Algunas preguntas sobre las nuevas reglas para los Óscares
Por Abel Muñoz Hénonin | 8 de octubre de 2020
Sección: Opinión
Temas: Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas (Estados Unidos)Academy of Motion Picture Arts and SciencesHollywoodHollywood (serie)ÓscarPremios Óscar
Hollywood (Ryan Murphy e Ian Brennan, 2020).
Hay algo que me encanta de las nuevas reglas para la nominación de los Óscares: que son inequívocamente políticas. No es que los Óscares no fueran políticos desde antes. Llevan al menos dos décadas siéndolo –la manifestación más visible de esto son quizá los premios medio en bloque a mexicanos y “negros/afroamericanos”[1]–, aunque hasta ahora nunca se había aceptado abiertamente.
Las reglas, por otro lado, son perfectamente razonables, sólo aplican para mejor película (cuando no se trate de animaciones, documentales o películas extranjeras –para ellos– que compitan por el premio) y comenzarán a surtir efecto hasta la XCVI entrega de los premios, en 2024. Concretamente hay que cumplir dos de los siguientes cuatro requisitos (en inglés los llamaron significativamente estándares):
1. Representación en pantalla, en la narrativa y en las temáticas.
2. Representación en el equipo creativo.
3. Abrir oportunidades de formación o capacitación a grupos excluidos o marginados.
4. Representación en los equipos de márketing, publicidad o distribución. (El nombre original de este requisito es engañoso: “Desarrollo de audiencias”.)
En todos los casos se trata de incluir porcentajes de mujeres, personas LGBTQ+, minorías “étnicas o raciales” o gente con algún tipo de discapacidad. Pero eso no impide que una película que suceda en el contexto de alguna de las muchas comunidades blancas de Estados Unidos no pueda competir mientras cumpla al menos dos de los otros requisitos. Muy razonable, pues.
Todo a partir de aquí son preguntas cuyas respuestas seguramente serán, como decíamos, políticas. Por ejemplo:
1. ¿Las comunidades con más poder político tendrán más espacios? Por ejemplo, ¿vamos a ver más negros y “asiáticos” que latinos o indígenas, o más lesbianas y gays que gente trans? Los primeros tienen mejores lobbies y más poder dentro de la industria ya establecida, por ejemplo. Entonces, ¿si algunos grupos que ahora son considerados minoritarios pero tienen poder terminan por dominar, cómo reaccionarán los grupos que sigan quedando excluidos?[2]
2. ¿Vamos a ver contextos nuevos o se trata más bien de simplemente ponerle “color” al Estados Unidos acaramelado que caracteriza las producciones más vistosas? Por decir algo, ¿la representación incluirá, por ejemplo, historias de lakotas luchando contra las petroleras o simplemente los veremos cantando en un musical? ¿El Estados Unidos diverso por el que pugna la Academia seguirá siendo exclusivamente angloparlante? ¿Cabría, por ejemplo, alguna lesbiana antitrans o una mujer racista?
3. ¿La gente flaca, obesa, ancha, desnalgada, vieja, canosa, fea, normal, chimuela, calva, con enfermedades crónicas, con lonja… es decir, la gente como casi todos nosotros, va a comenzar a tener lugar en pantalla o seguirá la tendencia –si bien algo matizada– a la belleza imposible?
4. ¿Los equipos se apurarán a llenar cuotas para seguir haciendo las mismas películas que ya hacen? ¿Habrá un cambio en los equipos creativos y de producción que derive en nuevas relaciones de poder, o mejor, en algún tipo de igualdad más o menos conflictiva, que es la única igualdad real?
En principio, me parece que la solución inmediata será parecida a la del episodio final de Hollywood (Ryan Murphy e Ian Brennan, 2020), “Un final hollywoodense” (“A Hollywood Ending”): los excluidos (una negra, una “asiática”, una mujer madura, un negro homosexual y un mestizo blanco-“asiático”) recibirán premios sin que los antes dominantes (un blanco) queden relegados.[3] Esta solución mandeliana es indudablemente la ideal, aunque sea un ensueño cinematográfico; es decir, la construcción de un mundo dulzón donde todo mundo tiene un lugar en medio de la solidaridad, una especie de new deal multicultural. La nueva equivalencia de poderes en imagen es una utopía que no significa que las cosas cambien –Estados Unidos es un país muy cristiano que no se caracteriza por darle la manta que le sobra a uno a quien la necesita, por decir algo– y no obstante podría generar cambios en a la larga.
Una pregunta obligada es ¿por qué hasta ahora? ¿Qué no había ya suficientes películas que podrían haber cambiado la situación, como The Learning Tree (Gordon Parks, 1969) o El Norte (Gregory Navas y Anna Thomas, 1983)? Por supuesto que las había, pero no había las condiciones histórico-sociales para ello.[4] Ahora que las hay tampoco todo es color de rosa. La Academia aquella representa a una de las industrias más potentes de Estados Unidos y su público, sus públicos, están pidiendo nuevos productos, en los que se vean reflejados: todo grupo humano es un nicho de mercado. De algún modo hay una apuesta económica junto con la apuesta que podríamos llamar moral. La contradicción es deliciosa en su complejidad.
La cuestión es todavía más interesante si nos preguntamos cómo se dirimirán los conflictos de poder (económico, moral, representacional…) en una sociedad que está tendiendo a la infantilización de la discusión y un pánico moral que lleva a la condena absoluta de cualquier punto de vista que cuestione el propio, y que al mismo tiempo está pasando por un cambio de valores radical y urgente. ¿La única solución es la solidaridad cursi de Hollywood, donde todo mundo trabaja para un fin común, como en película soviética, es decir propagandística, de hace un siglo, de la época del montaje, borrando todo tipo de posible desencuentro? Evidentemente, los mundos de caramelo no van a resolver los problemas contingentes, los encontronazos cotidianos de los que pocos quieren hablar. ¿O la solución es la disneylandificación de la totalidad del cine de gran industria?[5] ¿Hollywood va a cambiar para seguir siendo Hollywood en su dimensión más sosa?
Ahora, desde fuera ¿este cambio podría hacernos bajar la guardia? La ya enorme influencia de la cultura estadounidense sólo ha aumentado con las redes sociales. Cada vez adoptamos más de sus rasgos culturales más rápido y de modo más acrítico. Entonces, un nuevo rostro amigable y parecido a nosotros ¿podría hacernos olvidar la amenaza que es ese país? Por poner un ejemplo, ¿si el personaje principal de la futura superproducción bélica semicrítica fuera un mexicano de Texas podría dejarnos de parecer un héroe imperialista?
Ya veremos.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine, la Universidad Iberoamericana y el Centro de Capacitación Cinematográfica. Estudia el doctorado en Filosofía, Arte y Pensamiento Social en la Escuela Europea de Postgraduados. Coeditó con César Albarrán Torres el dossier “Latin American Cinema Today: An Unsolved Paradox” de Senses of Cinema 89 (diciembre 2018). @eltalabel
[1] Este no es el lugar para hacer una crítica de las categorías bajo las cuales los estadounidenses clasifican su diversidad ni del modo en que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de ese país las utiliza en el documento que discutiré más abajo. Sin embargo, les pondré comillas a las que resultan problemáticas desde fuera de aquel país, es decir, desde donde casi todos los que leamos este texto nos relacionamos con ellas.
[2] Le debo esta pregunta a Ana Paola López Escárcega.
[3] Como sea, nótese que la serie sucede en Los Ángeles y no hay mexicanos. Aquí repito mi sospecha sobre la representación (en pantalla) de los grupos con más poder. (Los “hispanos/latinos” son la minoría más grande de Estados Unidos, pero una minoría pobre y mal organizada.)
[4] Esta reflexión salió de repensar una pregunta de Daniela Gutiérrez Moreno: si la Academia no le estaba transfiriendo la responsabilidad del cambio a los creadores.
[5] Ahora, si bien la pregunta me funcionó en términos conceptuales cómico-escandalosos, tengo en cuenta que Disney fue la empresa pionera en la diversificación y que, incluso, ha producido piezas interesantísimas y muy complejas: Lilo & Stich (2002) y Valiente (Brave, 2012), por poner sólo dos ejemplos.
Mientras escribía este texto debatí sobre el tema con mis alumnos del “Taller de investigación documental” (grupo B) otoño 2020 de la Universidad Iberoamericana (no registré la fecha). La discusión alimentó este texto más allá de las ideas de Ana Paola y Daniela que referí puntualmente.
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