La región salvaje

La región salvaje

Por | 1 de febrero de 2018

La región salvaje es quizás el largometraje mejor logrado en la de por sí concisa carrera del director Amat Escalante. Haciendo eco al brutal realismo social de sus filmes Los bastardos (2008) y Heli (2013), Escalante (Barcelona, 1979) ofrece una radiografía de la violencia cotidiana y de género que azota al México contemporáneo. Como en Heli, donde ofreció un retrato intimista de la guerra contra el narco, aquí Escalante recurre a tomas sencillas y diálogos escuetos para mostrarnos la cotidianidad de una familia lacerada por el atropello. Sin embargo, La región salvaje (2016) es un filme atípico que utiliza las convenciones de distintos géneros para moldear una experiencia sensorial y emotiva imborrable. Es lo mismo una disección freudiana de personajes que enfrentan a sus deseos que una finísima película de ciencia ficción y una muestra de lo mejor del cine de horror con tintes autorales –pensemos en Anticristo (Antichrist, 2009) de Lars von Trier y sus paisajes nublados, sus almas en pena; pensemos en Posesión (Possession, 1981) de Andrzej Żuławski, influencia declarada de Escalante–. La región salvaje es un filme de fluidos y los géneros corren como arroyos que desembocan en un mar deslumbrante. Digo que es un filme de fluidos porque son los motivantes de la trama.

Sangre, semen, orina, fluidos vaginales, saliva. Los ríos de la vida y el tiempo.

La trama es un pentágono romántico y carnal que involucra a un matrimonio (Ángel y Alejandra), Fabián (hermano de Alejandra), la enigmática Verónica y un extraterrestre de tentáculos insaciables que llega a la Tierra en un meteorito. La trama es tan estrambótica como la realidad actual del México trágico en que mujeres son asesinadas impunemente, se descubren fosas masivas y las cabezas ruedan por pistas de baile. Cuando Verónica, esclava y cómplice sexual del extraterrestre, busca a un nuevo juguete para su amante, se involucra en la vida de Fabián, Alejandra y Ángel, y sus fluidos toman cuerpo.

Ahí está la orina, ese contacto diario con nuestra naturaleza animal. El hijo del matrimonio orina sobre un juguete inflable en una fiesta infantil, horrorizando a los defensores de las buenas costumbres. Ángel orina frente a Fabián y frente a Alejandra en dos momentos de total vulnerabilidad. La orina fluye como el semen y los fluidos vaginales, fluye al inicio del tiempo, al origen del mundo que en La región salvaje es una cabaña en medio del bosque el alberga al extraterrestre, dador de placer y de muerte. El hoyo que deja el meteorito es testigo de orgasmos humanos y orgías animales (la escena de varias especies copulando es de una hermosura desconcertante).

El semen fluye enardecido del pene de Ángel al cuerpo de Fabián y viceversa, y de Ángel a Alejandra en un coito aburrido, derrotado por la cotidianidad. Los fluidos vaginales lubrican a Alejandra y Verónica cuando son penetradas por los tentáculos henchidos del extraterrestre, acto que hace eco a la pornografía japonesa que involucra pulpos y mujeres. La saliva lubrica las bocas de todos los adultos cuando engullen lenguas, miembros y tentáculos. Al final, parece decir Escalante, gana lo animal, lo primario. Un extraterrestre lujurioso y asesino es tan probable en el México de hoy como las muertas de Juárez, los decapitados, los cadáveres pozoleados y las redes de corrupción que tejen la psique nacional.


Aquí se puede ver una discusión alrededor de la película que el autor mantuvo con, Alexandra Heller-Nichols, editora de Senses of Cinema, y Spiros Economopoulos, programador de cine del Centro Australiano de las Imágenes en Movimiento (Austalian Centre for the Moving Image, ACMI) en la sede de esta institución.


César Albarrán Torres es catedrático e investigador en la Swinburne University of Technology en Melbourne, Australia. Es crítico de cine y fue el editor fundador del portal de la revista Cine PREMIERE. @viscount_wombat