Tenemos que hablar de Kevin

Tenemos que hablar de Kevin

Por | 1 de junio de 2012

La maldad, ¿se hace o se nace con ella? Esa es la principal pregunta que nos deja Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, 2011) al terminar de verla. Basada en la novela homónima de Lionel Shriver (Gastonia, Carolina del Norte, 1957) sobre una madre que, por medio de cartas, decide expresar su relación con su primogénito. Su directora, Lynne Ramsay (Glasgow, 1969), decide adaptarla junto con Rory Kinnear, alternando escenas del presente con el pasado, mostrando el proceso de Eva ante un problema: su hijo.

La película utiliza el color rojo en la mayoría de sus escenas: desde el inicio donde vemos a una joven Eva disfrutando el festejo de la Tomatina, en España –su cuerpo teñido por jugo de jitomates– y durante el resto de la película, que tendrá momentos clave marcados por este color, mostrándonos que un mismo rojo puede representar el amor y también el odio.

Kevin desde niño decide hacerle difícil la vida a su mamá. Llorar durante todo el día y no aprender a hacer del baño en el excusado hasta los ocho años, son algunas de las situaciones que tiene que pasar Eva con su hijo. ¿Será él quien trae la maldad innata o será culpa de la madre por no querer a su hijo en el momento de la gestación? El largometraje no quiere desnudar el hilo negro sobre de quién es la culpa, sólo nos presenta pequeños fragmentos en la vida de estas personas, desde el nacimiento de Kevin, hasta dos años después del evento que lo cambia todo, dejándole al público la decisión de elegir entre sentir lástima por Eva o no.

Con una edición magnífica que intercala momentos claves de la historia –como cuando se mezcla el pasillo de una cárcel con el pasillo hacia la sala de partos–, muestra la ambivalencia que puede tener una historia conforme el tiempo va pasando. Los tres actores que interpretan a Kevin –cuando es bebé, niño y adolescente– lo hacen tan bien, que de verdad da miedo tener un hijo como él. Igualmente, bien se presenta Tilda Swinton en el papel de Eva, actuando espléndidamente, con esa mirada perdida en el horizonte, aceptando el sufrimiento que su hijo le genera.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 1, verano 2012, p. 61) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


David Ramírez García es uno de los investigadores que preparan la primera exposición del Museo del Cine de la Cineteca Nacional.