Quebranto

Quebranto

Por | 1 de julio de 2013

Quebranto pareciera desarrollarse en dos líneas distintas, aunque una derivada de la otra: en primera instancia la mirada se enfoca en Coral, transexual que vive con su madre, Lilia, en el centro de la ciudad de México. Olvidándose –al menos en un inicio– de poner a su personaje principal a hablar frente a la cámara, Roberto Fiesco la capta en un momento que se antoja como trivial: lavando y tendiendo ropa en la azotea de su edificio. Coral hace sus labores domésticas, pero también saca a pasear a su perro, y más tarde monta una coreografía que una quinceañera bailará en su fiesta.

Esta cercanía, que permite explorar los espacios públicos y privados de la protagonista, ofrece un lugar privilegiado a su madre. Doña Lilia charla con su hija de manera natural, se levanta de la cama y externa los dolores que siente en las articulaciones, expresa su sorpresa al despertarse tan tarde, apura a su hija porque ambas tienen que salir a un compromiso importante como si no supiera que existe un artefacto que está registrando todos sus movimientos. Y es precisamente la señora Lilia, quien en su papel de mamá, recuerda la infancia de su hija y junto con ella regresa al lugar en donde descubrió que tenía talento, sólo que entonces no era Coral, sino Fernando y era un excelente imitador del cantante Raphael.

Quebranto (Roberto Fiesco y Julián Hernández, 2013) extiende así su línea narrativa y deja de ser un relato en presente para volver su mirada al pasado, aquél cuando Coral era Fernando y más tarde Pinolito, un niño actor que logró un papel importante en la que es quizá, la mejor película de Jorge Fons: el episodio Caridad, de Fe, Esperanza y Caridad (1974). El travelling –ese movimiento que Fiesco (ciudad de México, 1972) ha elegido para desvelar a lugares y personajes– sirve justo en este momento de la historia para que el director ponga en escena uno de los momentos más logrados del filme: aquél en donde vemos que Coral camina desesperada por las calles del Centro Histórico de la ciudad de México. Esta imagen no es sino la recreación de una de las escenas de Caridad, en donde Katy Jurado camina esas mismas calles. Fiesco ha decidido montar intercaladamente una con otra, de este modo, Coral y Katy encarnan a esta mujer que desesperada, busca el lugar en donde tendrá que realizar interminables trámites burocráticos. Si en la versión original una voz en off recitaba dichos trámites, ahora es el mismo Jorge Fons quien ocupa el lugar del narrador extradiegético, y explica no sólo la naturaleza del aquél personaje a quien le han matado al marido, sino también la dura relación que Jurado tuvo con Pinolito, que interpretó a su hijo.

De este modo Quebranto es también una especie de homenaje al cine, a aquellos años en los que Lilia y su hijo buscaron oportunidades y las encontraron, porque así como Coral cuenta su experiencia con Fons, su madre hace lo propio al recordar las distintas veces que ha estado bajo las órdenes de Felipe Cazals.

El mérito del director en su primer largometraje no es pequeño: logra contar fluidamente las dos líneas narrativas que componen la vida de Coral Bonelli, además de integrar también la historia de Lilia sin que ésta se sienta fuera de lugar. Pero más allá de las virtudes del guión –realizado en colaboración con el también cineasta Julián Hernández (ciudad de México, 1972)–, las cualidades de Quebranto son visibles –y de manera excepcional– en la puesta en escena, porque Fiesco ha evitado las obviedades del género documental (cabezas parlantes, entrevistas testimoniales) para dar paso al montaje de escenas que complementan de manera gozosa las personalidades de sus protagonistas. De este modo, unas escaleras y un pasillo se convierten en el escenario en donde tiene lugar un de los momentos más memorables –y esperados– del filme, uno donde el pasado y el presente de Coral se unen gracias a la visión de un director que posee una sensibilidad especial para acercarse a su objetivo, además de creatividad para sacar lo mejor de éste.

 

Este texto se publicó originalmente en la primera etapa de Icónica (número 5, verano 2013, p. 50) y se reproduce con autorización de la Cineteca Nacional.


Rebeca Jiménez Calero es crítica de cine y profesora en la carrera de Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México.