Voyeur

Voyeur

Por | 22 de febrero de 2018

El problema con el periodismo es que sucede muy rápido.

A menudo se entrevista hoy a alguien que no se verá nunca más.

Yo hago otro tipo de periodismo.
Gay Talese

En una concepción simplista y tradicional, el espectador cinematográfico es un observador pasivo, un receptáculo de imágenes en movimiento, un simple consumidor de la mercancía o producto cinematográfico. Cualquiera podría advertir la falacia de esta concepción. Ver una película siempre entraña una acción –que oscila entre la consciencia y la inconsciencia–, es una forma de “producir sentido” tanto como leer un libro o escuchar una tonada. Además, en la mirada del cinéfilo se confunden muchos sentimientos distintos, su relación con el cine va más allá de su búsqueda de divertimento. La curiosidad, la fascinación, e incluso el morbo son emociones indispensables en su perspectiva. Siempre se quiere saber cómo terminan los personajes, a dónde los lleva la historia. El cinéfilo es un tipo especial de voyeur (o mirón) que transgrede un espacio simbólico con su mirada.

Una de las últimas producciones de alta manufactura de Netflix –que mucho se puede criticar por la monopolización de sus medios, pero ha logrado algo impensable hace unos años en temas de distribución y difusión– aborda el tema del voyerismo desde un ángulo muy original: Voyeur (2017), un documental codirigido por Myles Kane (1979) y Josh Koury (Nueva York, 1977) –ambos realizadores de We Are Wizards (2008), que explora el mundo de los fanáticos de Harry Potter. La cinta pone en escena los momentos más dramáticos de la relación entre el reconocido periodista norteamericano Gay Talese y Gerald Foos, un hombre que compró y diseñó su propio motel con la finalidad de espiar a los visitantes en la intimidad durante casi treinta años. De la secreta colaboración entre ellos, nacería en 2016 un artículo en The New Yorker y, meses después, se editaría el libro El motel del voyeur en Atlantic Books.

Gay Talese es un cronista impecable y su firma es una garantía de una prosa literaria elegante y profunda. Se le reconoce por la sinceridad de sus escritos, por el profesionalismo de su trabajo periodístico y, desde luego, por dos de sus osadas investigaciones: Honrarás a tu padre (1971), en donde retrata el universo de la mafia italoamericana bajo su perspectiva personal, como hijo de uno de sus sastres predilectos; y La mujer del prójimo (1981), un estudio de la sexualidad en la sociedad estadounidense de los años setenta para el cual Talese llegó a participar en una comunidad nudista en Los Ángeles, con todas las implicaciones sexuales y sociales que esto supuso. «Yo estaba desnudo, estaba allí. No afuera con mi credencial de prensa colgando del cuello. ¿Cómo vas a obtener la verdad? Tienes que participar en ella, no hay otra manera», afirma.

Quizás, otros lectores recuerden con cariño la célebre crónica de Talese acerca del gran Frank Sinatra, Sinatra tiene gripa (1966), en la cual humaniza al idealizado cantante y retrata a las personas fundamentales que rodearon y sostuvieron su mundo. Sin embargo, en El motel del voyeur (2016) Gay Talese hizo algo que no había hecho antes, corrió muchos riesgos no sólo profesionales, sino además personales y legales. Después de la publicación de La esposa del vecino (1980), Talese recibió una carta de Gerald Foos en donde éste elogiaba su libro y le confesaba su profundo interés en la temática sexual, particularmente desde el voyerismo, que él mismo ejecutaba, como ya dijimos, en un hotel que compró y dispuso exclusivamente para ello. Además, agregó que poseía un diario rigurosamente documentado de información dentro del cual se hallaban referencias a la cantidad de orgasmos, el perfil de los huéspedes y las posiciones practicadas en la intimidad, datos que le gustaría compartir con el escritor. Asombrado e interesado, Talese respondió enseguida a Foos y desde entonces comenzó una colaboración que duraría cerca de treinta años. Dentro de la relación entre ambos hombres se fue desarrollado un cierto vínculo amical –inevitable, según el propio Gay Talese– y una relación de complicidad que llegó a materializarse durante las visitas que el escritor llevó a cabo al motel del voyeur, llegando incluso a observar los encuentros que ocurrían en las recámaras.

El voyerismo es una de las múltiples ramificaciones del erotismo. Según Georges Bataille el erotismo parte de una «profunda escisión»[1] en la psicología humana: la muerte nos hunde en la discontinuidad, nos divide y nos separa. La reproducción no es suficiente para apaciguar esa profunda frustración del deseo. Lo interesante en el caso de Talese y su voyeur es que el erotismo, que aquí toma la forma del espionaje, casi siempre está restringido a la esfera íntima, personal, casi egocéntrica —no hay que olvidar el célebre aforismo de Lacan: «No hay relación sexual». No obstante, en este caso el voyeur comparte su historia con el periodista, quien de cierta manera es impulsado por un morbo inherente al ojo periodístico. Este otro tipo de voyerismo contiene una cantidad de afecciones que se salen por completo del marco objetivo que la prensa pretende entregar al ciudadano común y corriente.

Otra de las circunstancias inquietantes en la relación Talese-Foos fue el marco legal que la envolvió. Resulta que dentro de las situaciones que Foos confió al periodista, se encuentra un asesinato ocurrido en una de las habitaciones vigiladas por el voyeur. Por otro lado, el periodista halló una una serie de inconsistencias respecto a ciertas fechas y ciertos nombres en los relatos de Foos, cosa que decidió pasar por alto en miras de la publicación de una gran historia real: «No tiene sentido escribir sobre la vida real si al final no puedes usar los nombres reales. En ese caso, es mejor escribir ficción». Este dilema ético preocupa bastante al escritor, pues considera que su labor es entregar la verdad al público, pero cabe preguntarse qué sucede cuando la verdad (usar nombres, fechas y crímenes tal y como acontecieron) puede poner en peligro a muchas otras personas, incluyéndolo a él mismo. ¿Puede un libro ser concebido como una confesión de culpabilidad o complicidad de un crimen, aun si este sucedió hace muchos años y no puede ser probado?

La oleada de escritura y producciones culturales de no-ficción (novelas, cuentos, documentales, biopics y todo tipo de productos culturales) no obedece tanto a una búsqueda de honestidad o integridad por parte del público sino a una demanda de proximidad y de verosimilitud. Quizás la cuestión es menos de objetividad que de pedagogía, es decir, de cómo una historia que ocurrió en la vida real es interesante porque podría ocurrir a cualquiera de los espectadores y nada sorprende más que algo que le sucedió realmente a alguien. En otras palabras, el espectador también trae, en alguna medida, el germen del morbo voyerista.

Poco antes del final, el documental expone magistralmente al desnudo la figura de Gay Talese al enfrentarlo a Gerald Foos, el voyeur. Un duelo de vanidades. En ese momento del documental se siente una fascinante incomodidad, similar a la que sentiría cualquier espectador al que se le revelara los trucos de su mago más admirado. Esos dos o tres minutos humanizan terriblemente a Talese y destapan las cartas «del juego periodístico, cuyas reglas conozco bien», como él mismo admite. La credibilidad, ese acto de fe que nos lleva a concebir y atestiguar sobre lo real, es una condición sine qua non el oficio del periodista no puede sobrevivir, y cuya pérdida podría arruinar cientos de carreras y de vidas en el mundo. De la misma forma, Voyeur plantea la siguiente interrogante: ¿qué sería capaz de hacer una persona para obtener notoriedad y atención? Parte de la respuesta a esa pregunta, desde la óptica de Foos, es que la vida de un hombre está dirigida a obtener aceptación y, desde luego, dinero.

Así pues, uno de los aspectos esenciales en Voyeur es que revela hasta qué punto la labor de un periodista supone un cierto voyerismo, algo controversial de alguna manera, y expone todas las idas y vueltas que debió enfrentar Gay Talese para contar la historia de su voyeur, su historia. En dicho contexto, los principales antagonistas son, por un lado, el comité de “verificadores de hechos” —singular nombre— del sector editorial del New Yorker y del Washington Post que se dedican a cuestionar la veracidad del texto; y por otro lado el tiempo, pues tanto el Voyeur (79 años) como el propio Talese (81 años) tenían una edad avanzada en 2016, año de publicación del artículo y el libro.


[1]  «La relación a Uno supone no solamente sobrepasar la escisión sujeto/objeto sino también, para una parte del alma, un cambio del nivel ontológico sobre el cual se apoya justamente el cambio de estado de la mente…»: Sylvain Roux, «Georges Bataille et la question de l’impersonnel: Une expérience néoplatonicienne?«, Archives de Philosophie, voumen 6, número 3,  Centre Sèvres, París, 2013.


Camilo Rodríguez es consejero editorial de francés en Éditions Maison des Langues y colaborador de revistas como Nexos, Círculo de poesía y Cartel Urbano@Cajme