Anomalisa
Por Israel León Fájer | 12 de febrero de 2016
«¿Me recuerdas tu nombre?» es la típica pregunta que te hacen cuando pides un café en Starbucks sin importar si es la primera o la centésima vez que lo visitas. ¿¡Por qué lo recordarías después de tantos ventis descafeinados, deslactosados, desapasionados que me has cobrado a lo largo de tu existencia!? ¿De verdad crees que me trago el cuento de que soy tu cliente consentido? Lo peor del caso es que a la mayoría de la gente esa amabilidad impuesta y maniquea le hace el día, la hace sentir especial, un poco menos masa de lo habitual.
Anomalisa (Charlie Kaufman y Duke Johnson, 2015) presenta un escenario que aborda de cierta manera lo anterior. ¿Qué mejor que depositarlo en marionetas, en objetos que hacen las veces de humanos, para hablar del vacío que experimentamos hoy en día? Sorpresivamente, los títeres animados cuadro por cuadro, entre los pliegues de su piel imperfecta y sus miradas profundas, resultan tener más vida que muchas de las personas que habitan este planeta.
La historia aborda temas como la soledad, el individualismo, la rutina, el vacío existencial –nada raro para las historias de Kaufman. Michael Stone (David Thewlis) va por la vida como un zombi. Vive en un mundo en el que todos hablan igual (Tom Noonan le presta su voz a todos) y es difícil encontrar algo o alguien extraordinario por lo que valga la pena volver a empezar. Es entonces cuando conoce a Lisa (Jennifer Jason Leigh), una mujer insegura y torpe que le parece perfecta para regresar a la vida –y lo hace. Ambos comparten unas cuantas horas de placer, diversión, intimidad y hasta fragilidad: una noche humana –demasiado humana y demasiado buena para ser verdad– hasta que los demonios persecutorios de Michael lo perturban al amanecer y vuelve a su insoportable levedad.
Los personajes con los que el protagonista interactúa son en su mayoría proveedores de servicios: un taxista, un recepcionista, un mesero, etc. Su hostilidad resulta violenta ante las sonrisas de sus interlocutores; pero, si nos detenemos un segundo a pensarlo, ellos son amables porque es su trabajo y él lo sabe. La relación está condicionada de la misma manera que su hijo condiciona el amor de su padre a través de un juguete: una transacción pseudoafectiva que termina siendo enteramente monetaria, desdibujando las buenas intenciones que podría haber detrás de esas sonrisas. Un mundo donde la hospitalidad es moneda de cambio más que un gesto de empatía. Una reflexión ante el mercantilismo de los afectos donde, al parecer, siempre y cuando nos personalicen el vaso con nuestro nombre todo estará bien.
Israel León Fájer reflexiona sobre el cine en su blog personal nyxbox.blogspot.com desde 2008. Ha colaborado en revistas como Obras, PICNIC y libertimento.com.mx. Imparte clases en la Universidad Iberoamericana y alterna su práctica artística entre el cine y el teatro.
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