Ideas sobre La libertad del Diablo

Ideas sobre La libertad del Diablo

Por | 13 de diciembre de 2017

“Fuerza letal” es una de las nociones predilectas del vocabulario militar, como muestra La libertad del Diablo. Aunque por sí misma parezca ciega, la potencia de la fuerza letal puede rentabilizarse en tanto gradiente de eficiencia. Eso es lo que hacen las máquinas de guerra, permeadas por la economía y articulando fuerzas destructivas que atraviesan estructuras gubernamentales, corporaciones y milicias paraestatales. Aplicar “fuerza letal” es romper con el ejercicio del gobierno (la conducción de todo aspecto de la vida) y ejercer su contraparte, la soberanía, es decir, la capacidad de dar la muerte.

Para el cristianismo y la economía secular (aquello que hace a los estados gobiernos y no reinos), las acciones parten siempre del libre albedrío. Un título como La libertad del Diablo (Everardo González, 2017) nos lleva a preguntarnos por la peculiar libertad que es pensable a partir del ser más distante de Dios y por cómo la acción humana participa de ella. Si la divinidad y los humanos deberían compartir el atributo de la bondad la posibilidad de que las instituciones divinas y humanas ejerzan la administración de la muerte puede sólo atribuirse al dominio del Diablo, es decir, al olvido de Dios. Justificar dicha empresa habría de ser posible sólo en ocasiones excepcionales, bajo la prerrogativa de la consecución de un bien mayor. Por ello, los territorios donde lucrar con la muerte es norma, suelen ser enmarcados en las nociones de estado de excepción o Estado fallido . Dichas categorías son análogas a la sentencia que estipula que el mal del mundo proviene de la libertad del Diablo.

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«La vida en Ciudad Juárez llegó a costar $200, pero hay muertes que se cobran en $50,000», cuenta un sicario entrevistado en el documental. El dinero cobrado circulará primero por subterfugios de la economía, sin figurar en registros de Hacienda ni ser de dominio público, aun cuando todos hablemos de ello. Serán, no obstante, parte de algún reportaje o estadística que llamará a recomponer el Estado, concediéndole ser garante de la supervivencia humana. Destinados a medir la eficiencia de la producción de la vida, dichos informes omitirán que la economía, en su proyecto de administración total (de articulación plenamente eficiente del mundo), también dirige la destrucción, siempre que ésta se valorice. En algunos territorios las ganancias que brinda la aniquilación son tan grandes que desplazan a la producción en tanto foco primordial de la economía: el capital como potencia destructiva. Es la maquinaria bélica, apropiada por la economía, maquinaria que como bien nos mostraron Gilles Deleuze y Félix Guattari, no consta únicamente de objetos. [1]

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Un precio puede significar aniquilación de la vida humana. El necropoder (la administración de la muerte), reina cuando la aniquilación se ha mercantilizado y el valor de la vida humana es potencialmente nulo, mientras el exterminio adquiere precio. El precio, potencialmente, borra el rostro de alguien en una cadena de aniquilación. Esta desrostrificación enlaza muy bien con la presentación de todos los personajes que aparecen en el documental, a quienes se les cubre el rostro para entrevistarlos. Con máscaras idénticas, todo testimonio cobra, a la vez, matices de lo singular y lo indistinto. Un close up con sonido diegético (un encuadre de retrato) no es suficiente para anclarnos en el terreno de la identidad personal, gracias a este recurso. Y esta disipación de la identidad (de la atomización social) resulta tremendamente apropiada, pues si algo caracteriza la administración de la muerte es el encubrimiento, el anonimato. Con excepción del castigo ejemplar y sus cadáveres-trofeo, no hay identidad ni rostro del militar o del sicario. No en el ámbito público. Uno es eclipsado por la uniformidad del pelotón; el otro, por encubrimiento y disimulo. Dar la muerte es una de las pocas acciones por las que el sujeto moderno no busca reconocimiento. Por ello, un «Me pararon» o «Me preguntaron» impersonales son enunciados comunes en los testimonios de las supervivientes de la maquinaria bélica. En este documental, quien emite estos enunciados refiere al hacerlo a la policía. Sin embargo, a la luz del testimonio, pesa más la acción que quienes la realizan. Estamos en el terreno de la eficacia. Poco parece importar su procedencia. Sin embargo, al interior de cuerpos de combate, narraciones que públicamente han de ser encubiertas tejen un rumor que, para compañeros y enemigos, es una marca de prestigio. El sicario se transforma en seudónimo, alusión, leyenda . «Soy chacal con calavera» u «Otra raya al tigre» parecen construir un relato que no puede ser expresado en registros oficiales. En un mundo donde sólo ciertas ejecuciones son permitidas, los asesinatos construyen una fama sombría, que transita de boca en boca.

El futuro también parece incierto dentro de las necrorredes, cuyos integrantes, antes que planes parecen aguardar cierta forma de justicia: su propio ajusticiamiento, ya que «El que a hierro mata, a hierro muere». Dicha premonición parece recalcarnos la conexión entre economía y cálculo, cuya jurisdicción muchas veces atraviesa la frontera entre la vida y la muerte. Un incentivo y una orden son los puntos de partida que logran desatar la muerte, a pesar de (o bien, gracias a) el derecho. Por ello, el temor más grande proviene siempre de las decisiones tomadas por “Los Jefes”, que acaban, directa o indirectamente, por jerarquía o economía, ejerciendo y administrando la soberanía. Un policía federal retirado declara en pantalla su mayor miedo: «Que me entreguen los comandantes». Otro desertor, esta vez, del ejército mexicano, nos dice que «Es un asco ser militar», tras relatarnos su vida que discurrió en estado de excepción. Por ello, vivió entre amenazas: «Si te atreves a desertar del ejército, te vamos a buscar», «No hay vacantes». Y es que, en territorios de muerte, reclutamiento mercantil, reclutamiento voluntario y reclutamiento forzado se cruzan. También la índole de las corporaciones y sus métodos. En el Norte, se nos cuenta, la policía muchas veces prefería ejecutar y entregar. Nos cuenta alguien, que las razones son múltiples, pues priman tanto el miedo como el desprecio hacia los batallones enemigos. Los bandos y los métodos cambian. Lo que no se modifica es que, en cualquier batallón, se obedece a alguna autoridad.

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Descifrar la publicidad del asesinato, sus modos de aparición y encubrimiento, requiere un esfuerzo mayúsculo. Se necesita explicitar las operaciones y redes que la permiten, entendiendo que las más efectivas suelen ser las de estructura vertical. ¿Cómo la economía permite hacer efectiva la erradicación de personas asesinadas y desaparecidas? ¿Qué tan evidentes pueden ser sus operaciones? «Órdenes son órdenes», la máxima que posibilita la estructura del “comando” es muy semejante a «A deal is a deal». Son sentencias básicas en el mundo del business, del ministerio y del honor. Pero, si tanto la economía de la salvación cristiana como el Estado moderno afirman ser fuerzas de defensa y purificación de la vida, parecen faltarnos figuras y conceptos para asir la producción de la muerte “en sentido extramoral” y más allá de la supuesta ausencia de ley. El recurso de ocultar el rostro de las personas entrevistadas refuerza, al casi eliminar la expresión facial, la fuerza oral de los testimonios. De ellos emerge un signo común: el vocabulario católico. ¿Dicho vocabulario sirve para pensar cómo se administra la muerte, cotidianidad de la periferia de la metrópolis? Y, más importante aun, ¿nos sirve para vivir en un tiempo de muerte inminente? En ese sentido, ¿el cristianismo es más efectivo que la noción de necropoder de Achille Mbembe?[2]

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Como mencionamos arriba, en La libertad del Diablo encontramos testimonios anormales. No sólo por situarse en la frontera de la rostrificación, sino por presentarse en el cine y no en una instancia comunitaria o judicial. Surgen preguntas: ¿dar rostro a quien no lo tiene, o retratar la falta de rostro?, ¿por qué tomar esa decisión en una sala de cine? ¿Qué efectúa la aparición de un rostro y qué permite el anonimato? ¿Qué apariciones y voces transitan por el cine contemporáneo y cuál es nuestra relación con ellas? Y la pregunta más importante: ¿Por qué al final de la película se decide mostrarnos __________?


[1] Cf. Gilles Deleuze y Féliz Guattari, “Tratado de nomadología: La máquina de guerra”, en Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, Valencia, 2010.

[2] Cf. Achille Mbeme, Necropolítica, Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2011.


Gaëlle Emilia estudia en la Facultad de Filosofía y Letras. También es artista visual