Better Call Saul: El ascenso económico
Por Abel Cervantes | 12 de mayo de 2016
Sección: Crítica
Temas: Better Call SaulBreaking BadNetflixSeries de televisiónTelevisión estadounidenseVince Gilligan
Ricardo Piglia explica en su teoría del cuento una máxima que también puede ser aplicada a las series de televisión actuales: cualquier relato tiene dos historias: una superficial –a la vista de todos– y una profunda que sólo aparece en el desenlace. Además de proyectar magníficas escenas de violencia y misterio sobre la mafia y el crimen organizado, Los vigilantes (The Wire, 2002-08), Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), Breaking Bad (2008-13) y Better Call Saul (2015 a la fecha) tienen una cosa en común: todas cuentan la historia de un grupo de personas que afectadas por el capitalismo decide iniciar su propia empresa para construir un imperio fuera de los márgenes de la ley.
Estamos en Estados Unidos en torno al 11 de septiembre de 2001. Jimmy McGill (interpretado extraordinariamente por el imbatible Bob Odenkirk) es un joven abogado corrupto y avispado que prefiere caminar oblicuamente sobre los límites de la justicia antes que obedecer sus preceptos a raja tabla. Como lo menciona Alan Pauls en “La ley y el desorden”, Better Call Saul es el certificado de defunción de Breaking Bad al mismo tiempo que su inesperada acta de resurrección: «Breaking Bad ha terminado, no avanzará más, no acumulará ni agregará más episodios, pero cada episodio de Better Call Saul abrirá los pliegues que todavía palpitaban en ella, pequeñas bombas de tiempo narrativas que la nueva ficción no tardará en activar».
Si para los seguidores de esa obra maestra llamada Breaking Bad, Saul era un personaje bidimensional que actuaba cínicamente por impulso, la nueva entrega de Vince Gilligan –que por el momento ha terminado la segunda temporada y promete todavía un extenso itinerario– profundiza en los motivos personales del abogado y su conflictiva relación con su hermano, averiada probablemente por el celoso vínculo con la madre de ambos. Pero hay algo más importante: Saul es una figura inventada por Jimmy McGill que juega con las reglas del sistema para enriquecerse sin propósito alguno.
No seamos tímidos: no es casualidad que el boom de las series de televisión haya surgido en el filo del 11/09/01. Y más aún que las temáticas más exitosas giren en torno al drama, la violencia y el crimen organizado. La economía mundial ha sufrido una serie de crisis desde finales de los noventa y principios de los dos miles. The Wire, Los Soprano y Breaking Bad no sólo ubican sus fábulas en el umbral del siglo XXI sino que también describen minuciosamente el auge de las bandas organizadas que, corrompiendo a la policía, y ayudadas por la ley, acumulan riquezas para demostrarle a los gobiernos que la única manera de ascender económicamente es operando lejos del ritmo lento y salvaje de las oficinas. Como Avon Barksdale (Wood Harris), Tony Soprano (James Gandolfini) o Walter White (Bryan Cranston), la figura de Saul se encumbra en la medida que se aleja del camino del bien para forjarse uno propio donde importa más la fullería que la cordura. Al personaje interpretado por Odenkirk le valen más mil dólares ganados por estafar a alguien que medio millón recibidos en el cheque de una quincena.
En el inicio de la quinta temporada de Breaking Bad, Walter White, Jesse Pinkman y Mike valoran la posibilidad de vender el compuesto líquido para producir metanfetaminas azules y, de esa manera, obtener una cantidad de dinero que les aseguraría vivir holgadamente durante mucho tiempo. Sin embargo, Walter White decide hacer lo contrario: si ocupan el material para fabricar la droga por ellos mismos, las ganancias económicas serían insuperables. Que James McGill una y otra vez tenga la oportunidad de trabajar ordenadamente en un despacho de abogados y que eche por la borda cualquier tentativa, no sólo obedece a su carácter disperso sino a su ambición por dejar de ser un empleado para convertirse en el propietario del negocio. El hilo conductor de Breaking Bad no es tanto la transformación de Walter White en un ser malévolo sino su determinación para devenir en el dueño absoluto del negocio.
Con Better Call Saul Vince Gilligan ha creado una precuela entrañable aunque lejos de los alcances estéticos de Breaking Bad. El carácter perturbador de esta serie proviene menos de las escenas donde se muestran los enlaces con la serie protagonizada por Walter White que de los resquicios donde se observan las consecuencias de los últimos años luego de la crisis de 2008: si un pobre quiere dejar de serlo, ¿qué debe hacer?
Abel Cervantes es comunicólogo y editor de las revistas Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Es profesor en la UNAM.
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