Made in Mecsicou: La antimoda antidocume

Made in Mecsicou: La antimoda antidocumental

Por | 18 de septiembre de 2017

The Artist Is Absent: A Short Film On Martin Margiela (Alison Chernik, 2015)

En el Anuario Estadístico aparece una gran producción, aparentemente diversa, de documentales. Pero su exhibición se limita a festivalitos y cosas así. No llegan a cartelera comercial porque en efecto, los distribuidores no ven ahí negocio.

La sobreproducción confirma una auténtica abundancia de recursos (68 supuestas producciones entre 2014-2016; o sea, de estrenarse una por semana, llenarían más de un año en cartelera), para un mercado cinematográfico sobresaturado donde el documental no es comercial. Menos cuando se exhiben demasiadas películas (prácticamente cuatro estrenos a la semana, más de 200 al año; súmesele a ello muestras, festivales, semanas dedicadas a un tema, etc.) y los canales de exhibición alternativos aún no se saben explotar a cabalidad (televisión, cable, internet).

¿De verdad hay público para tantos documentales? ¿Existen espectadores que semana a semana consumirían un documental supuestamente diferente? ¿Cuántos de los que se producen responden a la moda del antidocumental, o sea, visiones muy personales, sin rigor, ni propuesta mayor que ir filmando por filmar temas que pueden o no interesar al público?

La producción enfrenta el problema mayúsculo de no exhibirse. Y el malo es el distribuidor, el exhibidor. O ese traidor: el público. Nadie se pregunta si la abundante producción merece exhibirse. El criterio dominante es cuantitativo. Demasiadas producciones que es imposible ver. Así que habría que hacer un criterio cualitativo. Desde antes de entrar a producción, por supuesto. Porque muchos documentales no responden preguntas elementales sobre personajes o situaciones que presentan (que el creador da por sentadas sin considerar que el espectador no estuvo a su lado dirigiendo la cinta).

En todas las cinematografías hay películas que no llegan a la sala de cine. Se van al video o a otros canales tratando de no perder dinero. Lo cierto es que muchas de esas propuestas son de baja calidad y nulo interés. Y pierden su inversión, obviamente. Es por esto que urgiría hacer una evaluación de contenidos y estilos de muchos documentales que parecen hechos tan sólo para consumo limitadísimo y efímero (de diez documentales que viera un espectador promedio, ¿cuántos recordaría un año después?).

Asimismo, hay que analizar si lo que se produce interesa a un público más amplio que la comunidad que consume documentales, los que sólo “aparecen” –porque no se estrenan al tener funciones constreñidas a días y horarios específicos– en acontecimientos como Ambulante y similares (una suerte de Corona Capital de documentales: saturar días enteros con cuantas propuestas haya en plan «si-no-la- viste,-ni-modo,-te-las-perdiste»).

Parte del problema está en el auge de eso que se llama “documental creativo”, que deja suelto el tema, a veces demasiado personal, como no tomando partido, simplemente presentándolo, a veces con estilo entre descuidado y desdeñoso, casi sugiriéndole al público que sea él quien lo edite para que saque sus propias conclusiones.

Esta tendencia, el antidocumental, equivale a la antimoda (véase el estilo minimalista impuesto por Junya Watanabe, Rei Kawakubo, Ann Demeulemeester, Helmut Lang, Jean-Paul Gaultier y tantos otros: un frío desdén deliberado convertido en algo dizque “ligero”, “atractivo”, que rompe con lo “tradicional”; qué asco: portar literalmente trapos que se vuelven Tendencia, siempre cambiante por multiforme).

Si aplicamos lo anterior al documental, en efecto, responde éste a una moda sobre el individualismo que rehúsa abordar sus temáticas con el rigor de una investigación. Se rigen por una constante improvisación, sujeta al criterio del director-creador, satisfecho con presentar la camiseta rota y no el conjunto completo del traje. Igual que la antimoda.

Parece que basta elegir personajes, seguirlos por días y seleccionar no lo más significativo sino a veces lo más pretencioso o lo más vacuo. Dándole cierto énfasis a lo que parece entrañable sin serlo. Esto por supuesto distancia al hipotético espectador, que instintivamente rechaza el tema, el estilo, el “vestido” completo que se le presenta.

Otro tema también contamina profundamente esto. El creador es hoy el crítico de su obra. Por eso no hay películas malas. Tampoco buenas. Sólo “necesarias”, “importantes”, “urgentes”. ¡Geniales! Una mentira. No hay entrevista, conferencia, o lo que sea, donde el creador hable de su obra con distancia o pida al público la evalúe. De inicio existe una opinión autocomplaciente, narcisista. Aunque la crítica es independiente, hasta cierto punto, el creador establece parámetros de autoelogio (léase “críticos”) para promocionar su cinta. Que no sorprenda que, ante la suma de factores de la antimoda antidocumental, no existan espectadores para ver tan ingente producción.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.