Sin amor
Por Rodrigo Garay Ysita | 13 de abril de 2018
Sección: Crítica
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El arrepentimiento, el arrepentimiento de verdad, tiene distintos alcances. El peor de ellos es perpetuo, prolongado de generación en generación mediante pequeños y grandes gestos de desprecio hacia los otros: el arrepentido se desquita constantemente con el mundo.
En su odio, hay dinámica. Al igual que los impulsos amorosos o libidinosos, las fuerzas del odiar cambian a los cuerpos de posición e influyen las decisiones de sus conciencias incendiadas. El choque de los protagonistas de Sin amor (Neliúbov, Andréi Zviáguintsev, 2017), por ejemplo, alimenta un sistema de gravitaciones fluctuante, con nuevos novios, novias, suegras y compañeros de trabajo orbitando a su alrededor, respirando su mismo aire venenoso, y con un niño meteórico proyectado a la nada por el aborrecimiento insaciable de sus padres.
Los victimarios son dos, fuentes del ánimo nefasto que sostiene a dicho sistema. Zhenia detesta a Borís, de quien se está divorciando. Sabemos que nunca estuvo enamorada de él, que llegó a su lado para escapar de la casa de su madre, a quien repudia todavía más. También sabemos que en ese arranque cometió el error de embarazarse y que el hijo de ambos, Aliosha, es entonces un resultado del odio y el acorralamiento, o la liberación de una tensión de potencias corrosivas. Ella, consciente en cada momento de la angustia que ha generado la toxicidad de sus relaciones humanas, está en perpetuo estado de fuga, la mirada perdida en la luz de su teléfono celular —su narcisismo es el narcisismo de todos, si la fijación por las selfies de varios personajes además de ella es indicador de una conducta que busca presentarse como defecto social.
Aliosha recibe todo esto como objeto (un punching bag de carne y hueso) y, eventualmente, como símbolo de las cosas afectadas por la desidia. El niño desaparece en un presunto escape y, aunque los progenitores que lo han ignorado toda su vida se tardan un día entero en darse cuenta, el relato lo conservará en ausencia (o, para robarle el término a los fotógrafos, se convierte en parte del espacio negativo) porque, en una de las primeras secuencias de la película, cuando vemos pelear al matrimonio por primera vez, Aliosha se establece como un elemento ubicuo de la narración: escondido detrás de la puerta del baño, lo escucha y lo sufre todo. Incluso cuando no lo vemos, su ausencia está presente en cada plano.
La búsqueda que sigue no se hace por amor filial, se hace por inercia. La asociación de rescatistas en Sin amor es el mecanismo sistematizado de la inercia. El mecanismo aplica la fuerza para mover lo que ya no pueden mover aquellos que odian. Eso que cambia de posición es el curso irrevocable de Zhenia y Borís, arrastrado por un procedimiento civil que cada vez menos tiene que ver con su deber como padres.
*
Satélites (notas sobre los que quedan fuera)
1. Hay instantes regados en la película para reconocer un daño colateral provocado por la gravitación del odio (privado) en una serie de personajes secundarios y terciarios (públicos), quienes han estado viendo el desmadre desde afuera y para quienes el cadáver irreconocible de un niño en el río debería ser una señal de alarma. Vistazos a los extras que habitan la misma helada Moscú que Zhenia y Borís, probablemente igual de crueles que ellos —en un travelling traicionero, una comensal se deja seducir por un desconocido fuera de campo en su paso por el tocador, sólo para regresar a la mesa en donde se reencuentra amorosamente con su pareja, como si nada. El juicio es automático.
2. En su primera novela, Pálida luz en las colinas (1982), Kazuo Ishiguro sugiere una tendencia suicida en la posguerra japonesa, velada ante los ojos de la sociedad que la lleva en las entrañas. Se apunta a ella a través del motivo de los niños colgados. En alguna parte de Nagasaki están matando a los hijos de gente incauta y los personajes sólo se enteran por rumores esporádicos. Una soga cuelga del pie de una mujer sospechosa en un momento clave de la narración. En Sin amor, una cinta barricada cuelga de un árbol, pendiente sobre las cabezas de una sociedad de ojetes y desalmados.
Rodrigo Garay Ysita es parte del equipo de Prensa de la Cineteca Nacional. Ha colaborado con Canal Once, Cinema Móvil, F.I.L.M.E. Magazine y Corre Cámara, y participa en el programa sabatino Filmofilia, de Radio Fórmula. @Rodrigo_Garay
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