Antiporno
Por Ana Laura Pérez Flores | 23 de noviembre de 2017
¿Sigue habiendo lugar para el porno en el mundo del cine? La pregunta se complejiza en tiempos de internet, de descargas en línea, cámaras de celulares, Snapchat y servicios de streaming. Lo pornográfico se reconfigura en función de la mutación de las maneras de ver y de vivir el deseo. ¿Invertir industrialmente en el porno sigue siendo redituable? Parece que lo único que ha sobrevivido a estas transiciones –con algunas excepciones explícitamente subversivas como las corrientes de porno feminista– es la relación entre la mirada masculina y la mujer-objeto. Si existe una nostalgia por el porno de antes es formal.
Hace 45 años, Nikkatsu, compañía japonesa fundada en 1912, recurrió a la producción de un cine erótico accesible como solución al declive económico causado por la televisión. Cintas cortas –de menos de hora y media–, producidas en un plazo de una semana, con escenas sexuales o desnudos femeninos aproximadamente cada diez minutos. Durante casi dos décadas, la solución fue redituable dejando más de mil cintas donde cabía todo tipo de propuestas radicales. Plataforma para cineastas emergentes y faceta particularmente fascinante del amplísimo espectro del cine nipón, este género fue llamado roman porno –nombre que podría aludir tanto a la novela en francés como al romance– y recientemente ha sido retomado en un homenaje encargado a cinco cineastas, entre los que Sion Sono parece un infiltrado que se sostiene por sus elementos para criticarlo.
Antiporno (Anchiporuno, 2016) se rebela sin romper una sola de las reglas. La primera parte, que se desarrolla enteramente en el departamento de Kyōko, sigue el hilo del monólogo de una mujer que vive para ser vista y deseada en sus propios términos, con el poder que esto conlleva. Es infeliz y lo enuncia claramente mientras se refleja en pedazos de un espejo roto tirados en el piso de su baño. Sus palabras erráticas atraviesan zonas provocadoras, emocionales y escatológicas sin más transición que su movimiento por el espacio.
Poco a poco se irán sumando más personajes –todos femeninos– que llevarán a cabo distintas dinámicas de abuso hasta revelar, al fin, que se encuentran en un set de filmación. Es entonces cuando el orden de las cosas se invierte, la abusadora está en la posición más vulnerable de todas en el mundo extrafílmico –un comentario que puede ser trasladado a distintos ámbitos, desde el más inmediato que es la industria porno, hasta la industria cinematográfica y de entretenimiento, o el lugar de la mujer no sólo en Japón, sino frente a una mirada masculina dominante mundialmente.
Sion Sono (Toyokawa, 1961) puede ser muchas cosas, pero jamás mesurado. Antiporno se alimenta tanto del roman porno como del estilo del director para apuntar a una infinidad de lugares distintos: la represión del deseo femenino, la dicotomía entre vírgenes y putas, la hipocresía en el conservadurismo, el duelo, el show business, el mundo del arte y la postura del artista, la sociedad japonesa… todo desde el lugar de una mujer que se muestra ambivalente en función del entorno donde está inserta. El bombardeo de elementos conforma una crítica cuya lectura, de por sí sencilla, es envuelta con moñito y todo en un epílogo tan explicativo que termina pareciendo una última carcajada de Sono. Una superficialidad de la imagen del deseo-artificio que, sin embargo, adquiere un sentido ineludible en los últimos instantes donde la mujer suplica desesperadamente por una salida.
Ana Laura Pérez Flores es licenciada en Comunicación Social por la UAM-X y coordinadora editorial de Icónica. @ay_ana_laura
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