Fernando Mino es periodista e historiador. Autor de La fatalidad urbana: El cine de Roberto Gavaldón (2007) y La nostalgia de lo inexistente: El cine rural de Gavaldón (2011). Es docente en la licenciatura en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Carmín tropical, una nueva mirada del cine negro
Por Fernando Mino | 22 de octubre de 2015
Sección: Crítica
Directores: Rigoberto Perezcano
La obrera Mabel (José Pescina) es una emigrada juchiteca que regresa a su tierra natal para averiguar los detalles del asesinato de su amiga Daniela, también transgénero. El retorno a su tierra (que incluye, por supuesto, vuelta al cabaret pueblerino donde solía cantar) implica una reconciliación con su pasado y su identidad, así como la construcción de un vínculo romántico con Modesto, un taxista solícito y cómplice en su búsqueda de respuestas.
La segunda película de ficción de Rigoberto Perezcano es un oxímoron transgenérico, una intensa búsqueda entre identidades contrapuestas, entre narrativas disímbolas, entre tradiciones en tensión.
La transexualidad —tema de la agenda de derechos humanos de última generación— es, en el entorno que describe la cinta, herencia de la tradición indígena. Los conocidos como muxes son, entre los zapotecos de la costa oaxaqueña, personas con una identidad delineada y un rol social bien definido. Identidad que incluye, entre sus rasgos comunes, la vulnerabilidad y sujeción a los desplantes del machismo.
Este principio permite el desarrollo de una trama que apuesta por los caminos del cine negro, que incluye la reconstrucción fragmentada del asesinato de Daniela —personaje que es apenas una presencia brumosa en un flashback recurrente: su rostro difuminado en la noche festiva e iluminada por los fuegos artificiales en quién sabe qué fiesta—, la pesquisa judicial con un policía entre enigmático y negligente, o pequeños regodeos visuales en claroscuro, como los trayectos de Mabel por el pasillo del hotel.
Sin embargo, la película se concentra en la búsqueda intimista de Mabel, a través de planos largos y secuencias de nostalgia bien resueltas, como la que logra hacer poética una playa más bien turbia, árida y ventosa. Por un lado, la Mabel detective, está en búsqueda de su identidad perdida en tránsito, entrecruce de caminos, de vivencias, de opciones sexuales e identitarias; por otro busca respuestas más que de justicia, pues la vida trans conlleva el riesgo de muerte, con toda su conciencia trágica y liberadora. Además, como detalle, no falta el homenaje al viejo cabaret del cine mexicano (vía el camp almodovariano), en el más lúdico que sórdido Kinj Kong (sic) donde Mabel interpreta con harto brío Un poco más, bolero de resonancias lúbricas y climáticas.
El final de la notable Carmín tropical condensa todos sus hallazgos. Una revelación sorpresiva, al más puro estilo del cine negro, da para una secuencia final intensa y de desgarradora contención dramática que combina elegancia y contundencia.
La mirada de Perezcano (también guionista de la película) es distante y reflexiva. Su elaborada puesta en pantalla cuida cada detalle tanto de lo que permite mirar como de lo que omite. Cada secuencia es cuidadosamente elaborada y resuelta, con la ayuda de la edición vigorosa de Miguel Schverdfinger, para responder a las necesidades de una trama narrativamente compleja que bordea y logra evitar con mucho éxito los riesgos propios de su tema: la denuncia militante (impuesta por la corrección política también de última generación) de la evidente ineptitud policial y la familiaridad prejuiciada ante los asesinatos homofóbicos; y la tentación esteticista de un cine gay concentrado en crear íconos visuales para una identidad transgresora y todavía a estas alturas en construcción (verbigracia, el cine canónico de Pedro Almodóvar y, más recientemente, las ficciones del mexicano Julián Hernández).
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