Lucky

Lucky

Por | 29 de marzo de 2018

Sección: Crítica

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Según la definición que el fallecido actor Harry Dean Stanton lee casi al principio de la que sería una de sus últimas interpretaciones en pantalla, el realismo «es la práctica de aceptar una situación tal como es, y estar preparado para enfrentarla en consecuencia». Quizá esta definición es el presagio que intentamos evadir a lo largo de la vida. Por ello, preferimos esquivar la realidad con historias y vivencias que queden perpetuadas en una espiral de memoria viva, aun si muchos de los recuerdos se depositan en una caja nostálgica y dolorosa que preferimos sellar para así evitar la sensación de pérdida. Sin embargo, en algún punto de la vida, la realidad es inminente, por lo que habría que preguntarse: ¿qué hacer ante la prontitud de dicho realismo?

La respuesta a esta cuestión se desentraña en Lucky (2017), primer largometraje de John Carroll Lynch como realizador. A partir de la mirada de su protagonista, interpretado por el ya entonces nonagenario Stanton, Carroll Lynch (Boulder, Colorado, 1963) confecciona un relato de tintes existencialistas que, no obstante, se convierte en una lúcida e irónica meditación sobre la muerte, la pérdida y la soledad. Todos los días, el huesudo y ateo Lucky despierta y fuma un cigarro. Hace sus ejercicios matutinos, camina por las áridas calles de su pueblo y visita la cafetería y un bar antes de regresar a casa para terminar de resolver los crucigramas del periódico al son de los concursos televisivos. Una caída hará iniciar a este veterano de guerra una especie de viaje de autoexploración que lo guíe hacia el significado de la vida.

No obstante, existe algo más en esta figura lacónica y nihilista que igual fuma una cajetilla de cigarros al día como habla español con una fluidez nítida: su fidelidad a las convicciones propias. Parece que la odisea de Lucky a lo largo del metraje fuera una resistencia a la burocracia emocional y fatalista, la cual ha impuesto ver la perpetuidad como un imperativo. El anciano no cree en fatalidades ni vicios como sí lo hace en la empatía que producen pequeñas acciones como una animada fiesta de cumpleaños, fumar un porro con una mesera de la cafetería o el intercambio de anécdotas con otros seres errantes. Esto se transforma en una reflexión sobre el carácter fugaz de la vida, asumiendo ese avasallador realismo que tenemos que enfrentar en algún momento. Bajo esa línea, Lucky se convierte no sólo en una carta de amor a la existencia, sino también se puede definir como un ejercicio mnemotécnico sobre el testamento que dejamos en el plano terrenal. Una herencia a la cual, como dice el personaje, no hay más que sonreírle.

Las polvorientas calles del Medio Oeste estadounidense encapsulan el paso del tiempo, la tranquilidad y la mortalidad de ese ser que busca no un lugar en la memoria colectiva, sino la fidelidad a los actos de vida propios. Más allá de hacer un homenaje por parte de Lynch a su homólogo, se trata de forjar una similitud al carácter subterráneo de su carrera, cuyo espíritu desafiante y silencioso contrasta con el cansancio físico de la vejez, aspecto evidente en los ojos y gestos del actor. Es como si el trabajo de Stanton, ya ausente en el plano material, emergiera con potencia de la caja de recuerdos que muchas veces reduce la memoria de aquellos que han partido a un carácter nostálgico muy en el tono del famoso in memoriam de las premiaciones.

Lucky es una carta abierta para enfrentar el realismo con todas sus consecuencias. Y lo hace desde la figura de un protagonista que, aún con sus prejuicios y valores culturales, se pasea como un caballero libre que busca conectar con la subjetividad de lo permanente, la inminencia de lo real y la creencia de que son esas pequeñas conexiones humanas las que forman la memoria viva. Porque al final, aún con el carácter solitario y errante como el que posee Lucky, es la empatía la que se superpone a toda consecuencia realista, y eso es algo que no puede depender de la definición impuesta por los otros, sino de la defensa de las convicciones propias.


Edgar Aldape Morales es asistente editorial en la Cineteca Nacional. Formó parte de Talents Guadalajara 2018.