Franca subjetividad

Franca subjetividad

Por | 3 de junio de 2021

Sección: Ensayo

Temas:

Nuevo orden (Michel Franco, 2020).

No hay película que no sea subjetiva. Sin importar si se trata de un documental o una ficción, en cada trabajo audiovisual que se realiza existen antecedentes, prejuicios, ideales y fantasías de quien o quienes plantean lo que se verá en pantalla.

Esta “realidad” audiovisual tiende a ser más o menos explícita en cada película y siempre representa un duelo para quien la ve. Sin embargo, cabe hacerse la pregunta de si este choque y confrontación surge como algo natural e inherente a la propia película, o si es algo planeado desde un inicio. En cualquiera de los casos, la cuestión a analizar es si esa provocación logra realmente generar alguna reflexión en quien ve esa película más allá de los argumentos técnicos e impactantes de la historia, una reflexión que se adentre en una visión crítica, analítica y estética profunda acerca de lo que se está retratando.

El cine de Michel Franco se acerca más a lo primero que a lo segundo por varias razones; quizás la más notoria es que sus historias, ya que también es el guionista de todas sus películas, se centran casi siempre en escenarios llenos de violencia que ponen en jaque a cierto grupo social al cual, debido a una ruptura en su tranquilidad y comodidad, se le desatan malestares, en su mayoría psicológicos. En ese sentido, el director juega con estructuras narrativas clásicas y bien distinguidas. Y es en la forma de presentar sus historias, la puesta en cámara y el manejo del talento en donde logra impregnar mejor su estilo.

Sin embargo, no se puede obviar que la constante en su filmografía siempre está ligada a una distinción muy marcada entre (algunas) clases sociales que se pueden identificar en México, con una excepción en lo que va hasta ahora de su carrera.[1] Esta es una característica inherente al mundo en el que el realizador ha vivido y que parece ser una lucha constante de su inconsciente, que siempre se revela en sus obras.

Y esto no es negativo por sí mismo. El arte, dicen quienes se proclaman con cierta experiencia en el tema, es una exploración de tus circunstancias, tu entorno, tus emociones y tu imaginación desbordada. Franco (ciudad de México, 1979) encontró en el cine la forma de expresar todo esto y más aún, logrando unificar su obra para que sea fácil de reconocer sin importar si se trata de una relación incestuosa (Daniel y Ana, 2009), el abuso escolar en una escuela privada de la ciudad de México (Después de Lucía, 2012) o un escenario cuasi postapocalíptico (Nuevo orden, 2020), sí, otra vez, en la capital, México.

El realizador, en su constante forma de trabajar, cae en dos lugares comunes sin excepción. Primero, la postura de que “los ricos también sufren” y no sólo eso, sino que, por la forma en que enmarca sus historias, son quienes sufren más. La segunda, es que la violencia siempre es la solución, pero estos actos llegan por desesperación, como última consecuencia, porque, a diferencia de otras personas, aquí el sufrimiento viene acompañado de intensos autoanálisis. No hay falta de comida, servicios básicos o problemas con delitos como el robo, desapariciones, drogadicción, ni olvido de las autoridades o corrupción, sino malestares psicológicos de la edad (Las hijas de Abril, 2017) o la ruptura de la vida tranquila de las clases más altas de México (casi toda su filmografía).

Cabe hacerse una pregunta en este punto: ¿será que Franco está “cegado” por su realidad, esa en la que los pobres son pobres porque quieren y a las personas ricas les afectan otros asuntos más “elevados”? La respuesta rápida es sí, y no hay forma de justificarla basándonos no sólo en sus películas, sino también en algunas de sus declaraciones.[2] Sin embargo, quedarse con una respuesta tan sencilla sería caer en lo mismo que hace el director, quedarse en la capa más fina sin adentrarse en la hipodermis del asunto.

Como se apuntó antes, la subjetividad está siempre y en todo lugar. Es imposible desprenderse de ella, incluso cuando se está escribiendo acerca de alguien más y de su obra. Y es difícil deshacerse de esta realidad subjetiva incluso si se quiere. Es por eso que las películas Michel Franco, con la ya mencionada excepción, siempre reflejan los contextos en los que él creció, aprendió y se ha desenvuelto en la vida.

Por supuesto que el abuso escolar es un tema serio, el incesto forzado es un asunto delicado, la pérdida de unión con las hijas es dolorosa y el secuestro y robo son situaciones traumatizantes, pero –siempre en parte– pareciera que Franco se enfoca en que esto se debe a que existe una fuerza que hace sufrir a la clase rica y rompe con su estado de gracia.

Habría que analizar por qué sus películas han logrado tanto éxito en el extranjero, sobre todo en Francia, en donde ya es una constante que acuda a Cannes a presentar lo nuevo que realiza. Si bien sus estructuras narrativas no son novedosas, sus películas llegan a tener un ritmo característico y juega en muchas ocasiones con elementos o personajes que tienen un marcado desarrollo, y eso siempre se agradece, ya que sus historias no son estáticas.

Ahora bien, lo mejor de la filmografía del capitalino es una puesta en cámara con escenarios comunes y en los que el peso dramático recae, casi siempre, en una sola persona. En ese sentido cabe destacar el casting y la dirección de protagonistas que muchas veces no dicen nada con palabras, pero sí con su cuerpo o sus gestos.

La fama que ha logrado en festivales, que se alejan de fórmulas comerciales, es una consecuencia de lo anterior y, especialmente, de su facilidad para centrarse en el sufrimiento, eso que parece encantar a otros ojos, pero que a la visión nacional no le encanta. Y no es porque el público mexicano no tenga la capacidad analítica que hay en otras partes del mundo –tampoco es que sus películas sean acertijos– sino porque acá, a diferencia de allá, no es algo que nos parezca novedoso o disruptivo, y en especial, porque no es algo con lo que nos logremos identificar.

Esto último se debe en gran medida a que las cintas del realizador son sumamente centralistas y a que asume que lo que se ve ahí es lo que sucede en todo México. Ahí está otro de los problemas de Franco, quien, en su visión disminuida de la realidad, asume que así es México y no explora (ni intenta) acercarse a otros contextos dentro de los límites de su propio país.[3]

Puede que al público capitalino –y no sólo capitalino, ya vimos que no pasa sólo en México– de clase social alta y que piensa en el cine como una mera fantasía, le fascine el trabajo de este director. Pero quien observa con detenimiento sus películas se dará cuenta de que sus acercamientos a las problemáticas que plantea son bastante superfluos. Más que críticas hacia la situación del país, lo que vive su gente o las estructuras que lo rigen, pareciera que sólo hay quejas hacia todo lo malo que le sucede a él y a su entorno, a su realidad constreñida y amurallada.

Y, más aún, en cada nuevo trabajo se esfuerza en que exista un elemento más disruptivo que en su película previa, como si fuera requerimiento ir escalando en la escalera del sufrimiento para poder avanzar en su carrera. Esto, que se ve forzado y poco podría aportar a sus historias, hace que, de cierta manera, se estanque en temas y propuestas. Cabe destacar, empero, que Nuevo orden sí presenta una mejora en su filmografía y es –para esta pluma subjetiva– su mejor trabajo hasta ahora.

Y lo es porque se ve un atrevimiento a explorar temáticas (un tanto) distintas, mayor manejo de personajes y líneas de desarrollo, y porque explota mucho más las posibilidades de la ficción que en el resto de sus películas. Es también, la que muestra de mayor manera su ceguera social, y por eso mismo se ha ganado el repudio de muchas personas. Algo que dudo le incomode, puesto que en cada trabajo parece aspirar a eso, a ser el objeto provocador de las masas, aunque quizás no sea lo que más le conviene. Porque cuando se habla más de la persona de esta manera que de su obra (en especial en una filmografía no tan larga) es porque algo está haciendo mal con su trabajo. Si el objetivo es provocar, incomodar o incluso generar algún tipo de repudio, Franco falla en su acercamiento poético o expresivo ante situaciones que primero plantea como realistas pero que, en un juego fallido de ficción-realidad, terminan por parecer inventados para lograr una ocurrencia que no estaba planteada desde un inicio.

Michel Franco es uno de los directores mexicanos actuales con más premios y sus películas son fáciles de reconocer, puesto que en cada ocasión continúa presentando sus miedos, fobias, deseos y fantasías en pantalla. Su subjetividad lo acompaña en cada producción y lo seguirá haciendo ad infinitum y, mientras eso ocurra, seguirá plasmando una parte de México que se rehúsa a un cambio de fondo estructural, que prefiere que las cosas sigan su curso, puesto que su realidad es más cómoda que la de millones de habitantes de este país.

Tampoco debería ser motivo de censura lo que hace. Después de todo, en su forma de contar las historias encontramos el fondo de sus musas inspiracionales, que dejan ver que las representaciones sociales y estereotipos permean por generaciones. Que venga más cine de Michel Franco y más acercamientos a su realidad. No esperemos, sin embargo, un abanico de posibilidades, sino una misma línea discursiva que nos deje ver que hay cosas que difícilmente serán capaces de transformarse en México.


Jardiel Legaspi Gutiérrez opinólogo, periodista y escritor de medio tiempo. Egresado de la Universidad de Guadalajara.


[1] Me refiero a la película Chronic (2015), protagonizada por Tim Roth y que –a pesar de que también la escribió– se aleja de los temas y un tanto del manejo de cámara que se puede apreciar en el resto de su filmografía. Curiosamente, es la única película de Franco que no se produjo en México.

[2] Por ejemplo, apelar al “racismo inverso” defendiendo que la palabra “whitexican” es profundamente racista, algo por demás ignorante.

[3] Si habláramos de muestreo estadístico carecería de los parámetros mínimos de análisis. Sin embargo, esa es una de las licencias que se pueden tomar en el cine, en especial de ficción.