Nuestra historia, nuestras historias

Nuestra historia, nuestras historias

Por | 7 de diciembre de 2019

Ningún ojo perdido se ha perdido del todo. Ningún ojo vacío está hueco. Cada globo ocular reventado está lleno de sentido, de dolor, de hartazgo. Cada uno pone nuevas miradas sobre los cegadores instruidos para anular puntos de vista distintos a los suyos. Arrebatarle la vista a los desposeídos, a los injuriados, indica el temor de ser mirado a los ojos, es decir, de reconocer al otro que mira. Es el acto desesperado de quienes sólo tienen una perspectiva, la del progreso arrollador del capitalismo neoliberal, de quienes han detentado la Historia.

Asociados por años con los medios locales e internacionales aún hoy logran controlar una parte de la información (por algo casi no hemos oído de Haití aún después de un año de revuelta ciudadana). Y, sin embargo, en un mundo hiperconectado, no pueden imponer relatos únicos, porque las masas enojadas y en rebelión tienen en sus manos, por primera vez, medios para dar cuenta de su visión de los hechos, de su experiencia.[1] Las personas somos nodos casi infinitos de redes información donde se comparten, como folletos o samizdat, pequeñas ideas, registros fotográficos, registros en video…

Por primera vez, desconocidos, que a veces hablan y a veces miran, llenan algunos huecos de la infinita experiencia histórica y de la infinita experiencia cotidiana dejando testimonio de los actos de represión o de las exigencias por el cambio. El testimonio ya no es un recuento de las voces acalladas por la historia, sino en primera instancia un reporte inmediato o casi, una denuncia viva.

Chile este año no necesitó un Patricio Guzmán para dar cuenta de los hechos, como lo hizo en los setenta. González, Rojas, Soto, Morales, Espinosa… nos han mostrado a los carabineros golpeando inocentes, disparándoles a quemarropa, llevándose a los padres que acuden al llamado de sus hijos como si fueran criminales, y también a los vándalos que aprovechan los momentos de ruptura. Ya no se necesita el testigo privilegiado que da voz a los acallados e inevitablemente lo hace desde una postura única. La historia se está convirtiendo en un relato coral ante nuestros ojos atónitos, perplejos, indignados. La historia por primera vez está hecha masivamente por el prójimo.

Svetlana Aleksiévich definió su proyecto periodístico-histórico-estético así:

[M]e dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes.[2]

Sin embargo, siempre lo hace alrededor de un gran suceso: Chernobil, la caída de la Unión Soviética, la Segunda Guerra Mundial… Es inevitable. Son los grandes sucesos los que marcan el gran relato y los cientos de experiencias que lo complejizan y cuestionan. Aleksiévich se esfuerza por escuchar tanto a quienes coinciden con el relato oficial como a quienes se oponen a él. Del lado del poder no es lo mismo saber qué tiene que decir un burócrata de provincia que un político de las grandes esferas: el burócrata será quien nos revele qué puntos de los grandes relatos tocan las fibras más sensibles de los sectores populares. Es fundamental recordarlo ahora que pareciera que el pueblo se está volcando como unidad contra los poderosos, pero nunca es así. La lógica aisladora y polarizante de las redes sociales nos aleja de quienes no se parecen a nosotros y, por lo tanto, nos engaña.

Pero también es fundamental recordar que el gran relato contra el que se alzan las protestas invisibiliza la historia omitida. Los cálculos macroeconómicos consideran a la economía como ente abstracto sin personas. El capitalismo neoliberal ha superado a Marx: la gente ya ni siquiera es considerada como un conjunto de objetos, simplemente es forcluida. Esto deja un relato perfecto donde una economía sana simplemente es buena, independientemente de que eso sólo beneficie a quienes están insertos en la economía global, al puñado que controla el dinero y la mayor parte de los medios. Esto no es la historia contemporánea: es autoindulgencia de la clase dirigente, es un autoengaño con sustento teórico, ilusión. El mundo, la historia omitida, se les ha venido encima y no alcanzan a entenderlo, de ahí la necesidad de cegar a los demás, de intentar reestablecer un punto de vista único, la necesidad de lo imposible.

Este texto está ilustrado con una captura de pantalla de un video que registra cómo las fuerzas de seguridad chilenas se llevan a Paloma Figueroa Aguirre, cómo varios testigos filman el acto y cómo su padre viene a ayudarla, la abraza y termina con ella dentro de una furgoneta. Hablamos de dos tipos de solidaridad: la del testigo que quiere que se sepan las cosas, independientemente de los controles de los nuevos fascismos globales, y otro totalmente conmovedor, el de quien se entrega de cuerpo entero. Ambas son figuras históricas de la resistencia al poder, que hasta hace muy poco requerían años para surgir como testimonios en libros, juicios, películas. Hoy las infinitas grietas mediáticas permiten dar cuenta de nuestro padecer, y de nuestra solidaridad, de inmediato.

Dependiendo de dónde estemos y de quiénes son nuestros contactos, del acceso a teléfonos inteligentes y redes sociales, podremos saber qué pasa en Chile o Bolivia, Ecuador o Haití, Hong Kong o Líbano. No tenemos el retrato completo, pero hay un fuego que se expande entre grandes comunidades del mundo y junto con él una reacción brutal –verdaderamente brutal, con lo que eso significa en español– para mantener el statu quo. La violencia suele nacer del miedo. Evidentemente, como decía al inicio del texto, esos pocos que concentran la riqueza y el poder nos temen.

¿Cómo saber si la acción diminuta y multitudinaria y global por lo bajo tendrá impacto? ¿Podremos imaginar un futuro más solidario, quizá más allá de los sistemas unívocos de Occidente? ¿Van a devorarnos? ¿Hay tiempo siquiera frente a la catástrofe ecológica de lograr algo más digno para todos? Nadie puede saberlo. Por lo pronto es momento dudar de la Historia (es decir, los grandes hombres y los grandes sucesos) y seguir dando cuenta de la historia omitida, que es la historia de casi toda la gente.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine, la Universidad Iberoamericana y el Centro de Capacitación Cinematográfica. Estudia el doctorado en Filosofía, Arte y Pensamiento Social en la Escuela Europea de Postgraduados. Coeditó con César Albarrán Torres el dossier “Latin American Cinema Today: An Unsolved Paradox” de Senses of Cinema 89 (diciembre 2018). @eltalabel


[1] Una aclaración, por medio de algo que escribí hace unos años:

¿Por fin tenemos los medios de producción y distribución gracias a las redes sociales? Sí y no. Sí, en tanto que nuestros teléfonos inteligentes –en realidad, minicomputadoras– nos permiten generar, editar y transmitir información con la inmediatez que queramos mientras podamos conectarnos a la red. No, porque no tenemos los medios para ser dueños de los medios, ni la influencia para intervenir en ellos (con bots, por ejemplo) o censurarlos, ni mucho menos audiencias suficientemente amplias como para que nuestros mensajes influyan en grupos amplios y diversos.

(Introducción al portafolio de imágenes “Retraros de protestas”, Gaceta Luna Córnea, número 2, Centro de la Imagen, México, mayo-agosto 2015, p. 25.)

[2] Svetlana Aleksiévich, Voces de Chernóbil, Penguin Random House, México, 2018, p. 44. (Escribí “Chernobil”, como se decía en los 80 porque así los digo yo, aunque la versión correcta es la del título del libro.)

Este texto también se alimenta de una conversación con Arturo Hernández Alcázar sobre la invisibilización de la diversidad en los discursos desarrollistas como la economía o el avance tecnológico  (Escuela Superior de Cine, ciudad de México, 23 de diciembre de 2019) y de “Welcome to the Global Rebelión Against Neoliberlism”, de Ben Ehrenreich (The Nation, Nueva York, 25 de noviembre de 2019).