Marina Abramović: La artista está presente
Por Abel Muñoz Hénonin | 1 de octubre de 2013
Sección: Crítica
Directores: Matthew Akers Jeff Dupre
Temas: Jeff DupreMarina AbramovićMarina Abramović: La artista está presenteMarina Abramović: The Artist Is PresentMatthew Akes
La artista está presente porque lo estuvo. Estuvo presente en la pieza central de su retrospectiva (2010) en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York —la que dio nombre al evento— y está presente mientras corre la película donde se registró y enmarcó su participación. Un registro más en el vasto acervo de cintas de 16mm y video donde se ha dejado constancia de su aportación efímera de dientes para afuera al arte —quien se filma o se graba no está comprometido con lo momentáneo nimio. Pero, en este caso, estamos ante un registro dramático, coincidente en tono con la obra de Marina Abramović tras la ruptura con Ulay. Para un trabajo basto con el cuerpo, formatos sencillos, directos; para un trabajo montado y con una estética entre teatral y publicitaria un documental de personalidad conmovedor. Un documental que narra la biografía de la artista en tono vocativo desde su infancia en la triste y rígida Yugoslavia, pasando por su pobreza comprometida y radical a lo largo de Europa (al lado de Ulay), hasta su triunfo glamoroso en la que parece ser la única ciudad del mundo para el arte. Si la historia empezara en Minnesota y tuviera una guitarra sería la de Bob Dylan.
Marina Abramović: La artista está presente (Marina Abramović: The Artist Is Present, 2012) puede entenderse mejor desde el mundo del rock que desde el mundo del arte porque se ocupa del estatus de celebridad –una palabra que nunca termina de sonar bien en español– y porque reproduce el esquema principio-esfuerzo-triunfo espolvoreado de comentarios de expertos típico de series documentales de MTV como Behind the Music (1997 a la fecha). En la historia que cuentan Matthew Akers y Jeff Dupre el álbum parteaguas es la retrospectiva del MoMA y el sencillo The Artist Is Present, donde Abramović (Belgrado, 1949) se sentaba por horas a mirar de frente a personas que se sentaban por turnos frente a ella.
Entre el 14 de marzo y el 31 de mayo de 2010 cientos o miles –más probablemente cientos que miles– de personas se sentaron frente a la artista, convertida en un fenómeno pop gracias al museo más famoso del mundo. La artista está presente registra a los fans durmiendo afuera del museo como si pasaran toda la noche haciendo fila para comprar boletos de un concierto para conseguir lo mismo que hubieran conseguido si hubieran ido a una galería chiquita y sin chiste que presentara uno de sus performances: verla.
En el documental hay un vaivén de énfasis que va de la celebridad a los fans, que se magnifica alrededor de The Artist Is Present, una obra de resistencia ególatra. La artista está ahí para ser vista y adorada. El título no deja lugar a la ambigüedad. Y los fans la adoran, compiten entre ellos por estar ante su presencia, lloran por verla y hablan de cómo la experiencia los transformó. Algo parecido a estar con un rockstar en una cena: partir el pan, como igual, con alguien a quien se le otorga superioridad.
Pero lo más interesante es cómo La artista está presente muestra todas las grietas de la celebridad. Por ejemplo, cuando alguien intenta romper las reglas de la pasividad del espectador (una mujer que intenta desnudarse, un tipo pretencioso –un “artista” arriesgando un poco de notoriedad, ha de suponerse– con un disfraz…) un eficaz sistema de control (la vigilancia del museo) lo saca del juego. Sólo la Artista tiene derecho a destacar.
La figura de la celebridad hace aún más agua en el bellísimo momento en que Ulay (Solingen, Alemania, 1943), ese otro radical que compartió doce años de su vida con Abramović, se sienta y la mira. Ulay es una pieza de colección, un fantasma del pasado y un viejo ya en calma; Abramović una estrella ávida de reconocimiento y admiración. Ulay se sienta, se pone cómodo y coloca sus enormes ojos azules, llenos de ternura, cariño y desapego sobre ella. Ella abre los ojos en la pausa entre una persona y otra. Sonríe sorprendida y luego se quiebra, llora. Extiende las manos y, con el gesto, pide y recibe las de Ulay. Por una vez, se ve desarmada y se parece a toda la gente que se sentó frente a ella. Descolocada, Abramović da la impresión de ser alguien que tiene que bañarse y comer todos los días. Vuelve a parecerse al prójimo.
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 6, otoño 2013, p. 59), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y la oficina de Difusión y Programación para la Cineteca Nacional. También imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Coordinó junto con Claudia Curiel el libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012).
Entradas relacionadas
Megalópolis: El desdén a la utopía y la posibilidad de los afectos
Por Bianca Ashanti
28 de noviembre de 2024Cinco postales móviles de una ciudad (¡Ya México no existirá más!)
Joker: Folie à Deux: Tiempo de diagnósticos
Por Mariano Carreras
16 de octubre de 2024Longlegs, el terror que no fue
Por Israel Ruiz ArreolaWachito
17 de septiembre de 2024Mudos testigos: Levemente real, levemente espectral
—¡Ah, una nueva emoción! —Hola, soy ganas de criticar IntensaMente 2
Por Israel Ruiz ArreolaWachito
9 de julio de 2024