El cine coreano en el Imperio Japonés:

El cine coreano en el Imperio Japonés: 1910-45

Por | 19 de marzo de 2021

El escuadrón suicida de la torre de vigilancia (Bōrō no kesshitai, Tadashi Imai, 1943).

El primer acercamiento de Corea al cine no fue distinto al de la mayoría de los países: las primeras películas que se proyectaron en los últimos años del siglo XIX eran francesas, y a principios del siglo XX estadounidenses. Después, debido a la ocupación japonesa, sus películas fueron las que tomaron la exhibición del país por al menos durante las tres primeras décadas del siglo XX. Su influencia fue tal, que el uso del lenguaje fílmico y la forma en la que se proyectaban influyó en las primeras películas coreanas, que comenzaron a aparecer a finales de la década de 1910.

En 1935 los japoneses introdujeron el sonido en el cine. A partir de ese momento hubo un constante intento de diluir la cultura coreana y el cine fue una de sus herramientas clave. A través de él reforzaron su política de segregación del idioma local, dándole una importancia superior no sólo a las películas japonesas sino a las películas habladas en japonés. Aunque en 1942 prohibieron definitivamente la producción y la distribución de películas habladas en coreano, algunas obras anteriores se destacaron por su postura crítica y por su entereza intentando preservar el idioma. 

Desde nuestra distancia, este complejo periodo habla de una lógica imperial que difiere del colonialismo europeo tardío, quizá tocándose apenas tangencialmente con las políticas de extracción de niños indígenas de sus comunidades para implantarles la cultura inglesa, que se llevaron a cabo, al menos, en Canadá y Australia. Lo que indudablemente es global, en cambio, son las estrategias de resistencia y acomodo, a veces convenenciero, a veces dolido, entre los habitantes de las tierras ocupadas.

Ninguna de las películas que aparecen a continuación se ha exhibido en México. Los títulos son nuestros.

 

Arirang (Na Woon-gyu, 1926) 

cine corano en el imperio japones

Sello postal con uno de los pocos fotogramas de la película que sobreviven.

Arirang es considerada una de las películas más influyentes del cine temprano de Corea. Narra la historia de Yeong-jin, un joven estudiante que es torturado y encarcelado como consecuencia de su afiliación política y su participación en la protesta del 1° de marzo de 1919 en contra de la ocupación japonesa. Al salir de la prisión, vuelve a su casa, donde ahora vive con su padre y su hermana, la cual tiene una relación con un viejo amigo de la infancia. Un día, un colaborador de la policía japonesa intenta violar a la hermana de Yeong-jin, lo que desata una pelea entre su antiguo amigo y el oficial. Mientras esto ocurre, Yeong-jin tiene una visión de una pareja que le pide agua a un hombre en el desierto, cuando éste abraza a la mujer en lugar de darle el agua, Yeong-jin vuelve en sí: ha asesinado al oficial y más oficiales llegan para llevárselo mientras todo el pueblo llora.

Se piensa en Arirang como como unas primeras películas que criticaron la ocupación japonesa de manera contundente. Fue dirigida por Na Woon-gyu, la figura principal en el cine coreano del periodo. Aunque Na tuvo una vida muy corta, realizó una docena de películas y actuó en más de 30, ocupándose a menudo del tema de la invasión. La crítica solía destacar la secuencia metafórica o alegórica del desierto en el momento de la pérdida de consciencia de Yeong-jin. 

Aunque estuvo cerca de no lograr ser exhibida por la censura del gobierno japonés, se sabe que después de todas las proyecciones la gente cantaba Arirang, como un símbolo de resistencia, símbolo que aún hoy une a las dos Coreas. Como la mayoría de las películas de la época, la cinta se considera “perdida” durante la Guerra de Separación. 

 

Un ave en el armario (Nongjungjo, Lee Kyu-seol, 1926)

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Alrededor de 1923, en Corea se comenzaron a crear empresas productoras, las cuales, en su mayoría, desarrollaron películas de género shinpa. Las películas shinpa tenían una alta expectativa comercial tanto por ser melodramas como por representar el choque de la modernidad con la tradición. El término, de hecho, se refiere a una nueva forma teatral comenzada en Japón a raíz de la Restauración Meiji, y que muy pronto tuvo su versión fílmica.

Un ave en el armario, estrenada en 1926, formó parte de las películas shinpa de este periodo. En un tono melodramático y con un mensaje implícito sobre el sufrimiento que padecen las mujeres por las estructuras clasistas y prejuiciosas de la época, narra la  historia de un hombre y una mujer de buen aspecto físico que están enamorados. Lamentablemente, la mujer es vigilada constantemente por su padre, quien no la deja salir de su casa, como si fuera un ave enjaulada. El hombre la busca ansiosamente, pero resulta ser una relación quebrantadora para ambos.

La trama clásica de esta película cobró vida e interés en el público debido a la actuación y dirección de ciertas escenas por parte de Na Woon-gyu, quien logró añadir un tono jocoso a la historia. Adicionalmente, combinó el western y aspectos del judo japonés en las escenas de combate, lo que en el momento fue beneficioso, pero más adelante, cuando Corea se independizó, comenzó a verse como un culto al Imperio Japonés y, por ende, un signo antinacionalista. 

 

Un ferry sin dueño (Imjaeomneun nareutbae, Lee Kyu-hwan, 1932) 

Soo-sam, un conductor de un rickshaw, es encarcelado después de robar dinero para poder pagar los gastos médicos de su esposa. Cuando es liberado, encuentra que su mujer ha tenido un amorío y decide volver a su aldea con su hija. Ahí se vuelve conductor de ferry, hasta que por la construcción de un puente en la localidad pierde su trabajo. El ingeniero encargado de la construcción intenta violar a su hija, lo cual desata la furia de Soo-sam, quien decide destruir el puente pero es arrollado por un tren. Paralelamente, su casa se incendia y su hija muere dentro. El ferry que él conducía se queda sin dueño y es así como termina la película.

Aunque este fue el corte que se proyectó, se sabe que el final incluía a Soo-sam con un hacha dirigiéndose al puente; sin embargo, fue censurado por el gobierno japonés al considerarlo una representación de rebelión clara hacia la ocupación. Es una de las películas más queridas de Na Woon-gyu.

 

La canción de Chun-hyang (Chunhyangjeon, Lee Myeong-woo, 1935)

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Mong-ryong, un joven noble de corazón apacible, se enamora de la famosa Chun-hyang, la chica más bella de un pueblo, quien también es un artista de corazón puro, aunque de una familia humilde. Este amor prohibido produce un matrimonio secreto que es condenado cuando Mong-ryong parte hacia Seúl para acreditarse como funcionario. Su ausencia dura tres años, en los cuales no se oye ninguna noticia de él. Mientras tanto, la llegada de un infame corregidor pone a Chun-hyang en gran peligro cuando se niega a romper su matrimonio.

La película ha sido criticada por sus errores técnicos y la falta de habilidades de actuación del elenco. La técnica de sonido era deficiente, ya que fue la primera película con este elemento en la historia del cine coreano y, a diferencia del cine mudo, se necesitaban equipos avanzados como cámaras insonorizadas, luces silenciosas y un estudio para controlar los ruidos externos, por lo que se tuvo que recurrir al doblaje en postproducción. A pesar de estas deficiencias técnicas, la gente se sorprendió por la imagen con sonido. La canción de Chun-hyang se convirtió en un éxito instantáneo y permaneció en los teatros durante un largo período de tiempo, debido a la fascinación de la gente al escuchar su propio idioma en el cine.

 

O Mong-nyeo (Na Woon-gyu, 1937)

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O Mong-nyeo vive en un pueblo costero con su padre adoptivo, Kim Bong-sa. Cuando unos hombres de su aldea intentan violarla, ella huye hacia el mar y se esconde en un bote. Su padre llega a buscarla, pero para entonces, ya se ha marchado. Quien rema, es un joven marinero que le promete un futuro mejor para los dos, lejos de ahí. El súbito desarraigo, provocado por el peligro, es una de las evocaciones presentes en la última película que Na Woon-gyu filmó antes de morir. Para finales de la década de 1930, el director ya era la figura más importante del cine en Corea. Su conciencia sobre el dolor de su pueblo a causa del dominio japonés toma cuerpo en la migración forzada y el sometimiento de una nación que aspiraba a la libertad. Esta adaptación de una novela del mismo nombre, escrita por Lee Tae-jun, invita a pensar cuál sería ese posible futuro mejor, y si es que en realidad existe uno cuando la autonomía se ve coartada por la iniquidad. 

 

Cine propagandístico japonés

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Juramento por amor (Ai to chikai, Tadashi Imai y Sai Tō, 1945).

Siempre se supo que durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses produjeron películas propagandísticas para los territorios que ocuparon. Por décadas se pensó que las películas habían desaparecido, como la mayor parte del cine japonés anterior a la Guerra, pero a principios de este siglo se encontraron trece largometrajes “coreanos” que han servido para entender el fenómeno en la península, al menos desde la punta del iceberg.

Antes de entrar a detalle a un par de películas, hay que entender que la idea de propaganda japonesa era mucho más sofisticada que la nazi y la estadounidense. A diferencia de la idea generalizada en Occidente de que los mensajes lanzados por los medios son aceptados sin resistencia y en su sentido original por las audiencias, una serie de teorías que hoy se etiqueta bajo el término paraguas de aguja hipodérmica –y que por lo demás, al menos Joseph Goebbels comprobó falsas cuando las audiencias “arias” de El judío eterno (Der ewige Jude, Fritz Hippler, 1940) en vez de asquearse con la gente apelmazada en los guetos se apidaba de ella–, los encargados de la Oficina de Información nipona pensaban que debían “entrenar” a las audiencias y ser amigables con ellas para provocar su colaboración. Con esto en mente, crearon películas que trataban la solidaridad entre japoneses y personas de los territorios bajo su dominio, además del heroísmo de todo el “pueblo” del Imperio más allá de sus diferencias étnicas. Para reforzarlo, utilizaban estrellas locales (mayormente coreanas y chinas…) mientras pudieran hablar la lengua imperial.

En Corea, específicamente, la mayor parte de las películas que nos han llegado fue producida por el estudio Tōhō con personal del Imperio y de la colonia, y resaltan tanto las distancias culturales como el honor compartido. Abordemos dos ejemplos dispares:

El escuadrón suicida de la torre de vigilancia (Bōrō no kesshitai, Tadashi Imai, 1943) sucede en un pueblo de la frontera de Corea y Manchuria en 1935. La acción deriva de que tras capturar a un asesino, éste confiesa que una pandilla de bandidos está esperando que se congele el río Yalu para saquear la aldea. El ataque comienza justo durante el interrogatorio, y el escuadrón que resguarda el paso, conformado tanto por coreanos como por japoneses, está a punto de perder la batalla hasta que llegan refuerzos de todos los sectores del asentamiento de último momento. Al final, la gente del pueblo rinde homenaje a los caídos sin importar sus diferencias, héroes ante una amenaza externa que contuvieron juntos. El mensaje, como puede verse, es claro.

Resulta a la vez más interesante, por oscura, Juramento por amor (Ai to chikai, Tadashi Imai y Choi In-kyu, 1945), la historia de un huérfano coreano, Eiryū, que es adoptado por japoneses y tratado con gran gentileza no sólo por sus padrastros sino también por la comunidad que lo acoge. Agradecido cuando comienza la guerra, se enrola como kamikaze. La idea le viene de que el marido de otra chica adoptada –que además podría ser la hermana con la que perdió contacto debido a su orfandad– entrega la vida, justamente, como héroe kamikaze. Hay un punto complicado de entender al elegir este tipo de pilotos suicidas: que al parecer lo que estaba en juego era el gran honor de entregar la vida por el Emperador, lo que significa que Eiryū no sólo adoptó un nombre japonés –en realidad se trataba de una política de asimilación–, sino también los valores imperiales. 

Choi In-kyu, codirector coreano de la película, apareció bajo el nombre nipón de Sai Tō, en una especie de reflejo del personaje principal. Pero si esta película fuera su avión kamikaze, habría volado lejos con él y, en vez de estrellarlo contra un blanco aliado, hubiera escapado: tras la Liberación filmó ¡Viva la libertad! (Jayu manse, 1946), película clave para entender el periodo siguiente.

 

Redacción: Juliana Avendaño García, Hiram Islas, quien también dirigió la investigación, Grecia Juárez, quien hizo las revisiones, y Abel Muñoz Hénonin.