar la manera de crear, en medio de un mundo hostil, espacios que se sientan un poco más seguros o, como le dice June a otra mujer, «tomar amor de donde sea que lo encontremos».


Ana Laura Pérez Flores edita Icónica y es asistente editorial en Cal y Arena. @ay_ana_laura