Maquinaria Panamericana

Maquinaria Panamericana

Por | 8 de junio de 2017

Sección: Crítica

En el inicio de Maquinaria Panamericana (2016) se nos presentan las instalaciones de una fábrica de maquinaria para la construcción —la misma que da nombre al filme— mientras conocemos la dinámica laboral que reina en su interior. Oficinas que parecen tumbas. Un microecosistema abigarrado, atrapado en el tiempo, en donde las conversaciones suenan como frases de calendario y los rituales de conducta del buen empleado se repiten hasta el hartazgo. Un espacio que carga con décadas de historia, pero al que la vida ha abandonado hace mucho. Lugar al que, irónicamente, el inesperado suicidio del dueño, Don Alejandro, trae vida de vuelta.

La cinta, opera prima de Joaquín del Paso (Ciudad de México, 1986), recrea la decadencia de un sistema en el que los trabajadores empeñan sus vidas a sus empleadores y narra la historia de un grupo de ellos que, ante la perspectiva del desempleo, el temor a tener que insertarse en un mundo laboral que se mueve ahora con otros ritmos, y motivados por un gerente que pareciera más un orador motivacional, decide ocultar la muerte del patriarca y tomar el control de la empresa en sus manos. Utopía de un día, en el que se ponen a prueba los intereses personales frente de los colectivos y que hace relucir la verdadera personalidad de cada uno. El mundo exterior, siempre presente en forma de autos en constante ir y venir tras la valla, sigue su curso habitual, anunciando que el encantamiento ocurre sólo en el interior de la empresa.

Encadenando a través del sonido una secuencia tras otra, el film se desliza lentamente por los acontecimientos: la desaparición de la formalidad obligada los hace interactuar de formas nuevas e incluso divertirse. Sin embargo, la búsqueda de culpables y el aumento de la desesperación hacen desmoronar las buenas intenciones y lo que parecía una celebración dionisiaca termina convertido en un escenario desastroso en donde los límites de lo moralmente correcto se distorsionan. La estética, que alude a la década de los 70, enfatiza el aire anacrónico de sus vidas. Nunca queda claro si el tiempo dentro de ese lugar ha sido congelado o por el contrario la historia está ubicada en un periodo pasado al nuestro, pero esa indeterminación ahonda en el contraste de las circunstancias laborales antaño y las actuales, mostrando el drama de tener un trabajo hoy.

Entre tractores y herramientas la película ilustra a los empleados de abajo, carne de cañón de la economía actual sin muchas otras opciones que introducirse cuanto antes en empresas similares, esperando resolver de esa forma, como ocurría antes, preocupaciones como las de seguros sociales, servicios de salud y pensiones para el futuro, garantías cada vez menos frecuentes en la oferta laboral, obligándolos a decidir entre la pretensión de estabilidad económica o sus intereses personales.

«Disfruta el pánico que es tener la vida por delante» recita en el altavoz el gerente para motivar a sus empleados a tener una jornada laboral productiva y enriquecedora, pero anunciando también la voracidad disfrazada de la lógica empresarial que pretende usar a su favor la incertidumbre económica en la que vive el grueso de la población. La cinta desmantela así la idealización que aún pervive de estos espacios de trabajo, paraísos de la nostalgia por el bienestar económico.


Eduardo Cruz es ilustrador independiente y coeditor de la revista Correspondencias: Cine y pensamiento. Ha colaborado con el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), la gira de documentales Ambulante y la revista Crash.mx.