Un repaso de 2022
Por María Fernanda González GarcíaOfelia Ladrón de Guevara | 12 de enero de 2023
Sección: Opinión
Temas: Repasos anuales de Icónica
Aftersun (Charlotte Wells, 2022).
Como todos los años retomamos actividades publicando una selección de obras que hayan provocado al equipo de Icónica. Este año, la selección se caracteriza, a diferencia de lo que ha pasado la mayoría de las veces, por la preminencia de películas contra elecciones audiovisuales más variadas. Sin embargo, cada una de nuestras dos colaboradoras, las más avanzadas de nuestro programa de prácticas profesionales, optaron por dos circuitos fílmicos contrastantes: el cine de festivales, con su marcada idea de arte occidental, y el de cine de terror. Dar cuenta del cine cada vez es más complejo, tanto por la enorme producción como por los muchos circuitos de distribución. Pensarlo y repensarlo más allá de los grande autores, es un reto urgente.
Pearl (Ti West, 2022).
María Fernanda González García
Este 2022 fue bastante productivo en cuanto a la producción de películas de terror, en donde las protagonistas fueron las mujeres. Se presentaron historias versátiles que compartieron la misma denuncia: la violencia de género.
X (2022). Ti West a través de lo grotesco y lo crudo, nos ofreció la historia de Maxine, una chica que busca la fama a través de la industria pornográfica. Lo interesante de la película es que no se centra en el sexo sino en la dualidad entre la juventud y la vejez, en cómo el deseo a través de los años puede ser explotado o frustrado.
Pearl (2022). No contento con presentar X, Ti West lanzó en este mismo año su precuela. La historia se centra en Pearl, una joven que admira fervientemente el mundo del espectáculo ya que encuentra en este un posible escape de aquella granja la cual se siente prisionera con su familia no tan querida. Lo curioso de esta película, es cómo el comportamiento de la protagonista se va yendo al desenfreno y la delgada línea que separa lo bueno y lo malo se rompe por la misma ambición de poder, decidiendo acabar con toda persona que le representa una dificultad ante su sueño.
Watcher (2022). Chloe Okuno nos entregó una denuncia clara ante la violencia económica. Julia, la protagonista, que ha decidido dejar su país para migrar a uno completamente extraño para ella, debe enfrentarse a una nueva cultura y la barrera idiomática le genera bastante desventaja frente a quien es su pareja el cual es oriundo de esa zona. Esa misma desventaja hace que su conflicto se intensifique: es presa de un acosador y en la encrucijada por hacer valer sus derechos termina siendo vista como una neurótica, llegando al punto de ser burla de su propio esposo.
Bodies, Bodies, Bodies (2022). Halina Reijn brindó una historia llena de sangre y desconfianza en un grupo de amigos adinerados que ha decidido reunirse mientras una tormenta azota la región. Al principio creemos que la amistad es genuina, pero a raíz de la muerte de uno de ellos, la desconfianza y las mentiras van saliendo poco a poco, logrando desestabilizar toda relación establecida. El final nos confirma el absurdo de nuestros tiempos.
Trenque Lauquen (Laura Citarella, 2022).
En 2022 el coronavirus dejó de ser el enemigo tan temible de 2020 y, aunque en 2021 ya era posible ver películas en una sala de cine, este año no sólo permitió lo anterior, sino que también los festivales de cine se realizaran de forma presencial. Con ello, fue posible los encuentros y volver a conversar –cara a cara– sobre películas; compartir preocupaciones e intereses y escuchar las de otros. Sin duda el regreso al formato presencial trajo consigo el recordatorio de que el compartir es incluso una manera de mirar más profundamente las películas, de que nuestra percepción se alimenta de los contrastes y similitudes con las de los demás. En este año volví a recordar lo qué significaba salir de la sala de cine, indefensa, a veces sin saber qué sentía o pensaba de lo que había visto, pues la percepción necesita de tiempo para que sepamos qué huella cuneiforme dejará en nosotros. A continuación, pongo algunas películas que me sacudieron de una u otra manera, cuya huella probablemente cambiara con el tiempo.
Los reyes del mundo (Laura Mora Ortega, 2022). Cinco amigos emprenden un viaje para recuperar el terreno que uno de ellos heredó. A través de esta travesía que los lleva a recorrer Colombia, la directora Laura Mora construye un retrato sobre los desplazamientos y la violencia que los circunda. Los reyes del mundo no sólo retratan una realidad en el presente, sino que al internarse en el territorio de la imaginación, en la que los personajes imaginan un mundo en el que todo es de todos, se tiñe de atemporalidad. Se trata de un grito, de un «Esto es nuestro» que viene del pasado y del presente hacia el futuro. La emblemática frase de los protagonistas: «Que fuerte soy porque odio, que fuerte soy por tu odio», es una reivindicación del odio que lleva a pensar e imaginar un futuro, a tener esperanza de que es posible construir un mundo distinto.
Aftersun (Charlotte Wells, 2022). Un viaje entre un padre y una hija; una trama sin duda sencilla pero que, a partir de su sutileza, nos lleva a una profundidad en donde el afecto y la memoria se entretejen. Al ver esta película sentí una sensación parecida a cuando leí Bliss, de Katherine Mansfield. No porque ambos compartan una temática, sino porque tanto la película como el cuento se construyen a través de situaciones que podrían ser las de cualquiera (el viaje de un padre y una hija, una cena con amigos) hasta que de pronto ese otro lado se muestra. Intentando una comparación, es como chupar un mango y dejar al néctar escurrirse por las comisuras de los labios, por la barbilla y los dedos de las manos. Una experiencia tan hecha de presente que, sin intentarlo pero lográndolo, descubre, aunque sea por instante, el misterio de este estar aquí. En Aftersun, el afecto entre el padre y la hija se siente como el agua de un vaso que está a punto de derramarse, como una liga que se estira y estira, alcanzando y descubriendo sus límites, sin romperse. Una semejanza más con el cuento de Mansfield, en el que la felicidad de la protagonista coquetea con la locura sin jamás volcarse hacia ese otro extremo. Lo anterior, en ambos casos, permite la sensación de un presente que se siente atemporal, incluso eterno.
Trenque Lauquen (Laura Citarella, 2022). La primera impresión que tuve de esta película fue una especie de libertad por la forma en la que la trama se construye. Citarella sigue una correspondencia entre dos amantes, casi pareciera que esas cartas son una especie de mito que, con su búsqueda, ella trae al presente. Tanto es así que por un momento se cree posible que aquella historia de amor se replique en su propia vida; sin embargo, en la segunda parte del filme, la historia toma un rumbo inesperado. En el podcast de Mubi, Encuentros, Laura Paredes, quien es la protagoniza, habla de los cinco años que se llevó hacer la película. Tiempo que permitió a la trama abrirse, tomar rumbos inesperados y seguir las necesidades de los personajes. Una especie de rescritura que, usando palabras de la escritora Cristina Rivera Garza, «deshace lo ya hecho, mejor aún, lo vuelve un hecho inacabado, o termina dándolo por no-hecho en lugar de por hecho; termina dándolo, aún más, por hacer. Reescribir, en este sentido, es un trabajo sobre todo con y en el tiempo»[1]. Estos entresijos de libertad de Trenque Lauquen, de una trama que no se siente asida a nada más que a sí misma, me cobijaron con esperanza y paciencia para mi propia escritura y personajes. «Ser artista es: no calcular, no contar, sino madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permanece tranquilo y confiado bajo las tormentas de la primavera, sin temor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan tener paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuroso, como si ante ellos se extendiera la eternidad»[2], escribió Rilke a un joven poeta. Filmar con el tiempo, como si se estuviera frente a la eternidad, es la única forma de producir presente; deshacer lo hecho como esa escalera que se construye para mirar el mundo y que se debe destruir para mirarlo de nuevo, estos son los entresijos que trae consigo Trenque Lauquen.
Luz nocturna (Kim Torres, 2022). La noche: caliginosa, tupida con el sonido de grillos o de ranas de tan presente, cae como la tapa de una cacerola sobre los personajes del cortometraje Luz nocturna. Ale y sus hermanos viven sin su madre. Y lo que al principio pareciera una posible espera, se transforma en una ausencia tapizada de presencia; de ellos acostados o corriendo en la oscuridad con tan sólo unas lámparas que deforman sus cuerpos; del sonido de sus pisadas y sus risas que se unen a los ruidos inarticulados de la noche. En Luz nocturna, la fotografía habla a través de la inmensidad de los paisajes que se unen a la noche y caen, también, sobre los personajes deshaciendo la posibilidad o esperanza de que la madre de ellos regrese. Con el tono de quien narra un cuento, o como si se tratara de un sonido más de la noche, en voz en off se escucha cómo la hermana mayor les habla de la madre a sus hermanos. Y aunque los veamos en pantalla a ellos, entre la noche y horizontes plagados de árboles, surge una sensación de ausencia, de algo incompleto, que falta; parecido a estar sobre un cerro, entre vegetación, con un fuerte viento y, pese a toda esta presencia, descubrir una especie de abandono, de soledad.
[1] Cristina Rivera Garza, Desapropiadamente: Escribir con otros hoy, UNAM, México, 2014, p. 30.
[2] Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta, Colofón, México, 2005, carta III.
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