No se aceptan devoluciones
Por José Luis Ortega Torres | 1 de enero de 2014
Lo que al día de hoy podríamos denominar el “fenómeno Derbez”, no es más que eso: el éxito mediático de un solo hombre. O mejor dicho, de un solo nombre. Bien conocido como comediante televisivo Eugenio Derbez (Ciudad de México, 1961) se reincorpora al cine –en el que incursionó desde hace décadas como actor de rutinarias comedias de Televicine (Soy hombre y qué, Jorge Manrique, 1992) y hasta en exitosos remakes de filmes sudamericanos (No eres tú, soy yo, Alejandro Springall, 2010)– de una forma contundente: como auteur de su propio vehículo de lucimiento.
Si bien No se aceptan devoluciones (2013) no es un dechado de virtudes técnicas –vergonzoso green screen–, ni de dirección escénica y la actuación de Derbez se ajusta a sus parámetros televisivos; su opera prima es, en sí misma, una genialidad en otros niveles: a) en el conocimiento de los resortes del melodrama made in Televisa, casa que lo vio nacer, crecer y ahora hasta superarla; b) derivado de lo anterior, en el perfecto conocimiento de su público base y la manipulación lacrimógena del mismo, y c) por la comercialización del producto al estilo de “fayuca” de telemárketing en todos los horarios prime time.
Me explico. De la misma manera que los filmes arthouse nacionales tienen que llegar a nuestras salas con el aval que dan los premios de los festivales triple A para que el público “intelectualizado” los acepte y luego celebre, No se aceptan devoluciones debió llegar con una garantía similar: un inteligente estreno en los Estados Unidos antes que en México, redituando en un pasmoso éxito de taquilla y crítica yanqui, bendiciones que la situaron en las mismas condiciones que a cualquier blockbuster hollywoodense. Una legitimación externa que allanó la mitad del camino: si los gringos la recomiendan entonces sí está buena.
No se aceptan devoluciones es un suceso, ni cómo negarlo. Su historia transcurre ligera por derroteros obvios, sin complicaciones, correctamente narrada y con un giro más o menos disimulado hasta el último cuarto de la cinta. Derbez sí es brillante, pero su genialidad se basa en saber a la perfección que 1+2=3, algo que otros realizadores olvidan buscando aplicar, sin entender, el E=mc2.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 7, invierno 2013-14, p. 52) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
José Luis Ortega Torres es fundador y editor de revistacinefagia.com. También es editor de Icónica y Subdirector de Publicaciones en la Cineteca Nacional. @JLOCinefago
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