Akira Kurosawa
Por Jessica Fernanda Conejo | 28 de marzo de 2017
Sección: Ensayo
Temas: Akira KurosawaCine japonés
Rashōmon (1950)
En 1950 Masaichi Nagata, director de la casa productora Daiei, propuso a un experimentado director realizar una película a su gusto. Decidió, entonces, adaptar al cine dos cuentos de Ryūnosuke Akutagawa: “En el bosque” y “La puerta de Rasho”. La historia de un samurái asesinado en un bosque lleva al interrogatorio de tres personajes: un bandido, la esposa del muerto y el propio difunto a través de una médium. La particularidad de esta historia es que, no obstante el testimonio de más de un personaje, es imposible reconstruir lo sucedido: la posibilidad de enunciar la verdad sobre un acontecimiento queda en entredicho. Nagata se siente decepcionado de la cinta porque la cree “incomprensible” y, sin embargo, sorpresivamente gana el León de Oro en el Festival de Venecia del 51 e inclusive el premio Óscar a la mejor película extranjera. El descubrimiento del cine japonés por el resto del mundo comienza en aquel entonces, bajo de la mirada de “El Emperador”, Akira Kurosawa.
Kurosawa nació en Shinagawa, Tokio, el 23 de marzo de 1910, y su cinefilia comenzó a aflorar a una corta edad. En su autobiografía recuerda haber visto películas de Charles Chaplin como El chico (The Kid, 1921) y Una mujer de París (A Woman of Paris: A Drama of Fate, 1923), y de David W. Griffith, en particular Orphans of the Storm (1921), desde los diez años. También recuerda que «lo que permanece en el corazón es ese fiable espíritu viril y el olor del sudor masculino», reminiscencia que puede respirarse a lo largo de su filmografía, integrada por más de 30 títulos, entre los cuales podemos citar como más populares Rashōmon (1950), El idiota (Hakuchi, 1951), Vivir (Ikiru, 1952), Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954), Trono de sangre (Kumonosu–jō, 1957), La fortaleza escondida (Kakushi toride no san akunin, 1958), Kagemusha (1980), Sueños de Akira Kurosawa (Yume, 1990), Ran (1985) y Rapsodia en agosto (Hachigatsu no kyōshikyoku, 1991).
Antes de triunfar mundialmente con Los siete samuráis, Kurosawa realizó El idiota, que es una adaptación de la obra de Fiódor Dostoievski, y que delata el gusto del Emperador por la literatura europea, particularmente rusa e inglesa. Protagonizada, como varias de sus cintas, por Masayuki Mori y Toshirō Mifune, El idiota traslada el universo de Dostoievski a los terrenos de Hokkaidō, donde el protagonista, un ex condenado por crímenes de guerra que se salva de ser fusilado conoce a una mujer que se enamorará de él, no obstante lo que todos consideran como “idiotez”, que no es sino bondad y sencillez adquirida después de su condena.
Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954)
Trono de sangre, otra película de Kurosawa inspirada en literatura europea (Macbeth de Shakespeare), relata un periodo de guerras civiles en que Washizu y Miki consultan a una bruja para conocer el futuro, y ésta les dice que serán capitanes de la Fortaleza del Norte, del Sur y del famoso Bosque de las Telarañas. Ante la siguiente profecía, más conocida, de que Washizu perdería una batalla solamente cuando el bosque anduviera, lo vemos transitar desde el honor hacia la traición y la locura, lo cual Toshirō Mifune interpreta de forma memorable. Otra obra de Shakespeare adaptada por Kurosawa es El rey Lear en Ran, que relata cómo Hidetora Ichimonji abdica en favor de sus tres hijos, las consecuentes luchas de poder y las batallas de rencor y venganza que caracterizan al director.
En Los siete samuráis, el cineasta retoma la historia clásica sobre los personajes que se reúnen para librar una gran batalla, pretendiendo salvar a una aldea del asedio de los malos de la película. Es en esta cinta donde Kurosawa exhibe su habilidad para la utilización de nuevos elementos con la cámara y el montaje, que construye escenas de violencia precoz e instantánea que han inspirado a cineastas contemporáneos como Takeshi Kitano. Para muchos Los siete samuráis es muestra de un nuevo estilo en Kurosawa, basado en el uso de teleobjetivos para captar detalles. El director acostumbra filmar a sus actores de lejos y con varias cámaras para que no sepan frente a cuál dispositivo interpretar, lo cual genera más realismo sin perder plasticidad, ya que no es preciso detener la continuidad de la acción, por la multiplicidad de ángulos que se están registrando de las escenas cargadas con muchos personajes. A pesar de su larga duración es un ejemplo excelente para acercarse a la filmografía de uno de los artistas japoneses más admirados en su país natal, para quien «sólo los actos que surgen de las emociones son actos válidos».[1]
George Lucas nunca ha negado su fascinación por la cultura nipona, y es de conocimiento popular que Star Wars (1977 a la fecha) está inspirada en una película de Akira Kurosawa, La fortaleza escondida, entre otras cosas porque ambas están contadas desde el punto de vista de personajes “humildes”. En el caso de la Fortaleza por los dos campesinos traicionados, Tahei y Matashichi, y en Star Wars por C-3PO y R2-D2. En la cinta de Kurosawa los dos campesinos se unen con un general, Makabe Rokurōta, para proteger a una princesa y una cantidad de oro. Al final son traicionados por el general, quien junto con la princesa tenía el objetivo de devolver el poderío a su familia.
La fortaleza escondida (Kakushi toride no san akunin, 1958)
Kurosawa se parece a Stanley Kubrick en que también adaptaba la técnica a sus necesidades, y no al revés, la proliferación de primeros planos, gran profundidad de campo, y un plástico detallismo revelan a un cineasta altamente consciente de las posibilidades cinematográficas. Kagemusha es considerada por el crítico Darrell William Davis un ejemplo de “cine monumental” hecho en Japón, e hizo que valiera la pena la gestión de Lucas y de Francis Ford Coppola para producir y distribuir la película: la historia del jefe de un clan en el Japón del siglo XVI, quien es herido de muerte, pero decide ocultar su fallecimiento por temor a las consecuencias de esto en la guerra que está librándose por el control del país. Se decide utilizar a un bandido de enorme parecido para ser su doble (kagemusha), hasta que éste comienza a mimetizarse con su original para posteriormente caer, propiciando la decadencia del clan.
Muchos recordaremos con grata impresión al personaje del fragmento de los Sueños que se introduce a las pinturas de Vincent van Gogh, dando paso a la otra cara de Kurosawa, sí abierto a la cultura “occidental”, pero sin perder las bases formalistas de gran parte de la cultura japonesa. No fue la primera ocasión en que utilizando pocos componentes enhebró pequeñas e interesantes historias que heredan a la historia del arte imágenes inolvidables: cerezos, túneles y campos de trigo. La exposición en 2011 en el museo ABC de Madrid dio gala del talento de Kurosawa no solamente como cineasta, sino también como pintor y diseñador de producción, ya que él mismo elaboraba sus storyboards con atrayente técnica de acuarela colorida, detallada, emotiva y desafiante.
La última etapa del cine del Emperador nunca dejó su fiel compromiso con las preocupaciones sociales. Una de las cintas japonesas más famosas sobre el bombardeo en Hiroshima es Rapsodia en agosto, que si no es una de sus mejores cintas, es parte de la iconografía de la sensibilidad atómica. Una anciana hibakusha (nombre dado en Japón a los sobrevivientes de la bomba atómica) que perdió a su marido en el bombardeo sobre Nagasaki cría a sus cuatro hijos. Viaja a Hawái a visitar a su hermano enfermo, donde se encuentra con Richard Gere, quien interpreta a su sobrino. La mirada de Kurosawa fue poco a poco venciéndose con la vida hasta que rara vez miraba a los actores mientras rodaba, lo cual no impedía que se detectara su vocación como creador de imágenes.
El director Hirokazu Koreeda cuenta que si tuviera que escoger un recuerdo de entre todos los episodios de su vida, escogería una tarde en un cine, al cual asistían obreros y trabajadores. La película que se proyectó ese día hizo llorar al público, y lo más importante, hizo que al final todos se levantaran a aplaudir. Esa película es de Kurosawa y se llama Vivir. Un magistral Takashi Shimura interpreta a un burócrata que, tras verse diagnosticado de cáncer, decide cambiar su monótona vida como funcionario público para solucionar los problemas de diferentes comunidades, transformando la vida de la ciudad con pequeñas mejoras que se convierten en grandes alegrías. La imagen del protagonista solo, entonando una bella melodía y columpiándose en un parque que hizo construir él mismo es una de las más entrañables de la historia del cine.
«Sigo diciendo lo mismo de diferentes modos. Si miro a las películas que he hecho, creo que preguntan ¿por qué los seres humanos no son felices?», son de las palabras más recordadas del director. Ojalá que, como su cine, nos sigamos haciendo esta pregunta, ojalá que comprendamos que no es una pregunta inocente, que cada mirada a la niebla o el humo, los bosques lluviosos, los sonidos de espadas y armaduras chocando, las puertas en ruinas, las pieles sudorosas y las grandes batallas, están inconformes frente a la realidad de la humanidad.
[1] Donald Richie, The Films of Akira Kurosawa, University of California Press, Berkeley, 1992, p. 169.
Jessica Fernanda Conejo es licenciada en Comunicación (especializada en Producción Audiovisual), maestra en Historia del Arte y doctorante en Ciencias Políticas por la UNAM. Es miembro del Seminario Universitario de Análisis Cinematográfico.
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