Paterson
Por Carlos RgóCarolina Reyes | 13 de julio de 2017
Sección: Crítica
Directores: Jim Jarmusch
I
Carolina Reyes
¿De dónde atenazar la polisémica Paterson? Designa una ciudad en Nueva Jersey, un poema de William Carlos Williams y, recientemente, ha devenido filme de Jim Jarmusch y nombre del protagonista del mismo. Paterson, la película, entendida desde su lexicografía, incorpora palmariamente sus acepciones previas. Ambas convergerán en la génesis del personaje, un chofer de autobús que recorre la localidad en cuestión y escribe poemas en sus ratos de ocio.
En Paterson (1946-58), el poema de Williams, aparece un verso que tiene cariz de axioma estético: «La vulgaridad sobrepasa toda perfección». Declaración de principios y recuento historiográfico, porque ahí se sintetiza parte de la producción poética norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Durante este periodo, las connotaciones de lo vulgar (entendido como mundano) se alteraron: de la nada a lo laudable. Así, poéticas como la de Williams incorporaron el habla y las locuciones consuetudinarias, el registro de las cosas que, de tan cotidianas, pasaban inadvertidas. Estos visos temáticos y formales se impostarían en un tono intimista. Yo sobre yo.
En Paterson (2016), filme, lo anterior se despachará mediante la ocupación del protagonista: trivial, a botepronto; cargada de simbolismo cuando se mira de cerca. Paterson recorre la ciudad homónima todos los días. Dicho de otro modo: Paterson se recorre a diario. Así, la travesía se incorpora como oficio y modo de vida. La trayectoria patersoniana es bicéfala. Hay un itinerario demarcado por el empleo como conductor y otro esbozado a partir de la condición de poeta. Al modo de su admirado Williams, Paterson hallará el detonante de su poesía en su habitualidad: una caja de cerillos, la convivencia con su esposa. Por contagio, Jarmusch (Akron, 1953) lo retratará mediante planos y secuencias iterativos, acaso porque recrear la rutina es, también, un modo de reconstruir la intimidad. Paterson iniciará en los tonos del homónimo, pero su solfeo habrá de llevarlo más allá: de la candorosa sencillez de sus poemas iniciales a escritos con imágenes más sofisticadas (“Glow”). Habrá de topar con pared hacia el final, cuando una situación ordinaria descoloque la trayectoria alcanzada para entonces. No importa: este juglar acabará por descubrir que lo bueno de los recorridos es que siempre (y casi desde cualquier punto) se puede recomenzar. Como el escritor ante la página en blanco.
II
Carlos Rgó
Adam Driver maneja un autobús en Paterson, Nueva Jersey, para adjudicarse el rol de poeta de la mano de Jarmusch, que hoy tiene 64 años y un historial de películas donde nos ha frotado los ojos con el fantasma de Elvis, nos ha golpeado con las flores rotas de Bill Murray o interpelado con la garganta ronca de Tom Waits. En Paterson, Jarmusch filma la quietud de un hombre que maneja un autobús y que disfruta escribir. Nos invita a mirar la potencia de la supuesta página en blanco y un estómago satisfecho. «Supuesta» porque en cada blanco hay una gama de posibilidades virtuales, listas para expresar las inquietudes del poeta; como lo mostró en Los límites del control (The Limits of Control, 2009) con la obra Gran sábana (1968) del pintor español Antoni Tàpies y la fuerza del personaje principal que canalizaba sus pasos dentro de un museo para después cumplir varias tareas.
Paterson encuentra sitios para una narrativa de acción poética, que lo mismo aparece en una lavandería, como en la boca de un perro que ataca a la letra fija sobre el papel. Este último gesto de Jarmusch nos invita a pensar que cualquier palabra escrita –o la forma de las oraciones– fue impuesta al hombre primitivo por la naturaleza misma. Recordemos que la palabra fue inicialmente gesto, y un componente complejo de un gesto corporal, que se refiere tanto a la mímica como a los gestos de la cara. Un contacto de fuerza y movimiento que es representado en una mano que teje líneas sobre alguna superficie. En Paterson, la película, se reconocen las cualidades que le dieron comienzo al gesto, que luego deviene palabra pero nunca es su destino. Sin el afán de inmortalizar sus palabras, para Paterson, el personaje principal, las metáforas se superponen como estratos geológicos, guiños y entonaciones que vienen de otros personajes. Jarmusch «habla no con ideas sino a través de los objetos» para asegurarle al estómago algo que importa en su universo icónico: el gusto viene de saborearse, de saber y sabor, de probar con los sentidos a las cosas y luego, en este caso, llevarlas al plano cinematográfico, a la degustación, como lo ha hecho en tantos años de gestos y sabores, café y cigarrillos, para que sus personajes logren mantenerse con vida a través de la rutina.
Carolina Reyes estudió Letras Hispánicas en la UAM-I. Es editora y ha colaborado con La Peste y Tierra Adentro.
Carlos Rgó es programador en cine La Mina, en Guanajuato capital, y colaborador en el área editorial de FICUNAM.
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