La mañanera, 1ª temporada
Por Abel Muñoz Hénonin | 2 de octubre de 2024
Sección: Destacado
Temas: AMLOAndrés Manuel López ObradorCine y políticaLa mañaneraMedios y políticaPropaganda
Después de un piloto de carácter local (2000-2005) cancelado por injerencia externa y no por deficiencias de audiencia ni de conducción, Andrés Manuel López Obrador volvió a la televisión con un talkshow político, que sin duda se ha convertido en el programa, si no más visto, al menos más comentado y con mayor calado de medios de comunicación y el espacio público mexicanos.
Se calcula que el impacto diario de La mañanera (2018 a la fecha) asciende a unos 10 millones de personas (±7.9% de la población[1]), de las cuales una fracción nimia debe atender a su duración total, imprevisible. Al parecer esos 10 millones se deben a reproducciones parciales de su contenido en otros medios.[2] A fin de cuentas, La mañanera no sólo fue un programa estatal transmitido por Canal Once sino también fue la principal noticia nacional durante casi todo el sexenio de AMLO (2018-2024).
Otro modo de entender el alcance de la mañanera es por las horas que ha sido vista en línea. En 2023, 49 millones, lo que lo convirtió en el streamer del año en Latinoamérica.[3] Eso no significa nada en términos de audiencia, que va y viene en cualquier programa, sino simplemente en horas de transmisión. Al final de su sexenio el YouTube personal de AMLO tiene cerca de 4,500,000 suscriptores (±3.2% de la población) y Las mañaneras más vistas, como por ejemplo la del 2 de mayo de 2024, tienen alrededor de 750,000 espectadores (±0.6% de la población). Los porcentajes dicen muy poco si los contrastamos con la popularidad arrolladora del presidente (una aprobación de 65% según El Financiero, que es muy crítico de su figura[4]). Pero dicen mucho si contrastamos su YouTube personal con los apenas 891,000 (±0.7% de la población) seguidores del YouTube del Gobierno de México,[5] o sea, de la Presidencia de la República: el fenómeno es Andrés Manuel López Obrador (Tepetitán, Tabasco, 1953).
Y de eso se trató La mañanera, de Andrés Manuel López Obrador. De Andrés Manuel López Obrador presentando proyectos, a veces sensibles (como el aumento del salario mínimo), a veces desmedidos, francas ocurrencias (como votar a todos los jueces del Poder Judicial). De Andrés Manuel López Obrador reclamando que los medios no cubren lo que él quiere que digan, para así lograr que lo cubran, aunque sea desde un enojo o una oposición viscerales. De Andrés Manuel López Obrador dando clases de historia patria (de matriz indudablemente priista), con el deseo de jugar un papel central en ella, algo imposible de saber, pero que al menos en el corto plazo logró sin la menor duda. De Andrés Manuel López Obrador haciendo reflexiones, a veces atinadas, como cuando mencionó que la clase media tiene una dimensión “aspiracionista” –si bien no se necesitaba ese adjetivo despectivo y bastaba con “aspiracional”–, a veces, salidas de información falsa o tergiversada (basta hacer una búsqueda rápida para localizar lo que ha sido comprobado en ambos sentidos). De Andrés Manuel López Obrador nombrando enemigos, a los que llamaba “adversarios”, y endiosando a un ente indefinible, el “pueblo”, que es necesaria y exclusivamente el sector de la población que lo apoya sin ambages –no el pueblo como una contradicción, un cúmulo de comunidades divergentes. De Andrés Manuel López Obrador recordando, con toda justicia y justeza, las desigualdades estructurales de México, pero también desestimando los reclamos igualmente justos del movimiento feminista o de los padres y madres de los desaparecidos de Ayotzinapa. De Andrés Manuel López Obrador denunciando muy adecuadamente la corrupción estructural de México, mientras no fuera la de su grupo de poder o sus allegados, e incluso en terreno resbaladizo, como cuando dio a conocer las direcciones particulares de Carlos Loret de Mola o de María Amparo Casar, e incluso de algunos de sus familiares. De Andrés Manuel López Obrador diciendo cualquier cosa, lo que se le hubiera ocurrido en la regadera esa mañana, sabiendo perfectamente que es mejor ser mencionado que no serlo.
La mañanera es un programa con una sólida tradición latinoamericana: se relaciona con las apariciones interminables de Fidel Castro en la televisión cubana y con Aló presidente (1999-2012), la plataforma de promoción de Hugo Chávez. Y también tiene una vertiente anclada en la construcción de personalidades políticas del siglo XXI, de la cual Silvio Berlusconi es el mejor representante: el centro de la vida pública italiana durante casi dos décadas era mencionarlo para encomiarlo o criticarlo. Y más o menos eso es lo que vemos en México: hubo quién defendió o se opuso a López Obrador cada día, pero siempre y a todas horas se habló de él, reforzando su presencia de caudillo-influencer.
La centralidad de Andrés Manuel López Obrador se reforzó cada día durante su sexenio y La mañanera sólo lo confirmó. Una oposición con un proyecto evidentemente fallido, que por darle prioridad a la macroeconomía y a las empresas nos falló a casi todos, no supo más que quejarse sin medida, al punto de no poder defender sus logros, algunos importantísimos (el voto, la transparencia, un gasto social encomiable –de alrededor del 10% del PIB[6]), sin entender, desde un dogmatismo más ciego que la ceguera, los aspectos en que su proyecto se malogró. Los medios, en su mayoría críticos, tampoco supieron o pudieron escapar de la atracción gravitacional del presidente, quizá porque sabían que AMLO garantizaba “la nota”, ese atractor de lectores, espectadores, escuchas o clics.
Del lado de sus adherentes la situación fue análoga, aunque divergente. Andrés Manuel López Obrador aparecía acompañado constantemente de su equipo político, algo digno de atención, si bien parecía que era para darles instrucciones a la luz pública. Vimos secretarios y subsecretarios de Estado desfilar por La mañanera para dar cifras, presentar planes y poner en marcha el proyecto en curso. Y casi que vimos al Poder Legislativo esperando sus indicaciones para pasar leyes con poca o nula evaluación. Parecía más importante la tradición priista de “cerrar filas” –como si él fuera papalmente infalible– que el bien(estar) a largo plazo de la nación mexicana. Merece hacer notar cómo hubo voces críticas en su propio partido –notoriamente Porfirio Muñoz Ledo y Ricardo Monreal–, excepto en el último mes de su mandato. Pero, a fin de cuentas, su voluntad prevaleció en casi todos los casos, siguiendo uno de los principios más conflictivos y absurdos de la izquierda: que el diagnóstico es la solución: no importa lo que diga la realidad, los buenos deseos necesariamente resuelven los problemas y desafíos de un Estado.
A fin de cuentas, tanto un bando como el otro reconoció la centralidad de López Obrador y llenó su nombre de contenido, ya fuera como un peligro para México, ya fuera como la solución definitiva o el inicio de la solución definitiva. (Obviamente la figura de AMLO no se cierra a una oposición binaria y sobre todo entre sus adherentes había divergencias notables. Pero no todo cabe en un texto.) Y las claves para interpretarlo como una cosa o la otra eran sus declaraciones en La mañanera. Así el presidente se convirtió en un significante vacío, en dos sentidos como 1) representante de todas las luchas políticas y como 2) un símbolo negativo que nombra a un antagonista.[7] En la primera dimensión, López Obrador y su cuarta transformación –que bien podría ser la que él anuncia o bien podría ser la que sigue a la tercera transformación del PRI[8]– se llenan de sentido, a veces como una innovación histórica radical, a veces como la llegada de la izquierda al poder, a veces como la continuación de las demandas políticas de la Revolución, a veces como la resolución de la pobreza y la violencia endémicas, a veces como el lugar conveniente adonde estar políticamente en la tradición del chapulineo… En la segunda, como la destrucción de absolutamente todo lo logrado en términos de democracia electoral, transparencia y desarrollo macroeconómico de los gobiernos posteriores al priismo. De una parte cada afirmación indicaba un programa; de la otra, un problema.
Y esto dejó en claro que, en realidad, por lo pronto, hay dos proyectos políticos antagónicos en México, como López Obrador mismo apuntó con certeza, pero apenas en los vagos términos, de seguidores (“progresistas” en sus palabras) y opositores (“conservadores” en sus palabras). Los proyectos enfrentados son el autoritarismo corporativista semiflexible del nacionalismo revolucionario y la democracia electoral parcial con programa económico neoliberal; ambos articulados alrededor de un eje que se llama Andrés Manuel López Obrador, que ya sea prócer o preocupación, es indudablemente la figura central de la política mexicana del siglo XXI.
Por lo pronto hoy La mañanera tiene una nueva anfitriona. Habrá que ver si en esta segunda temporada Claudia Sheinbaum decide convertirse en la protagonista del programa y de su proyecto de gobierno, si sigue dándole centralidad a Andrés Manuel, o alguna otra cosa. Nada es previsible.
Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica y es uno de los editores de Senses of Cinema. Imparte clases en la Escuela Superior de Cine, la Universidad Iberoamericana y el Centro de Capacitación Cinematográfica. Es candidato a doctor en Filosofía, Arte y Pensamiento Social por la Escuela Europea de Postgraduados. A principios de este año apareció su pequeño libro Márta Mészáros frente a la Historia, editado por la Cineteca Nacional.
[1] Hice el cálculo con base en los 126,014,024 millones de mexicanos reportados en el Censo de población y vivienda 2020, Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), Aguascalientes, 25 de enero de 2021.
[2] Jorge Bravo, “5 años de mañaneras”, El Economista, México, 5 de enero de 2024. Bravo no indica la fuente de su cifra, pero nadie más lo hace, por eso recurro a él. Y esa falta de cifras claras no beneficia a nadie: ni a los defensores ni a los oponentes y críticos de AMLO.
[3] Iarfhlaith Dempsey, “Most Watched Latin American Streamers of 2023”, Stream Charts, 28 de diciembre de 2023.
[4] Alejandro Moreno, “AMLO encara su último mes de Gobierno con 65% de aprobación: Encuesta EF”, El Financiero, México, 2 de septiembre de 2024.
[5] Cifras del 6 de septiembre de 2024.
[6] Ver Óscar Martínez, Yasmín Salgado y Mónika Meireles, “Gasto social, austeridad y combate a la pobreza: La experiencia mexicana”, Economía UNAM, vol. 46, núm. 47, México, mayo-agosto 2019, figura 4.
[7] Ernesto Laclau acuñó el concepto de significante vacío para entender los mecanismos de la ideología. Se trata de un símbolo que se llena de diversos modos porque no tiene contenido claro. Pero como Laclau nunca lo definió con exactitud, Thomás Zicman de Barros, que se abocó a estudiarlo, distinguió cinco dimensiones distintas: 1) como el centro de un sistema simbólico, 2) como representante de toda una lucha política, 3) como un símbolo negativo que nombra a un antagonista, 4) como un símbolo problemáticamente pobre y 5) como un símbolo que apunta a una identidad abierta. Ver Thomás Zicman de Barros, “The Polysemy of an Empty Signifier: The Various Uses of Ernesto Laclau’s puzzling Concept”, Journal of Political Ideologies, 23 de marzo de 2023, y, quizá después, Ernesto Laclau, “Why do Empty Signifiers Matter to Politics”, en Emancipation(s), Verso, Londres y Nueva York, 2007, pp. 36-46.
[8] El Partido Nacional Revolucionario, fundado en 1929 se transforma en 1) el Partido de la Revolución Mexicana (1938), que se transforma en 2) el Partido Revolucionario Institucional (1946), que sufre 3) una última transformación interna cuando el nacionalismo revolucionario queda relegado por los tecnócratas neoliberales, pero sin dejar de ser un proyecto centralista ni corporativista.
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