Llámame por tu nombre
Por Jorge Hidalgo Chagoya | 1 de febrero de 2018
Sufjan Stevens compuso dos canciones para la banda sonora de Llámame por tu nombre[1], una de ellas, “Mystery of Love”, llama la atención por el nombre de una tradición profundamente romántica. La palabra misterio expresa una naturaleza enigmática cercana a lo místico. Contrario a la romantización del amor, se ha expuesto que éste no es ni tan misterioso ni tan sagrado sino que ha sido explicado sistemáticamente por variables sociales, psicológicas, culturales y hasta biológicas. Ha llegado a ser incluso uno de los temas principales en el psicoanálisis bajo el término “libido” (la energía, de naturaleza sexual, que nos apuntala a vincularnos con el mundo), con el que Freud explica la determinación de la sexualidad por la historia personal de infancia[2], y al que se han sumado también las aportaciones de los herederos de su pensamiento. Se plantea entonces un desarrollo psicosexual (la mente se forma a partir de la historia de la energía sexual) donde el ser comienza, ensimismado en sus propias excitaciones, a contactar con sus padres u otros cuidadores estableciéndose la sexualidad infantil, la cual con un crecimiento “óptimo” llegaría a su forma adulta en relaciones no endogámicas. Sin embargo, las raíces infantiles de la sexualidad nunca desaparecen por completo, sino que se manifiestan en su mayoría con eventos velados o sutiles aunque latentemente guíen las tendencias en la forma cómo nos relacionamos.
La libido primero fue enmarcada dentro de una teoría económica, donde la energía se podía invertir en uno mismo (libido yoica o narcisista) o en una sustancia externa (objetal) de una forma gradualmente excluyente[3]. La primera es natural en los niños pequeños pero patológica en adultos, asociándose con psicosis o trastornos de la personalidad. En Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, Luca Guadagnino, 2017), Elio y Oliver mantienen una relación que bordea entre estas dos dimensiones. El ser humano parece ya estar configurado para amar categóricos aspectos, en formas específicas y con reacciones relativamente predecibles, lo que da la posibilidad de sentirlo como un fenómeno trascendente y facilita la identificación con los relatos del otro.
El narcisismo ha sido una palabra patologizada en el discurso popular por la categorización psiquiátrica, desde una visión radicalizada que se centra en los rasgos disfuncionales de la personalidad, en este sentido la sombra ha recaído específicamente en las relaciones homosexuales[4] (ya que la clínica mental abogó por mucho tiempo, desde una posición moral heredada del cristianismo pero cientifizada, que la atracción hacia el mismo sexo no se refiere por completo a un otro, por lo que resulta viciada en oposición con la más idealizada pareja heterosexual); sin embargo, el amor propio es lo mismo que parece impulsar el autocuidado, higiene, autoperseveración, entre otros aspectos esenciales para la constitución de la persona.
En realidad parecería que, irremediablemente, cuando uno ama a otro también se está amando de cierta forma a sí mismo, siendo estos dos aspectos relacionales indivisibles. Lo que uno hace con los demás se lo está haciendo también a sí mismo. Es común escuchar en las historias de amor frases como «Me gusta cómo soy en su compañía», «Me ve como nadie más» o incluso «Veo mi reflejo en sus ojos»; así como observar, a su vez, parejas que resultan ser muy similares en varios aspectos físicos, hábitos o formas de pensar. En relación a esto ya Freud observaba que el narcisismo, como más típicamente se piensa, no se reduce a la adoración de los propios dotes sino que se recurre también amar a otros parecidos al sí mismo en tiempo presente, pasado y futuro: a otros que se parecen a lo que el sí mismo idealizado acaecido lucía o a lo que uno desea que el sí mismo sea próximamente.
El título de la película ya parece sugerir un acercamiento a un vínculo a través de la visión de sí mismo en el otro. Y es que las escenas en eco cuando Elio llama a Oliver «Elio, Elio, Elio», y viceversa, revelan el peso que ancla en su relación esta apreciación del reflejo mutuo. No solamente son similares por ser judíos, burgueses e intelectuales: Elio representa para Oliver el recuerdo añorado de la juventud y la fantasía de recuperar el tiempo pretérito; en oposición, Elio busca su propia adultez en Oliver. Ávido de crecer (piénsese en la escena donde se rasura un bigote que en un primer lugar ni siquiera tiene) para despojarse de su fragilidad infantil y su sexualidad pueril, que le aterroriza (es digna de recordar la escena del durazno, donde Oliver en un gesto de profunda aceptación y complicidad, muerde la fruta utilizada por un horrorizado Elio para masturbarse). Convertirse en adulto es entonces ser una persona con fortaleza y autonomía.
Es así como se recrea una relación arquetípica de pederastia entre un efebo, en busca de la iniciación, y un adulto ya instruido, dispuesto a cuidarlo y protegerlo encarnando una figura parental. De esta forma el amor narcisista del protagonista tiene como función esencial el desarrollo evolutivo de su persona, a través de la lección erótica y emocional. La arqueología no sólo hace referencia entonces a la homosexualidad clásica que se enaltece en las épicas griegas y romanas, sino que también habla componentes primitivos e infantiles –expresado elocuentemente en la escena donde se recupera una escultura evocativa del erotismo mitológico desde el fondo del mar, el cual tradicionalmente se asocia a las profundidades de la mente inconsciente– que en el amor de la narrativa se presentifican: la masturbación culpígena, el fetiche, la triangulación donde se usa a la mujer para generar celos en el otro, y los juegos de seducción donde se frustra volitivamente el deseo de la pareja para exacerbarlo.
El plantear como misterio a un fenómeno complejo tiene el efecto de facilitar su digestión, es decir se evita pensar al respecto ya sea por culpa u otro dolor. Cuando la atracción y los medios parecen destinados surge un misterio que aparentemente sigue vigente. Y es que desde la racionalidad humana no se explica cómo a pesar del daño previo (en nuestras historias fallidas) y futuro (la obligatoria separación ya sea por desencuentro o muerte) las personas siguen encontrando disposición para amar y arriesgarse. Oscar Wilde elucida en Salomé: «El misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte». Todo el tiempo de los créditos se dedica en consecuencia a mostrarnos a un Elio ya llorando por la traición de su amante, dando una final y fugaz mirada al espectador que rompe con la cuarta pared, poseedor del saber que la audiencia ha hablado el mismo lenguaje. A pesar de las heridas narcisistas, el nunca ser suficiente para satisfacer al objeto de deseo, lo perdido en los fallos, los desengaños y las mentiras, uno todavía está sujetado a desear y desear. Sin embargo el vínculo perdido, en razón de su autenticidad, parece augurar crecimiento. La pantalla se vuelve entonces otro reflejo posible de nuestros primeros ensayos de ternura.
[1] Esto parece reivindicar la importancia del grupo de Facebook «Is this Sufjan Stevens song gay or just about God?»
[2] Cf. Sigmund Freud, Tres ensayos sobre teoría sexual, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1905.
[3] Cf. Sigmund Freud, Introducción del narcisismo, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1914.
[4] Cf: Silvia Di Segni, Sexualidades: Tensiones entre la psiquiatría y los colectivos militantes, Fondo de Cultura Económica, México, 2013.
Jorge Hidalgo Chagoya es psicólogo.
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