Lo negro del negro bosque

Lo negro del negro bosque

Por | 25 de julio de 2017

Después de Lucía (Michel Franco, 2012)

No está de más insistir en el tema. Aunque en el Anuario Cinema México 2016 se habla de cifras globales invertidas en la producción de cine nacional, nunca, ni de broma, se desglosan los costos específicos de cada película. Ni tampoco, pero por supuesto, en caso de estrenarse, cuánto dinero generan individualmente.

Esta opacidad en las cifras es interesante: a la larga revela un enorme problema estructural en el cine mexicano. Hay que analizar, entre las pocas que revelan sus costos, dos casos emblemáticos. Ambos clara antítesis de lo que sucede actualmente.

La cinta Heli (2013) de Amat Escalante, revela que costó un millón de dólares. Para nuestro país, tal cantidad es una fortuna. Nadie podría hipotecar su casa o departamento para producir esta cinta. Sin embargo, es una de alta calidad que obtuvo premios importantes en Cannes, como mejor director en 2013. Pero de acuerdo a la misma fuente, no del todo confiable, se ignora cuánto ingresó en taquilla.

Caso contrario es No se aceptan devoluciones (2013), debut en la dirección de largometrajes de Eugenio Derbez: tuvo una inversión de cinco millones de dólares. O sea, costó cinco veces más que Heli. En su taquilla mundial juntó 99 millones, 67 mil, 206 dólares. Lo que significa que fue un negociazo. Y de los buenos, porque recuperó casi 20 veces su inversión.

El estándar de la industria, a nivel mundial, en cifras que por supuesto nunca son precisas –siempre hay un pudor obsceno respecto a los ingresos y egresos en la producción cinematográfica–, establece que, para que sea rentable, la cinta debe obtener una taquilla que cuando menos quintuplique la inversión original. Esto por la forma en que se reparten los ingresos entre distribuidores, exhibidores y, al final, productores.

En términos sencillos, significa que por cada dólar invertido hay que tener un espectador que pagará un boleto más o menos equivalente a tres o cuatro dólares en México y a quince en Estados Unidos.

Así que una película mexicana, en promedio, requiere un millón de espectadores. Al decir de las cifras disponibles en la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE), tras más de ocho semanas de exhibición en noviembre de 2013, No se aceptan devoluciones había acumulado 600 millones, 348 mil, 680 pesos. Un total de 15 millones, 190 mil, 728 espectadores la vieron. Para ese momento, pues, con la pura taquilla nacional ya había hecho buen negocio: ingresó el triple de espectadores necesarios.

Curiosamente, la misma CANACINE en sus recuentos históricos no menciona cuántos espectadores sumó el otro caso aquí analizado, Heli. Tampoco, por ejemplo, hay nada de los films de Carlos Reygadas, Post tenebras lux (2012), Batalla en el cielo (2005) y Luz silenciosa (Stellet Licht, 2007). Ni tampoco aparece registrado un film como Tenemos la carne (Emiliano Rocha Minter, 2015). ¿Sólo se considera cierto número hacia arriba de espectadores? Si son pocos, ¿no se cree pertinente hacer un recuento? ¿Cuánto es lo mínimo para que entre una cinta en las estadísticas? Al no existir contabilidad de espectadores y taquilla, ¿quiere decir que no tuvo siquiera los mínimos espectadores –qué será, diez mil–, para incluirla en su histórico?

Pero buscándole, por ejemplo, una cinta como Después de Lucía (Michel Franco, 2012), que también obtuvo un premio importante en Cannes, en su última semana de exhibición en noviembre de 2012, tenía acumulados 27 millones, 627 mil, 259 pesos; con 671 mil 526 espectadores. Aunque no hay cifra disponible de su costo, puede considerarse como una cinta económica en el rango de que se produciría con un millón de dólares. Así que no hizo negocio: le faltaron espectadores, casi 400 mil.

El tema es interesante. La Cámara exclusivamente hace recuentos de taquilla exitosa. Se rige con la lógica del Top 10. El hecho de que no aparezcan muchas películas mexicanas, implica que hay una cifra negra, indefinible, sobre cómo les fue a todas las exhibidas en cartelera comercial, y sólo confirma que las pocas que entran al recuento sí son rentables, dando la ilusión de que, en consecuencia, todo el cine mexicano lo es. La Cámara siempre es optimista, nunca realista.

Esto dificulta cimentar una industria saludable: porque no hay claridad en las cifras y sí un sesgo fundamental que se plantea como único valor: la taquilla. Pero con enorme opacidad. Lo que deforma el resto de la producción. Si lo que se busca es el éxito, ¿no deberían producirse menos películas? Y si se busca calidad, ¿no debería existir un diagnóstico sobre el número mínimo de espectadores necesarios? Este criterio dual (taquilla vs. oscuridad) impide ver qué más hay en un bosque (¿de verdad existe?) donde sólo unos cuantos árboles aparecen iluminados. Los otros no.


José Felipe Coria es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.