El cine coreano entre la Liberación y l

El cine coreano entre la Liberación y la Escisión: 1945-53

Por | 29 de abril de 2021

Sección: Historia(s)

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Un nuevo juramento (Saelo-un maengseo, Shin Kyung-kyun, 1947).

Para Corea, la caída del Imperio Japonés significó la liberación apenas en apariencia. Esto porque en cuanto cayeron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la Unión Soviética invadió la península desde el Norte, lo que llevó a Estados Unidos a hacer lo mismo desde el Sur. Durante los años siguientes, el área de influencia de cada una de las potencias fue cambiando, hasta que en 1948 se fijó el límite de cada zona en el paralelo 38. A cada lado del paralelo apareció uno de los dos países que siguen en conflicto hasta el día de hoy. Ambas repúblicas reclamaban Corea entera como su territorio, y las tensiones fueron aumentando hasta provocar la primera escalada bélica de la Guerra Fría.

En cierto modo resulta sorprendente que se haya seguido produciendo cine durante ese periodo, pero Japón dejó las bases para una industria sólida. La mayor parte de las producciones de este momento histórico se perdió, pero existe información sobre algunas. Es notorio que en los casos que elegimos no se hable de las nuevas potencias, aunque sí del trauma colonial. Apenas una de las cintas que aparecen a continuación revela una filiación de izquierda, en cambio el tema dominante es la sensación de tener el destino propio entre las manos y a pesar de los pesares.

Como en la primera parte de esta serie, los títulos son nuestros, ya que ninguna película se exhibió en México. Esta vez, además, no nos fue posible conseguir imágenes de todas las cintas que mencionamos.

 

¡Viva la libertad! (Jayu manse, Choi In-kyu, 1946)

cine coreano tras la liberacion

Choi Han-jung es encarcelado por su activismo independentista, aún así, logra escapar de la prisión buscando refugio en la morada de uno de sus compañeros de lucha. Tiempo después, forma un grupo adeptos a esa corriente política, con quienes se reúne en un sótano a discutir sobre mantenerse en la resistencia frente al Kentepai, la policía militar japonesa, en los años 40. Un accidente lleva a Choi a terminar rodeado por ellos, hasta la caída de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, cuando Corea recibe la independencia tras la rendición del Imperio Japonés. A pesar de la autonomía que había logrado como pueblo, los vestigios de la guerra fueron atroces. 

Estrenada un año después de lo sucedido con las bombas atómicas, y siendo la primera película coreana de la era postjaponesa, tuvo muy buena recepción por parte de los espectadores, debido al vivo sentimiento patriótico que abrazaba el pueblo coreano en el momento. La película ha sido editada tres veces: en producción, durante la Guerra de Corea, y en 1975, cuando fue restaurada. Algunas escenas de las bombas atómicas fueron eliminadas en la segunda edición, durante la Guerra de Corea, se cree que debido a una prohibición ejercida por parte del gobierno estadounidense para favorecer su imagen política. En cualquier caso, todas las versiones dejan la sensación de desasosiego que implica seguir a pesar de todo y contra todo, en una tierra arrasada pero propia.

 

Mi hogar liberado (Hoebangdoen nae gohyang, Jeon Chang-geun, 1947) 

Aunque su aparición en ¡Viva la libertad! es la más aplaudida de su carrera, Jeon Chang-geon dejó la actuación para intentar incursionar como director en la muy lastimada industria cinematográfica de Corea. Pudiera pensarse que sus tendencias se inclinaban hacia el Imperio, debido a que apareció en obras de teatro y algunos otros actos projaponeses, sin embargo, en su debut como director plantea un país unido a pesar de lo que pudiera costar.

En Mi hogar liberado, un joven coreano, que fue reclutado a la fuerza para combatir por Japón, es liberado después de que la Guerra termina, por lo que puede regresar a su país de origen. Su primera parada es Seúl, donde intenta tener éxito, pero su intento se ve frustrado por la falta de trabajo, por lo cual pasa constantemente hambre y tiene que dormir la mayoría de las veces en la calle. Un día, resignado, decide dejar la ciudad para regresar al pequeño pueblo donde creció, ahí acepta que la mejor alternativa es dedicar su vida al trabajo rural.

 

Un nuevo juramento (Saelo-un maengseo, Shin Kyung-kyun, 1947) 

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En el presente, Un nuevo juramento es mayormente conocida por tratarse del debut de la actriz Choi Eun-hee, una de la estrellas más grandes del cine coreano, y una de las protagonistas, contra su voluntad, de uno de los momentos más oscuros de la historia del cine (lo abordaremos cuando nos ocupemos de Corea del Norte). Recientemente, la película se reconoce también por ser el primer guion de Park Nam-ok, quien más tarde sería la primera directora coreana. Pero en su contexto histórico, resulta interesantísima porque muestra la penetración de las ideas comunistas en la península, desde su lado más amable.

Tres jóvenes regresan a su pueblo después de pasar por el servicio militar obligatorio estipulado por el Imperio Japonés. Conscientes del retraso de su comunidad pesquera, unen fuerzas con las muchachas del pueblo para superar el rezago inevitable y la injusticia arraigada. La asociación de la nueva generación, sin ningún distingo, para luchar contra el pasado moral anquilosado y activar la modernización técnica, es un tópico de la propaganda soviética, aquí inserto en la ficción. Lo interesante, en cualquier caso, es que Corea no era sólo un campo político-militar en pugna entre superpotencias, sino que, cuando menos en este caso, el cine coreano dejaba entrever tensiones ideológicas extrafílmicas.

 

Nolbu y Heungbu (Nolbu-wa Heungbu, Lee Gyeong-seon, 1950)

cine coreano tras la liberacion

En algunos casos, la fantasía permite que la compasión y los buenos sentimientos se antepongan ante las dificultades económicas. Los maniqueísmos funcionan para dejar una lección clara: los obstáculos son pasajeros para quienes son bondadosos, mientras que las personas crueles inevitablemente tendrán un futuro desgraciado, donde sus propios resentimientos las castigarán. No hay lugar para matices. 

En su primera película, Lee Gyeong-seon cuenta la historia de dos hermanos completamente diferentes: Heungbu, compasivo y amable, está inmerso en la escasez económica; por su parte, Nolbu posee más bienes materiales, pero es envidioso y despiadado, al grado de expulsar a su propio hermano del hogar donde crecieron. Un día, Heungbu se encuentra con una golondrina herida y cuida de ella hasta que puede retomar el vuelo. Un año después, el ave le regala una semilla de la que brotan calabazas con tesoros en su interior. Ante la fortuna de su hermano, Nolbu se enferma de rabia.

La película es la adaptación de una historia oral infantil tradicional y muy popular, quizás por eso fue una de las dos únicas películas coreanas que vendieron 100,000 entradas en Seúl, el año de su estreno. Con esta película, Lee Gyeong-seon pasó de ser actor a director y adaptador. Además, fue el primer trabajo de una figura clave en la historia de la música de Corea: Kim Seong-tae.

 

Redacción: Juliana Avendaño García, Hiram Islas, quien también dirigió la investigación,  Abel Muñoz Hénonin y Vanessa Villegas. Revisiones: Grecia Juárez.