¿Hablamos de lo que sí es La Mujer Mar

¿Hablamos de lo que sí es La Mujer Maravilla?

Por | 3 de julio de 2017

Que circulen tantas críticas de La Mujer Maravilla, de Patty Jenkins, es muy positivo, y que no todas coincidan en sus posturas es natural y deseable, pero llaman la atención algunas que, más que criticar la película, le reprochan todo lo que ésta no es o las múltiples expectativas que no cumplió. ¿Tienen algún fundamento esas expectativas, o es nada más el acto reflejo de ser doble o triplemente exigentes con todo lo que venga de una mujer?

Por ejemplo, no estoy segura de que la cinta pretendiera contribuir a la solución al conflicto palestino-israelí ni ofrecer una reflexión sobre la xenofobia. Como Gal Gadot un día en su muro de Facebook manifestó apoyo al ejército de su país natal mientras escalaba el conflicto en la Franja de Gaza, la postura política de la actriz protagónica ha sido tema recurrente en una parte de las críticas. Si esos comentaristas midieran con la misma vara el resto de producciones cinematográficas, me pregunto qué dirían de las de Woody Allen, Bernardo Bertolucci o Roman Polański, por mencionar sólo tres directores sobre quienes pesan acusaciones de violación (y los directores son gente con mayor poder en el resultado final de un filme que los miembros del reparto, por si hiciera falta aclararlo). Gal Gadot fue la elección perfecta de casting. Si la afinidad entre las posturas ideológicas de intérpretes y personajes fuera uno de los criterios, no se habría conseguido ese match made in heaven entre la israelí y la diosa bella como Afrodita, sabia como Atenea, tan fuerte como Hércules y tan rápida como Hermes a la que le tocó encarnar.

La Mujer Maravilla (Wonder Woman, 2017) no es ni pretendía ser la película de superhéroes que rompiera con todas las convenciones de las películas de superhéroes. Lo llamativo de La Mujer Maravilla era que por fin la más icónica de las superheroínas tendría su propia película para la pantalla grande (es decir, no directamente para video y no de animación): resolver esa anomalía y de paso empezar a equilibrar la balanza, sin por eso dejar de ser una película de superhéroes atractiva incluso para ese público de hombres adolescentes y treintañeros que es tal vez el más fiel al género, aunque no necesariamente el más numeroso. No hace falta recordar que Supermán, Batman, el Hombre Araña, Hulk, el Capitán América ya contaban con la suya, alguno con más de una. La desproporción queda de manifiesto en esta lista, donde figura una cinta llamada Barbie Súper Princesa (Barbie in Princess Power, Ezekiel Norton, 2015), lo que muestra que ni siquiera inflándola se llega siquiera a una mujer por veinte hombres, por no mencionar que de 2010 para acá, época en que ha habido un resurgimiento del furor por estos poderosos personajes en la sala oscura, no parece haber una sola. Los miembros fundadores de la Liga de la Justicia son seis superhéroes y una superheroína. Sí aspiramos a una menor disparidad, ¿qué quieren que les diga? La Mujer Maravilla no es la primera mujer fuerte en el cine, menos mal, pero sí era una omisión que tardó muchos años en corregirse. Por fin se hizo. Y durante la primera semana de exhibición generó más dólares en taquilla que ninguna cinta dirigida por una mujer hasta ahora. Súmenle una mujer protagonista, ser el primer film de superhéroes dirigido por una mujer y el mayor presupuesto jamás confiado a una directora… ¿No es eso buena señal? En unas Olimpiadas significaría varios récords rotos en una sola competencia por el mismo atleta. Si Wonder Woman hubiera sido un fracaso comercial, ya podíamos irnos olvidando de volver a ver a una superheroína en IMAX.

Se acusa a la película de Patty Jenkins de no romper con lugares comunes del cine de acción y de no ser suficientemente pacifista. Aquí noto un error de percepción. ¿Querían que en vez de dominar diversas artes marciales defensivas Diana de Temiscira, hija de Hipólita, hiciera tai chi? La película tenía que ser ágil y entretenida, no sólo un alegato contra la guerra, que por otra parte lo es sin lugar a dudas, pero sin caer en lo aburridamente panfletario, con lo que resulta muchísimo más efectivo. Diana pelea pero no quiere pelear: lo hace sólo cuando no hay más remedio. Jamás lo hace con saña y hasta ofrece disculpas después de tirar al suelo a un malhechor. Reivindica el honor incluso en la batalla. Aprendió de su madre que para ser héroe no hace falta pelear. Aun en medio de los horrores de la guerra se detiene a pensar en los civiles y busca aminorar su sufrimiento. Es empática, ve a la gente, la toma en cuenta. Esto se aprecia en el primer encuentro con Etta (Lucy Davis), en el intercambio con el heladero, en sus apapachos a Charlie (Ewen Bremner) y en su conversación con la madre con bebé en brazos en las trincheras inmediatamente antes de ese simbólico nacimiento de la Mujer Maravilla que es la escena triunfal en la Tierra de Nadie (y pensar que estuvo a punto de no rodarse). Es recta y congruente. ¿Acaso no le perdona la vida nada menos que a la Doctora Veneno (Elena Anaya)?

Diana Prince cree que el amor salvará al mundo y actúa en consecuencia. Y al final nos hace creer que sí es cierto. El amor de verdad, dice ella. Nunca habla de amor romántico ni lo ejemplifica. Con todo, una vertiente de las críticas le echa en cara a la cinta que, oh decepción, nos metan la subtrama de amor romántico, ¡¿por qué, por qué?! Hasta donde yo sé, tener relaciones sexuales una noche con tu compañero de peripecias no implica ipso facto esa idealización del amor de pareja, ¿o sí? En el amor romántico el príncipe salva a la doncella, mientras que la Mujer Maravilla le salva la vida al espía, y más de una vez. ¿Qué tan común es en las historias románticas que ella le espete a él «Lo que yo haga no depende de ti» o «Tú a mí no me dices qué hacer»… y él entienda sin chistar? Sería raro que en una historia de amor romántico heterosexual viéramos un cuasiparaíso donde las amazonas viven alejadas de los hombres sin desconocer los goces sensuales. Un crítico señala que es una “atrevida propuesta” afirmar que los hombres son necesarios para la reproducción pero no para el placer sexual. Bueno, eso algunas lo sabemos desde tiempos inmemoriales, pero quizá sí sea necesario explicarle al gran público que sí, las mujeres pueden tener orgasmos ellas solas o con otras mujeres (y lo logran con más frecuencia que con hombres). Estamos tan poco acostumbrados a ver representadas amistades genuinas entre hombres y mujeres que hasta en una relación de camaradería entre los sexos queremos o creemos ver amor romántico y estamos prestos a detectar la famosa “tensión sexual” en el dúo protagónico. Si Diana y Steve hubieran tenido más tiempo… ¿habrían sido felices para siempre? Por supuesto que no. Empezando porque él es un hombre mortal y ella una diosa inmortal.

En ese afán de lamentar un amor romántico que en realidad no está ahí, algunos críticos han pasado por alto el tipo de amor que sí predomina en la película. El amor filial de las amazonas, el amor maternal de Hipólita (Connie Nielsen) y Antíope (Robin Wright) por Diana, el amor de Diana por la humanidad. Hay en la trama dos grandes sacrificios: el de Steve Trevor (Chris Pine), el que más se recuerda al terminar la proyección, pero antes estuvo el de Antíope, no menos heroico. Y que Diana incorpore a su atuendo de batalla la tiara de su tía es un detalle más significativo que el para algunos inverosímil tacón de sus botas.

En otras reseñas se insinúa que el verdadero protagonista de la cinta no es Diana sino Steve. Esta impresión no me la puedo explicar; supongo que es el vicio de hacer más caso a lo que los hombres dicen, trasladado sin más a lo que se los ve hacer en pantalla. Qué rápido se les olvida que él salvó el día pero ella salvó el mundo. Claro que el espía no está nomás de adorno, y qué bueno. No está puesto ahí para cubrir ninguna cuota. Una película que incluye muchísimos más papeles femeninos importantes que el promedio y que pasa con sobresaliente la prueba de Bechdel puede darles un justo peso a los papeles masculinos sin traicionar a nadie. Entre esos personajes femeninos secundarios, ninguno tan memorable como Etta Candy, en quien, aun con poco parlamento, se concentraron varias de las frases más simpáticas de la película, entre ellas una que viene a cuento. Cuando buscan una vestimenta que permita a Diana no llamar tanto la atención por la calle y ésta pregunta cómo pueden las mujeres pelear con esa ropa, Etta la sufragista, modelo a seguir un poco más realista pero no menos digno que Diana para las habitantes de la tierra en 2017, responde: «¿Pelear? Usamos nuestros principios. Aunque no me opongo a dar unos cuantos puñetazos si se presenta la ocasión».

¿Y observaron que, fuera de Etta, el único que en ningún momento piensa que Diana está loca es el Jefe? El representante de las culturas originarias destruidas por el colonialismo bélico nunca la considera una ingenua; él también cree que Ares existe. No es coincidencia. Yo veo en eso una alusión a aquellos lejanos tiempos en que el dios de la guerra no había insuflado a los hombres sed de violencia y destrucción.

La Primera Guerra Mundial aspiraba a ser la guerra que terminara con todas las guerras, y eso no ocurrió. La Mujer Maravilla quería cambiar al mundo, y tampoco. Pero camina decididamente en esa dirección junto con las herederas contemporáneas de aquellas amazonas que hicieron posible un mundo lejos de Ares. El dios de la guerra en nuestro vocabulario se traduce como patriarcado. Y como a Diana hija de Hipólita, nos dicen que no existe y nos tachan de ingenuas, pero desde hace mucho conocemos sus mecanismos y sabemos cómo le susurra a la gente al oído para actuar por su conducto. Sí, seguimos empeñadas en cambiar el mundo, ésa es nuestra misión. Y películas así, al susurrarles a las niñas que son más fuertes de lo que creen y que ellas pueden, están de nuestro lado.


Laura Lecuona es traductora y editora. En «Voces» de HuffPost México mantiene un blog donde desempolva su formación en filosofía para hablar sobre temas feministas.