La comedia neo-con

La comedia neo-con

Por | 21 de marzo de 2018

Todo mal (Issa López, 2018)

Durante años la queja de muchos productores fue que los distribuidores y/o exhibidores poco o nada apoyaban al cine mexicano. En su momento, por una ley aprobada en el sexenio de Miguel Alemán (1952-58), existió la obligación de exhibir películas nacionales en al menos cincuenta por ciento de las pantallas. Nunca se logró. No por los distribuidores ni por la corrupta cadena de exhibición que fue la Compañía Operadora de Teatros, S. A. (COTSA), sino porque simplemente la producción, al ser excesiva, descuidada, anárquica, alcanzó para cumplir con hasta el 38 por ciento del tiempo en pantalla. Eso excesivo se tradujo en que de cien films en promedio producidos, al menos 65 eran de baja calidad, unos veinte más o menos regulares y del resto sólo uno que otro valía la pena. No por nada cuajó el término “churros” acuñado por el productor Mauricio de la Serna allá por los 1940, al referirse al grueso de la producción nacional.

De un tiempo a la fecha, cuando el espectador visita una sala comercial, se topa con que las cortinillas de las poderosas cadenas de exhibición incluyen la promoción abundante de cine mexicano. Recientemente, debido a la “temporada de premios”, se conminaba al respetable a “premiar” una película nacional viéndola. Actores con sonrisas artificiales, algunos desconocidos para el espectador promedio, en un artificial escenario, tenían la puntada de decirle directo al espectador que está “nominado” para ver tal o cual película, alguna de inminente estreno protagonizada por el personaje en cuestión.

Esta promoción es creativa. Sin duda. El recurso de usar la cortinilla, por lo visto forzosa para que el público identifique en qué cine está; cuál debe frecuentar en futuras visitas, implica la constante presencia del tema (“Vea cine mexicano”). Aparentemente con ello, igual que lo hiciera el célebre Pavlov con su perro, el público guardará en el inconsciente esa “necesidad” de no perderse por nada del mundo cualquier película mexicana –o todas como codiciosamente en algún momento se insistió. Se busca con ello un doble fin: prefabricar éxitos nacionales y “educar” al inculto público en el consumo de un producto que se supone lo representa y tiene al menos la mínima calidad para identificarse con él. Sin embargo, el asunto no está funcionando.

Según la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE), el público mexicano, en proporción al total del primer bimestre, tuvo un ascenso de asistentes del 16.5 al 18.3%, impulsado por los 3.2 millones de almas que vieron La boda de Valientita. Suena bien, sólo que el resultado total de la taquilla nacional el año pasado decreció en espectadores un 29.1% y en ingresos en taquilla un 27.1%.

Resultado natural si se considera que 2017 inició con una comedia convencional como Hazlo como hombre (Nicolás López, 2017) y que este año se repitió la dosis con La boda de Valientita.

La película que le siguió a ésta fue precisamente Cómplices (Luis Eduardo Reyes, 2018). Oooootra comedia babosa sobre un sesentón que se cree galán treintón –o chavorruco– y decide fugarse con su sobrino adolescente y enseñarle a ser su cómplice en los ligues que harán en la playa. El humorismo siempre de segunda, con abundancia de estereotipos y lugares comunes, no es muy diferente de una previa, Lo más sencillo es complicarlo todo (René Bueno, 2017), donde una veinteañera sintiéndose prepúber decide ligarse al treintón de su cuasi hermano llevándose de cómplice a su amiguita regordeta al ligue en la playa.

Esto lleva a que un sector del público, en efecto, asista a ver cintas mexicanas pero para usarlas de botana («¿Ya viste el churrazo de…?», «N’hombre, ¿cómo crees?», «No, no, pérate, ¡te cuento!»… «¿Así de mala?», «Tienes que verla para creerla», «Mejor paso»).

Considerando que la promoción institucional con las cortinillas en los cines es, en realidad, propaganda en pro del cine mexicano, ello ha creado, a su vez, una contrapropaganda, que, por lo visto, está logrando que el público decline asistir a ver cine hecho en México. La mítica fe en el “boca en boca” es ahora eficaz antipromoción. Para lograr convencer a un espectador de que vaya a ver una película medianamente buena se necesita que reciba diez “recomendaciones”, no sólo personales sino por diversos medios. El efecto contrario se consigue con una sola antirrecomendación, y aquí sí, mientras más personal, más eficaz. Considerando que el grueso de espectadores sólo asiste casi tres veces por año, prefieren no gastar en una mala película; lo confirma el declive en el porcentaje de taquilla. Algo natural ante los resultados de un cine estancado en la repetición de un esquema de sexycomedia 1980 pero sin sexo ni desnudos. Así que los “nominados” a ver cine mexicano ya saben que Todo mal va, gracias a las neoconservadoras comedias pseudorrománticas y ultraconvencionales.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.