Wonderstruck: El museo de las maravillas
Por Carlos Rodríguez | 18 de enero de 2018
Sección: Crítica
Temas: Todd HaynesWonderstruckWonderstruck: Wonderstruck: El museo de las maravillas
El tema principal de Todd Haynes es el conflicto entre el interior y el exterior, lo individual y lo social, la amenaza recíproca entre ambos extremos. En Wonderstruck: El museo de las maravillas (Wonderstruck, 2017), por ejemplo, dos niños sordos (característica que los individualiza) se enfrentan a una ciudad –un organismo social que fascina y amenaza por partes iguales, sobre todo a un ser humano en desarrollo– y a una realidad sonora que los excluye. Haynes (Los Ángeles, 1961), que ha elaborado esta tensión en múltiples formas, se interna en el mundo infantil, un ámbito inédito en su filmografía, con esta película.
Wonderstruck, que se estrenó en el Festival de Cannes, puede ser vista como dos películas que al final convergen. Algunos críticos han emparentado al filme con las producciones de Steven Spielberg en los años ochenta, en las que los niños, que recién se enfrentan al mundo con consciencia, viven aventuras fantásticas. La relación es pertinente, aunque el montaje de Wonderstruck rompe a cada tanto con la continuidad para impedir que el espectador esté cómodo, característica primordial del cine de Spielberg. Hay que recordar que Haynes es producto de la relación y el diálogo entre la historia de Hollywood –característica que se puede apreciar en Carol (2014), una obra de filiación clasicista y su mejor trabajo a la fecha– y del cine de la modernidad europea –sentida a través del espejeo entre Safe, su película de 1995, y El desierto rojo (Il deserto rosso, 1964), de Michelangelo Antonioni. El filme, cuya historia transcurre en Nueva York, da saltos continuos entre dos épocas: 1927 y 1977.
La cinta, que se basa en la novela homónima de Brian Selznick (autor de La invención de Hugo Cabret –que adaptó al cine Martin Scorsese en 2011– y sobrino del productor de Hollywood David. O. Selznick), es una obra con intenciones formalistas. El director se encarga de utilizar el lenguaje cinematográfico para reflexionar sobre la disfunción de sus protagonistas: una niña que se escapa de su casa para buscar a una famosa actriz del cine mudo, de la que colecciona imágenes que pega en libretas; y un niño que emprende un viaje para encontrar a su desconocido padre, con la única pista de un libro, que muestra los gabinetes de maravillas que dieron lugar a los museos, que atesoraba su madre. El estilo de ambas historias, que tienen una conexión, difiere. La primera es una película muda y en blanco y negro, ficción en la que no es necesario el sonido. La segunda, por otro lado, se desarrolla en una ciudad ruidosa en los años setenta. Haynes alterna ambas historias, va de lo mudo a lo sonoro y viceversa, característica fragmentaria que exhibe el desajuste de los personajes, que no se adaptan al entorno en el que se desenvuelven.
Rose (Millicent Simmonds) idolatra a Lillian Mayhew. En su periplo neoyorquino asiste al cine y ve una película en la que la actriz interpreta a una mujer que carga a un bebé y lucha contra el viento. Rose llora con las imágenes. La secuencia se relaciona con dos filmes principales del cine mudo: El viento (The Wind, 1928), de Victor Sjöström, una película sobre una mujer que llega a vivir a un lugar inhóspito, donde el viento sopla con violencia todo el tiempo; también hay un eco de Vivir su vida (Vivre sa vie, 1962), de Jean-Luc Godard, donde Anna Karina llora al ver La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928), de Carl Theodor Dreyer. El desajuste en las películas de Haynes se encuentra, también, en sus referentes. Por otro lado, Ben (Oakes Fegley) se enfrenta a una ciudad peligrosa e intenta adaptarse a su recién adquirida sordera. El director ha comentado que Contacto en Francia (The French Connection, 1971), de William Friedkin, lo inspiró para crear una ambientación ruidosa y riesgosa de la ciudad. Esta amenaza exterior, que remarca que Ben no escucha, pronto es reemplazada por el Museo de Historia Natural, interior en el que se exige el silencio y donde las historias encuentran su concatenación.
Las disonancias entre los personajes y su entorno existen en todos los personajes de la filmografía de Haynes. En Velvet Goldmine (1998) retoma elementos de la vida David Bowie, el outsider por excelencia; en Mi historia sin mí (I’m Not There, 2007) ficciona la vida de Bob Dylan a través de la fragmentación en la que seis personajes lo interpretan. Ambas figuras musicales son consideradas adelantadas a su época, subversivas en su contexto por su forma de vivir y sus obras. El exterior también es una amenaza en los personajes femeninos de Lejos del cielo (Far from Heaven, 2002) y Carol, filmes de época en los que los deseos de sus protagonistas amenazan el orden social y político. Wonderstruck confirma que Haynes se ha internado en el mundo infantil sin sacrificar sus intereses, haciendo uso de dioramas y maquetas, representaciones de un mundo interno, infantil. Esta estrategia recuerda a Superstar: The Karen Carpenter Story (1988), cortometraje en el que contó la historia de la vocalista de The Carpenters usando muñecas Barbie.
Wonderstruck es un filme híbrido que confirma la versatilidad de su autor, un formalista consumado.
Carlos Rodríguez es el jefe de redacción del sitio web de La Tempestad e investigador para FICUNAM. Actualmente trabaja en un proyecto que revisa la obra de Claude Chabrol, cuyo sitio web es https://claude-chabrol.com.
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