El hijo de Saúl
Por Carlos Rodríguez | 26 de agosto de 2016
El hijo de Saúl (Saul fia, 2015) es una película sobre la mirada, una mirada que es estrictamente cinematográfica, la que restringe y manipula lo que se quiere hacer ver. La puesta de cámara del filme tiene poca profundidad, está sujeta a lo que ve Saúl (Géza Röhrig), aunque en muchas ocasiones él mismo, que se encuentra siempre en primer plano, funciona como un elemento que no permite ver con claridad lo que ocurre, lo cual potencializa la comprensión. Este juego de la mirada es pertinente en una película que recrea a los Sonderkommander, un grupo de judíos prisioneros que gozaban de privilegios y que participaban de los actos de exterminio, ya que sus obligaciones –que consistían en asistir a los nazis en desvestir a otros judíos, limpiar las cámaras de gas, etc.– son las del horror. ¿Cómo mostrar de frente el horror? El director húngaro László Nemes (Budapest, 1977) resolvió, a juzgar por su película, que eso es imposible de mostrar directamente, y permitió que éste habite en la mente del espectador, guiado por Saúl, que cree encontrar a su hijo, todavía con vida, entre los cuerpos. Su única intención es darle sepultura, luego de que es fría y tranquilamente aniquilado por un alto mando. En Arde la imagen, Georges Didi-Huberman dice que «destruir y mutiplicar son las dos formas de volver invisible una imagen: mediante la minucia o la demasía».[1] Nemes parece estar consciente de las nociones del filósofo francés en la composición de las imágenes de El hijo de Saúl, en las que se ven, de forma borrosa e indirecta, los cuerpos de los de los vivos que esperan la muerte y los de quienes perdieron la vida. «Sólo conocemos cuatro fotografías tomadas por los miembros del Sonderkommando desde el crematorio V, de agosto de 1944. Pero podemos entender que, perdidas entre las cenizas (en la mayor parte de los casos) o extraídas de ella, estas imágenes, en ciertos momento, fueron esenciales por haberse aproximado al fuego de la historia y de la destrucción. Como las mariposas al aproximarse a la llama, casi todas se consumieron ahí», asegura Didi- Huberman en el ensayo mencionado, quien hizo pública una carta para elogiar El hijo de Saúl. Las imágenes del filme también son una aproximación, una ficción que limita y circunscribe los hechos. ¿Qué es lo que le ocurre a Saúl?, ¿realmente corresponde a su hijo el cuerpo que encuentra? Hacia el final de la película, que corresponde con la aproximación de los aliados, la mirada de Saúl confunde aún más al espectador, tal vez se trata de una aproximación a su consciencia. El hijo de Saúl es un filme cuya impecable realización sopla sobre las cenizas del exterminio, avivándolas.
[1] Georges Didi-Huberman, Arde la imagen, Serie Ve, México, 2012.
Carlos Rodríguez es reportero cultural. Colabora en La Tempestad y Picnic.
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