La Bella y la Bestia

La Bella y la Bestia

Por | 23 de marzo de 2017

Vivimos en una época de segundas oportunidades: las reinterpretaciones de ciertas historias y personajes de la cultura pop, pueden permitir –en el mejor de los casos, obvio– compensar los errores del pasado que se vuelven cada vez más claros al ser revisados con nuevas miradas. ¿Cómo actualizar uno de los grandes clásicos de Disney como La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 1991) sin alterar su núcleo ni recaer en la parafernalia tecnológica? Para que un remake justifique su propia existencia, debe haber algo más, y ese algo debe ser más trascendente que el simple hecho de colocar actores de carne y hueso frente a una cámara para recrear lo que ya vimos en dibujitos.

En La Bella y la Bestia (2017) la apuesta está dirigida hacia la profundización: no se nos revela algo distinto a lo que ya se nos contó; se nos invita a adoptar una mirada con alcances distintos a la original. Los personajes son como sutiles evoluciones de los que conocimos hace 25 años: Bella es ambiciosa, valiente, compasiva y muy inteligente –pero es mucho menos pasiva que la anterior y, ahora sí, intenta escapar desde el principio–; Gastón es un guapo patán que está obsesionado con “hacerla su esposa”, se ve a sí mismo como cazador y a ella como presa –pero intenta, un poco más que en la versión animada, parecer un tipo decente, un buen partido–; y Bestia es una criatura malhumorada con miedos e inseguridades –pero ahora se nos revela un poco más el origen de estos sentimientos.

Es justamente este último detalle el que hizo que La Bella y la Bestia mereciera ser revisitada. Bestia, en la versión animada, se quedaba en un nivel metafórico –vaya, ni siquiera se le da un nombre–: era una manifestación física de la fealdad interna y su rectificación. Funcionaba como el centro del mensaje de la película: la verdadera belleza está en el interior. Su transformación física, consecuencia de la transformación de su mundo interno detonada por el encuentro con Bella, resultaba en un personaje hermoso, sano, redimido. Todo estaba mágicamente justificado, la lección, aun siendo potente, terminaba pareciendo bastante sencilla.

Ahora, esta nueva Bestia está igualmente enojada y también experimenta una transformación, pero deja de ser mera metáfora para convertirse en un ser construido un poquito más complejamente. El hombre-convertido-en-monstruo no es consecuencia de una rabieta superficial –sabemos que todo empezó cuando discriminó a una mujer por su aspecto físico, demostrando así que «no había amor en su corazón», pero evidentemente esta conducta no surgió de manera espontánea. Vamos descubriendo, por medio de los relatos de quienes acompañaron a Bestia desde niño, que no nació siendo despreciable, su padre lo educó de esa manera y ellos lamentan no haberse opuesto.

Aunque el tema de Bella y su relación con él es otro asunto problemático, por ahora enfoquémonos solamente en la historia del lado de Bestia: es un hombre que cometió un error garrafal y por eso se ha condenado a sí mismo y a todos sus seres cercanos. También es alguien que no tolera su propia imagen en un espejo y que cree que jamás será merecedor de amor ­–lo que acá es especialmente trágico porque si no es merecedor de amor, nunca se salvará y estará condenado a vivir en soledad por el resto de sus días. Si no lo pensamos demasiado, esperaríamos que un personaje en una situación como ésta experimentara miedo, incertidumbre, inseguridad, culpa, desesperación –Bella, por ejemplo, desde la versión animada tiene un rango emocional bastante extenso–, pero Bestia, en un principio, se comporta como un hombre promedio: toma todos estos estímulos emocionales y los traduce en impulsos violentos, en enojo, hasta que poco a poco va aprendiendo a lidiar con lo que siente. La transformación que sucede aquí no es un acto de magia y amor sencillo, es un encuentro de un hombre con el relieve de su propio mundo interno, con la existencia e importancia de sus emociones.

Así vemos en La Bella y la Bestia dos maneras opuestas de vivir la masculinidad: Gastón, un hombre con una constante necesidad por reafirmar su virilidad, que sólo se muestra a) triunfal o b) muy enojado; y Bestia, una criatura que poco a poco –y sí, en parte gracias al cariño y cuidados de Bella– va conociéndose y asimilando lo que sucede en su interior –esto es especialmente evidente en “Forevermore”, una canción que no aparecía en la versión de 1991 y donde ahora se muestra triste y vulnerable después de que ella se va. Al final nos queda muy claro que el verdadero peligro está en el estereotípico Gastón: «el monstruo eres tú», le dice Bella.

Aunque no existe una sola masculinidad, existen estereotipos que se interponen entre los individuos y sus propias maneras de experimentar con lo que significa ser un hombre. El hombre cuya reacción frente a la adversidad es exclusivamente violenta no ha aprendido a ser emocionalmente honesto. Desde niños se les enseña que no hay que llorar, que la intimidad más allá de la pareja es inconcebible, que hay que ser fuertes, que hay que ganar, etc. Estos códigos no surgen de manera espontánea, son consecuencia de toda una estructura que se ha desarrollado en función de los roles de género y que a su vez los perpetúa –no es casual, por ejemplo, que los hombres sean más propensos a suicidarse. La masculinidad tóxica es una masculinidad estereotipada, reducida a rasgos clásicos que son reproducidos dentro y fuera de las pantallas. Cuando Bestia admite que se siente solo o que sabe que el mundo exterior no lo aceptará, cuando se disculpa con sus compañeros porque cree haberles fallado, cuando abraza efusivamente al Lumière humano y lo reconoce como amigo, se materializa un abrupto contraste entre su imponente apariencia y sus emociones. La única manera de combatir las masculinidades tóxicas es sumergirnos en sus raíces y cuestionarlas. En medio de una guerra interna de la identidad masculina, habría que comenzar por comprender que existen muchas maneras distintas de ser hombre.


Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica.  @ay_ana_laura