Metal y hueso
Por Carlos Muñoz Vázquez | 1 de abril de 2013
Sección: Crítica
Temas: Cine francésDe rouille et d'osJacques AudiardMetal y hueso
Jacques Audiard nos entrega su nuevo y esperado largometraje después de la muy celebrada Un profeta. Con la misma crudeza, pero ahora mezclando hábilmente sensualidad y sentimentalismo, los personajes de Audiard (París, 1952), llenos de contradicción, crueldad y cinismo, pero también de sensibilidad y amor –el cual se descubren incapacitados para demostrar– Stéphanie y Alain, se enfrentan a difíciles circunstancias que los hacen revalorarse a sí mismos y a aquellos que los rodean.
Ella, interpretada por una insuperable Marion Cotillard, altiva y sobreconfortada, muy pronto sufre un accidente que la hace percibir por vez primera su soledad y su vulnerabilidad y se ve orillada a pedir ayuda.
Él (Matthias Schoenaerts), quizá el personaje más fascinante por la facilidad con la que se da a odiar (por golpear tanto a perros como a su propio hijo) y a la vez amar (por cómo ayuda a recuperar la confianza propia de Stéphanie), lucha constantemente consigo mismo y con los demás, sin darse cuenta de que su atención no está donde debería.
Stéphanie y Alain son tan opuestos pero a la vez tan parecidos –como el metal y el hueso del título (De rouille et d’os, 2012)– que convierten lo que podría ser un intrascendente melodrama romántico, en un complejo drama que aborda temas tan humanos como la identidad, la pérdida de la autoestima, el largo camino para recuperarla y la incapacidad del hombre de relacionarse con otros.
Audiard continúa convirtiéndose en un cineasta sutil y poderoso, que juega con el espectador y lo lleva adonde quiere. Mezcla magistralmente elementos: un hermoso score de Alexandre Desplat con la más popular canción de Katy Perry, la inestabilidad de una cámara en movimiento con brillantes destellos de sol, de luz y de color, la rudeza del despiadado box callejero con las asombrosas orcas amaestradas de un parque acuático familiar. También sabe moverse de fascinantes y muy efectivas escenas de sexo, a los más tiernos momentos entre un padre y un hijo que pide atención.
Si bien la película es funcional y atractiva por donde se le vea, en la recta final la trama se desdibuja y se ve forzada a apelar demasiadas casualidades. En ese sentido Audiard aún no supera la estructural y estéticamente impecable Un profeta (Un prophète, 2009).
Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 4, primavera 2013, p. 50), y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.
Carlos Muñoz Vázquez es analista de programación en Cinépolis.
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