Nosotros los Nobles
Por José Luis Ortega Torres | 1 de julio de 2013
Una de mis teorías para explicar porqué tal o cual película medianamente hard se convierte en hit de taquilla es simple: el morbo vende. Sea morbo sexual, religioso, sangriento, político o cualquier otro, el público siempre está dispuesto a pagar en taquilla por saciar una sed de morbo que es totalmente intrínseca a nuestra naturaleza humana. Qué nadie se espante. En el cine mexicano eso ha quedado claro: las películas que más gente (y dinero) han metido a taquilla son las que excitan el escándalo con sacerdotes carilindos que provocan abortos, o las de presuntos culpables injustamente encarcelados, gorditas que se masturban hasta caer en relaciones sadomasoquistas por miedo a la interminable soledad, sin contar la amplia gama de la narcoviolencia.
Sin embargo, tampoco debemos perder de vista que el público nacional tiene otras necesidades, porque del todo bárbaros no somos, y así filmes de aliento aspiracional y ejemplificador le llegan directo al corazón como un bálsamo que recuerda que no todo a nuestro alrededor (ni el cine como su reflejo) está pútrido: el inusitado éxito de boca en boca de El estudiante (Roberto Girault, 2009) y de la comedia romántica No eres tú soy yo (Alejandro Springall, 2010), son buenos ejemplos de que el público mexicano es impredecible.
Ahora bien, nada comparado con el titánico éxito de Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013), filme que prácticamente de la nada se elevó como el non plus ultra del cine mexicano hasta convertirse en la película más taquillera de nuestra historia, llevando a sus salas más de 6 millones 491 mil espectadores. Entonces surge la pregunta más sencilla para intentar explicarlo: ¿por qué?, pero resulta que los eruditos en la materia no atinan a la respuesta. El fenómeno de Nosotros los Nobles es, en sí mismo, “un garbanzo de a libra” difícil de descifrar.
No hay morbo que saciar con ella. No hay sangre, sexo retorcido, narcodramas descarnados, ni políticos corruptos. Por otro lado y a la inversa de eso que ahora se supone es el cine mexicano a ojos internacionales –europeos, para ser precisos–, no hay actores feos que demuestren el azotado naturalismo latinoamericano. No hay largos planos secuencia que evidencien la moda del minimalismo hueco. No hay planos agresivos, ni desenfoques arty, tampoco contrapuntos sonoroexperimentales. Nosotros los Nobles va a contracorriente.
Si no es todo lo anterior, entonces ¿qué es la opera prima de Gary Alazraki (Ciudad de México, 1977)? De entrada, la libre puesta al día de un argumento de los esposos Luis y Janet Alcoriza dirigido en 1949 por Luis Buñuel como El gran calavera, cuya anécdota resulta prácticamente intacta: El pater familias engaña a sus hijos holgazanes con una falsa ruina para hacer de ellos personas de bien, y lo logra. Y de ninguna manera lo anterior es un spoiler: todo mundo sabe lo que sucederá al final de una comedia que se pretenda de superación. Luego entonces, no hay sorpresa alguna en este filme.
La sorpresa no radica en descubrir un final inesperado, sino en que Nosotros los Nobles es una comedia sumamente entretenida, técnicamente bien lograda, argumentalmente ligera y con el entramado lo suficientemente bien urdido para encontrar en ella las dosis correctas de trabajo honrado, amor del bueno, educación práctica en la “escuela de la vida”, solidaridad fraterna y arrepentimientos filiales. Lo que toda familia mexicana “bien” –que no significa millonaria– desea.
Se encuentra llena de clichés conocidos (la princifresa, el chambeador, el arribista) y otros de nuevo ascenso (el hipster, el mirrey) que todos conjuntados crean un nuevo retrato del colectivo urbano de cuando menos, la ciudad de México –pienso que sería un buen ejercicio ver cómo funcionó el filme en plazas donde no hay ni mirreyes ni hipsters, sino tribales de botas picudas, por ejemplo–, y me pregunto: ¿será por esa identificación con estos nuevos arquetipos citadinos y cotidianos que Nosotros los Nobles se instaló de inmediato en el imaginario colectivo de público?, ¿será acaso que entre tantas risas planteó, sin quererlo, un nuevo modelo aspiracional?
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Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 5, verano 2013, p. 55) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago
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