Andrés Téllez Parra es escritor y profesor de Sociología del Cine en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Mad Max y la estética del desierto
Por Andrés Téllez Parra | 28 de mayo de 2015
Sección: Crítica
Género: Ciencia ficción
Directores: George Miller
Temas: George MillerMad Max: Furia en el caminoMad Max: Fury Road
Desierto: red fosilizada, luminosa, de una inteligencia inhumana, de una indiferencia radical: la indiferencia no sólo del cielo, sino de las ondulaciones geológicas, donde las pasiones metafísicas del tiempo y del espacio cristalizan. Aquí los términos del deseo se voltean cada día y la noche los aniquila. Pero espera a que llegue el amanecer, con el despertar de los sonidos fósiles, el silencio de los animales.
Jean Baudrillard, América
Para Baudrillard, el desierto es la imagen que mejor representa a la sociedad norteamericana: la sociedad de las carreteras, del vacío, de la velocidad, de las superficies minerales, de los espacios estriados, de los lagos desertificados repletos de sal y piedras; la sociedad de la catástrofe futura (ya arribada): el desierto como la expresión de la desertificación social, como una forma de desaparición.
La cuarta película de la saga de George Miller (Brisbane, 1945), Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015), continúa la exploración del mundo desertificado y desertificándose que el director había emprendido más de tres décadas atrás con Mad Max (1979), Mad Max 2: El guerrero de la carretera (1981) y Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (1985).
En Mad Max: Furia en el camino la tierra entera ha devenido lo que el etnólogo Marc Augé denominara no-lugar: instalaciones hechas para la circulación acelerada de personas y bienes, lo contrario de la utopía, la imposibilidad de una sociedad orgánica. Así, los trayectos en este mundo desertificado se articulan en torno a dos polos: el petróleo, el combustible para seguir alimentando la incesante máquina de guerra (paradójicamente, el último resabio de la civilización, encarnada en esos objetos a los que los futuristas dedicaran odas: las máquinas de la velocidad), y el agua. De aquella naturaleza capaz de inspirar el sentimiento de lo sublime –como querían Kant y los románticos– ya sólo queda un bramido de polvo, como ola seca y terrible, que engulle a los personajes con sus máquinas de guerra.
Y son precisamente los personajes femeninos los que en este filme intentan trazar una línea de fuga: la búsqueda de un lugar verde, la utopía. En efecto, el filme se articula entre un trayecto de ida y otro de regreso, siguiendo el mismo trazo; sin embargo, durante el camino, los personajes de Mad Max no aprenden nada ni de sí mismos, ni de los otros; lo único que traen de regreso es la certeza de que no hay nada más allá del horizonte plano que enmarca el inabarcable desierto de una tierra devenida un no-lugar. Hay un plano-secuencia que muestra a las mujeres en la noche mirando las estrellas, y una de ellas se pregunta si aún habrá alguien allá afuera. Por respuesta sólo se escucha el silencio mineral del desierto que parece reflejarse en un universo cuyas estrellas mudas parecen más bien los relámpagos efímeros de una guerra.
Las espectaculares secuencias de acción que abarcan la casi totalidad de la película contrastan con la sequedad de los diálogos y el casi nulo arco narrativo de los personajes, pues es en ellos donde mejor se expresa el desierto, especialmente en el brillo de la mirada de Imperator Furiosa (Charlize Theron): vaciada de profundidad, preñada del desierto que se extiende al infinito en un horizonte plano que conduce hacia la nada.
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