Imágenes que forjaron una patria 4: Azt

Imágenes que forjaron una patria 4: Azteca Film entre la peste roja y El automóvil gris (parte 2)

Por | 2 de octubre de 2020

1.

La población de México en 1910 era de 15,160,369 habitantes. En 1921, se redujo a 14,334,780. En el lapso transcurrido murieron 825,589 personas. La mayoría de esas muertes fueron consecuencia de la Revolución. Un número significativo se debió a una pandemia, la peste roja, tipo de influenza H1N1, causante de hemorragias en el tejido pulmonar. Fue más conocida como gripe española por un hecho fortuito: la prensa de España dio a conocer la noticia al carecer de la censura que otros países europeos impusieron por la Gran Guerra. Se originó en Estados Unidos.

En octubre de 1918, el Hospital General reportó un incremento sustancial de muertes por neumonía: 2,435.

La primera nota periodística apareció en El Demócrata el 10 de ese mes: «La epidemia de influenza toma incremento. La peste amenaza llegar a la ciudad…». Se trataba del segundo brote, más virulento. La enfermedad surgió la primavera previa.

El día 11, El Universal informó con detalle sobre «La epidemia de Influenza Española», que «mientras en México se dice que ha disminuido en el Norte, de Monterrey se reciben noticias de que el mal se recrudece. Los muertos mueren asfixiados. Desde hoy se hará el regado de las calles de la metrópoli con desinfectante». La enfermedad era letal: en 48 horas el enfermo podía morir sangrando por la nariz o al toser. De ahí lo de peste roja.

En esta situación, la endeble administración de don Venustiano Carranza quedó de lado. Se aplicaron en automático los códigos sanitarios vigentes desde el siglo XIX, claros con sus directrices de cuarentena y desinfección.

El 12 de octubre, el Departamento de Salubridad pidió a los ayuntamientos, ante el incremento de enfermos, clausurar cines, teatros, escuelas, cantinas, pulquerías, iglesias… –cualquier centro de reunión– y suspender el tráfico de las 11 de la noche a las 4 de la mañana siguiente para desinfectar las calles.

El 3 de noviembre se reportaron 200 decesos: la rampante peste roja mantenía devastador paso. Al final se contabilizaron en la ciudad poco más de 7,375 muertos.

Ninguna fuente consultada revela la razón por la que la cuarentena se aplicó con criterio laxo. Los cines, por ejemplo, funcionaron sin ningún obstáculo. La cartelera de aquellos años lo evidencia. Considerando el inicio “oficial” de la pandemia, cuando se dio la noticia, el sábado 10 de octubre, y el final de 1918, que fue el martes 31 de diciembre, en casi tres meses, en la ciudad de México, se estrenaron 52 películas. Poco más de cuatro por semana.

Los pocos cines en funcionamiento de la ciudad no manejaban el concepto “estreno”.  Eso sí, laboraban sin pausa en horario vespertino, de las 17 a las 23 hrs. Octubre 10 vio debutar sin problema La agonía de Bizancio (Lagonie de Byzance, Louis Feuillade, 1913) y el 12, Crimen y castigo (Crime and Punishment, Lawrence B. McGill, 1917). Hubo más oferta los días 17, 19, 20, 24, 25, 26, 27 y 31.

En noviembre, con la peste en auge, el ritmo no bajó: los días 3, 5, 6, 7, 9, 10, 12, 14, 17, 23, 24, 25 y 28, la actividad fílmica siguió. Se mantuvo igual en diciembre: el 1°, 5, 7, 10, 14, 16, 19, 21, 25, 26, 28 y 29.

Un detalle. El taquillazo de la temporada fue Mis cuatro años en Alemania (My Four Years in Germany, William Nigh, 1918). Duró tres semanas, a partir del 10 de diciembre. Su tono semidocumental abordaba la vida del embajador estadounidense James W. Gerard durante la Guerra (1914-18). Autorizadas por Gerard mismo, estas memorias cuentan la crueldad y las mentiras del káiser Guillermo II antes de que el embajador recomendara unirse a los aliados.

Las cifras sugieren dos opciones: o nunca se aplicó la cuarentena, o los dueños de los cines de plano desobedecieron a la autoridad, sin consecuencias. La incipiente industria, de caótica política, ofrecía sin ton ni son, sin días recurrentes –como ahora, jueves o viernes–, novedades, con campañas de promoción, limitadas a periódicos y revistas, sin mayor planeación que el “hoy”.

Puede rastrearse un interés por el cine nacional, con público ávido de historias principalmente periodísticas y con gusto influenciado por los melodramas a la italiana y las cintas de aventuras seriales como las de Feuillade.

En este momento aún convulso, sin estabilidad política ni económica, lo sucedido en 1917 con Azteca Film fue excepcional. Una empresa one hit wonder de tal tamaño, que de inmediato tuvo oficinas en Los Ángeles y Nueva York. En un lapso de nueve meses dio a luz cinco producciones. El resto fue silencio. Durante 1918, año de la pandemia, el cine nacional tuvo momentos de gloria. A partir de julio, sin embargo, ya no exhibió nada. ¿Premonición de que había que ceder ante la peste roja?

 

2.

Llegó 1919. Una de las noticias principales se dio el 11 de abril: “Emiliano Zapata, derrotado y muerto por tropas del general Pablo González”, rezaban las ocho columnas de El Universal.

El general Zapata publicó el 17 de marzo previo una carta abierta al presidente Carranza denunciando: «esa soldadesca [que] en los campos roba semillas, ganados y animales de labranza; en los poblados pequeños, incendia o saquea los hogares de los humildes, y en las grandes poblaciones especula en grande escala con los cereales y semovientes robados, comete asesinatos a la luz del día, asalta automóviles y efectúa plagios en la vía pública, a la hora de mayor circulación, en las principales avenidas, y lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan las ricas moradas, hacen acopio de alhajas y objetos preciosos, y organizan la industria del robo a la alta escuela y con procedimientos novísimos como lo ha hecho ya la célebre maffia del “automóvil gris”, cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por ser directores y principales cómplices personas allegadas a usted o de prominente posición en el ejército, hasta donde no puede llegar la acción de un Gobierno que se dice representante de la legalidad y del orden».

En 1915 la anarquía fue completa. La banda hizo de las suyas desde que apareció en escena el 7 de abril, cuando con orden de cateo robada y abordo de un Lancia gris, cometió su primer asalto. Con el tiempo sus crímenes se volvieron espectaculares en la zona sin Dios ni Ley que era la ciudad de México, tomada ora por villistas, ora por constitucionalistas, ora por zapatistas.

Carranza sometió al chacal Victoriano Huerta. Entró a la capital del país como Primer Jefe del Poder Ejecutivo el 20 de agosto de 1914. Cumplió su palabra de convocar el 1° de octubre a la reunión que pasó a la historia como Convención de Aguascalientes. Ésta no le fue favorable para legitimarlo como presidente. La Convención lo desconoció nombrando provisionalmente a Eulalio Gutiérrez, quien se sentó en la silla del 6 de noviembre de 1914 al 16 de enero de 1915.

Carranza, rechazando lo dispuesto por la Convención, se reagrupó con sus fieles en Veracruz ese mismo enero. Entre quienes lo apoyaron estuvieron Álvaro Obregón y Pablo González. El reemplazo de Gutiérrrez fue Roque González Garza, que apenas se sostuvo hasta el 10 de junio de ese año, cuando le entregó la presidencia a Francisco Lagos Cházaro, quien tampoco pudo gobernar, y menos en la ciudad de México. Se vio obligado a mudar el poder ejecutivo a Toluca. Ahí despachó precariamente hasta el 10 de octubre.

El vacío de poder que hubo entre esta fecha y las elecciones donde Carranza al fin ganó legítimamente la presidencia, fue caldo de cultivo ideal para que la banda del automóvil gris actuara con total impunidad. Se le contabilizan cerca de 200 hechos delictivos.

El general González fue comisionado por Carranza para recuperar a como diera lugar la ciudad que estaba entonces bajo la égida villista. Lo logró el 2 de agosto de 1915. Ya en calidad de regente, González tuvo que responder por la banda, que operaba con uniforme constitucionalista. Lo “difícil” que fue seguir ciertas pesquisas, “extraviadas” una vez que se lograba cualquier avance, permitió la especulación de que contaba con protección oficial. Fue inútil evitar murmuraciones o chismes ante una banda que actuaba con semejante cinismo: su arrogante impunidad era más que elocuente.

Carranza llegó a la presidencia el 11 de marzo de 1917. Sus rivales fueron los generales Álvaro Obregón y, qué curiosidad, Pablo González. Éste, aparentemente no quiso ser candidato. Si se apuntó fue por taparle el ojo al macho dividiendo el voto, porque supuestamente su lealtad inquebrantable estaba con don Venustiano, situación que cambió cuando dio el chaquetazo en 1919. De leal pasó a rebelde opositor. Carranza, abatido en el territorio de la grilla política, emprendió la retirada hacia Veracruz. Casi logró escapar. La traición del general Rodolfo Herrero, cuyas tropas lo asesinaron el 21 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo, Puebla, acabó con esa espectacular huida, ya que, entre otras cosas, cargaba consigo el tesoro nacional.

Los sublevados contra el presidente legítimo fueron Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta. González quedó prácticamente en solitario: fue el más destacado de la otra ala rebelde, bastante disminuida, al oponerse al famoso Plan de Agua Prieta, proclamado por Calles el 23 de abril, que, en síntesis, desconoció a Carranza.

No desaprovechó la oportunidad de contender por la presidencia, a pesar de que los agrupados en el bando opuesto tenían mayor músculo. Por lo mismo, La banda del automóvil pareció una especie de acto de campaña; un ejemplo de propaganda al ponerlo como uno de los héroes de la historia. Casualmente, días antes al estreno de la jornada completa de la película (cuyos 12 episodios abarcaban seis horas 30 minutos), que se llevó a cabo el 1° de diciembre de 1919, renunció a su cargo en el ejército para iniciar la carrera a la presidencia. Aunque su postulación oficial sucedió el 17 de noviembre.

 

3.

Fue audaz y novedoso, desde una perspectiva histórica, que un protagonista de la historia real cambiara en la ficción el papel que jugó. Ignoramos la realidad completa del hecho, por la oscuridad en la que aún están envueltos detalles sustanciales. Viendo la combinación de protagonista de la historia con mayúsculas y comparsa de la historia con minúsculas en la película, se perfila una característica sustancial de personaje cinematográfico: la de un antihéroe ideal, intuición primitiva, de enorme eficacia, que ayudaría en la guerra de percepciones que es cualquier campaña política. Pensó que llegaría con ella a la presidencia en caballo de hacienda. Su hoja de vida hablaba por él: héroe que acabó con el revoltoso Zapata y firme funcionario que dio cuenta de la peligrosísima Banda del Automóvil; hombre entregado a la justicia; patriota de tiempo completo; genuino soldado al servicio de la nación sin reparos para cumplir instrucciones. Esperaba forjar el México Futuro con sus propias y férreas manos, empuñando la Ley, el Orden, el Progreso.

Qué mejor medio para su mensaje que una producción tan bien elaborada como El automóvil gris (¿Enrique Rosas?, 1919), que entre sus objetos representados (la conformación de la banda, los hechos, la forma en que actuaron, su aprehensión y final) se convirtieron en una composición visual, la que bajo un matiz de antropología de lo inmediato, borraba la línea divisoria entre verdad y ficción. Su narrativa verosímil, verista, difumina los rasgos y las acciones del (tal vez) productor ejecutivo Pablo González, con sustancial, aunque mínimo, casi subliminal papel en la película.

La única superproducción silente del cine mexicano no abundó en los detalles tras la persecución policial, bastándole con incluir al detective original del caso, Juan Manuel Cabrera, para salvaguardar la parte que consideró documento. En la vida real, en cambio, otras figuras detrás de la banda, cómplices hasta entonces sin rasgos precisos, saltaron a la palestra en el torbellino que levantó la exhibición. Los únicos beneficiados fueron los que mantuvieron el control del relato histórico con mayúsculas y minúsculas.

La historiadora Bertha Hernández menciona uno que se consideró, si no el principal, al menos cercano a la cúpula del poder detrás de la banda: «se rumoró que el misterioso cómplice era el general Juan Mérigo», jefe de policía nombrado precisamente por González. Otro señalado fue el mayor Manuel Palomar. Parte del botín, en especial las joyas, al decir de varias versiones, acabaron en manos de María Conesa. También de Mimí Derba.

A Mérigo se le conocía en diversos círculos como el (supuesto) amante de la primera, la  famosa Gatita Blanca, vedette de enorme presencia escénica, gran desparpajo, reconocida como «La Tiple de la Revolución». Esto en razón de que en una presentación tuvo la audacia de cortarle un botón al general Villa. Zapata le hizo un regalo, impresionado por una de sus actuaciones. Conesa coqueteó con el cine. Su únicas participaciones en esa época fueron la hecha en Nueva York, en 1916, por el showrunner Manuel Noriega: El pobre Valbuena; la otra: Payasos nacionales (1922), del productor y dueño del estudio más importante de entonces, Germán Camus, quien para este filme recurrió al luego famoso Guz Águila como autor del scenario. La Gatita Blanca tuvo un destino similar a Mimí Derba: se retiró. Regresó hasta Refugiados en Madrid (Alejandro Galindo, 1938).

Bertha Hernández: «María Conesa llegó a lucir un collar espléndido, obsequio de uno de los bandidos, y que fue reconocido por una dama cuando la actriz presumía la alhaja». ¿El regalo provino de Mérigo, o de González?

El papel más oscuro en este drama lo interpretó González desde que se le pidió capturar a la banda tras el asalto a la Tesorería de la Nación. La gota que derramó el vaso para los años de 1915 y 1916: la labor policial delegada a Mérigo, logró en diciembre de 1915 que un tribunal ordenara la ejecución de seis de los 16 miembros de la banda detenidos.

Fueron tales los claroscuros del tema que todavía en 1919 continuaba. El 13 de enero, El Universal publicó en su primera plana “El archivo del ‘Automóvil Gris’”. La investigación periodística deja en claro que Rafael Mercadante e Higinio Granda, dos de los líderes, no fueron ejecutados. A condición de revelar dónde escondieron los botines y proporcionaran nombres de otros cómplices. El Universal para este reportaje consultó documentos que proporcionó «el preboste del cuerpo del Ejército de Oriente». Mercadante, acorde con la misma fuente, murió envenenado en 1918 en la enfermería de Lecumberri.

Otro de los miembros de la banda tampoco fusilado, fue Francisco Oviedo. Tras anunciar que haría importantes declaraciones murió en circunstancias poco claras. Oviedo encabezó la policía reservada; era hermano de uno de los escoltas de Álvaro Obregón, Ricardo Oviedo.

Quien la libró fue Granda. Al decir del historiador Pablo Piccato, salió de prisión en 1920 gracias al apoyo del general González, de nuevo en el centro de la historia. No hay explicación de semejante amnistía. A Granda originalmente lo arrestaron los zapatistas. Fue puesto en libertad por los constitucionalistas en algún momento de 1915, antes de septiembre, cuando los mismos que lo liberaron lo volvieron a detener. Poco después reasumió su papel en la saga de estos malandros. Después del inesperado perdón, no se volvió a saber de él. Queda sólo su papel en la ficción.

El Universal publicó el 18 de enero de 1919 “El Automóvil Gris encontrado por El Universal ha sido identificado”: tan espectacular instrumento criminal apareció abandonado en una cochera. Era una reliquia fantasmal, protagonista principal de un instante de la historia nacional, que seguía acechando.

El 17 de febrero de 1923, El Demócrata hizo una serie de reportajes a ocho columnas: “Pablo González, como la Margarita de Goethe, sentía fascinación por las joyas”. Líneas más abajo, en la cornisa encima de una caricatura destaca: «los brillantes del botín del Automóvil Gris enmarcan la figura del exdivisionario neolonés». O sea, hizo explícito lo que antes fue rumor: González era el capo di tutti capi.

La serie continuó el 21 de febrero con otro encabezado impreso en tipografía roja: “Carranza fue quien ordenó el exterminio de la banda del Automóvil Gris”. Con el mismo color, un kicker agregaba: «al tener noticias exactas el primer Jefe de lo que ocurría en México, dispuso que se emprendiera una enérgica batalla contra los audaces ladrones». Otro cintillo en rojo remató: «fue el general César López de Lara el que dio a conocer al señor Carranza la realidad acerca de los jefes de la banda y por ello se ordenó suspender la ejecución de Rafael Mercadante que había ofrecido denunciar a los culpables». No se dan detalles de quiénes fueron éstos. Es así que la suerte de Mercadante parece signada por su intento de delación: murió con toda oportunidad en un giro más cinematográfico que casual.

El Demócrata concluyó su serie el 23 de febrero a ocho columnas, sensacionales: “El ex-gral. Juan Mérigo afirma que todos los miembros del cuartel general de la División de Oriente fueron cómplices de la banda del ‘Automóvil Gris’”. Desde entonces, el hecho sobrevive con el criterio presentado por John Ford en Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962): «cuando las leyendas se convierten en hechos probados, hay que publicar las leyendas».

 

4.

La historia real tiene enormes aristas… que la cinematográfica multiplica. Producir la película, con argumentación sesgada a favor del significativo rol jugado por González, fue de una audacia inédita. Creó un tiempo-espacio que cambió la entropía del hecho: el conjunto de la información disponible entonces, se funde en una sola: la que quedó en pantalla, la del espectáculo promovido con la frase «vea el fusilamiento auténtico de los acusados», lo que sintetiza la parte por el todo.

Mimí Derba, socia principal de Azteca Film, renunció sin explicación coherente. Cortó, parece, unilateralmente, cualquier vínculo con la empresa. Pero no existe testimonio ni registro de que la misma fuera liquidada. Rosas & Cía. utilizó su valiosa infraestructura para su magistral aventura final, el canto de cisne de Azteca film. Lo confirma la versión sonorizada de 1933, que redujo esta ejemplar epopeya criminal a 117 minutos. Las lobby cards de los cines la anunciaban como «una película de Azteca Films de México».

¿Qué sobrevive en esa película para el siglo XXI?


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.