Trás-os-Montes

Trás-os-Montes

Por | 3 de marzo de 2018

Era acaso 1975, pero podía haber sido 1911 o 1832 en la región portuguesa de Trás-os-Montes, próxima a la frontera española con Galicia y con Castilla, y lejanísima de la capital de Portugal, Lisboa, que cuelga al sur de esa especie de carita continental formada por la península ibérica al filo del inmenso Atlántico. Geográficamente Trás-os-Montes no es una isla, pero como algunas islas parece vivir en un ritmo propio, denso, como suspendida en su atmósfera amarillenta de trigos y viñedos ocultos de la acción del tiempo. La inundan los ruidos intermitentes de los cencerros ­y los campanarios, y las voces de las personas de apariencia meditabunda que merodean los campos irrigados de caminos viejos. Es un escenario concentrado de un Portugal estático, la resonancia tenue de un pasado medieval.

Fue probablemente la peculiar fantasmagoría de un sitio como aquél la que atrajo al poeta portuense António Reis –más conocido por su trabajo como precursor del Novo Cinema portugués que por una interesante obra poética asentada sobre lo cotidiano– y a la psicóloga Margarida Cordeiro (esposa de Reis) a sumergirse en la inmutable ruralidad de los pueblos del Alto Duero a través de un cine bastante poco convencional. Porque si ésta, Trás-os-Montes (1976), la película más reconocida de la dupla, ha sido definida por muchos como un documental, es necesario dejar en claro que la naturaleza de su registro va mucho más allá de esa forma cinematográfica. Es cierto, la cámara se adentra en los hogares de los habitantes y captura sus problemas cotidianos, la fascinación de los niños por los juegos simples o la preocupación de mujeres que tienen que arreglárselas solas ante la ausencia de maridos que han migrado al extranjero o viven fuera, en cercanos pueblos mineros donde triunfa la tragedia y el hacinamiento; pero a esa primera capa descriptiva –en efecto documental– Reis (Valadares, 1927-Lisboa, 1991) y Cordeiro (Mogadouro, 1938) han añadido un mundo sensorial que trasciende a lo inmediatamente visible (o escuchable), una poética hecha de palabras y versos superpuestos capaces de transportarnos, a su vez, a un pasado cuyos ecos no dejan de habitar el aire milenario del Duero y de convivir con sus habitantes: un antiquísimo decreto del rey Alfonso III (siglo XIV) sobre la región; las declaraciones de un pobre habitante del medioevo sobre la injusticia y la indefensión política de una región siempre castigada y melancólica; la ensoñación de un par de niños acaso perdidos en el laberinto temporal de esos pueblos suspendidos. Trás-os-Montes está poblado por fantasmas.

A propósito de Trás-os-Montes, Jean Rouch, el icónico cineasta etnográfico que influiría en la Nueva Ola Francesa y cuyos filmes –etnoficciones, según él mismo– servirían como referencias directas para diferentes movimientos donde la forma documental tendría un papel fundamental –incluyendo, por supuesto, el Novo Cinema–, escribiría en una carta dedicada a António Reis el año del estreno de la película: «Nunca, que yo sepa, un realizador se había empeñado con tal obstinación en la expresión cinematográfica de una región: la difícil comunión entre hombres, paisajes y estaciones. Sólo un poeta podría desarrollar un producto tan inquietante».


Gustavo E. Ramírez Carrasco es editor en el Departamento de Publicaciones y Medios de la Cineteca Nacional. Contribuyó con un estudio sobre la obra de Pedro González Rubio al libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Documental (2014). @gustavorami_