Sergio Huidobro, comunicólogo y escritor, es candidato a maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Formó parte del programa Berlinale Talents Press 2016 del Festival Internacional de Cine de Berlín. Recientemente fue incluido en la antología Dos amantes furtivos: Cine y teatro en México (2015).
Tangerine
Por Sergio Huidobro | 7 de abril de 2016
Una de las evocaciones más nítidas de Los Ángeles está en dos sentencias de Christopher Hitchens: «Ante todo, sinsentidos, engaño, egolatría. Todos ahí creen que serán jóvenes y hermosos para siempre, sin importar que no hayan sido jóvenes ni hermosos nunca». La acidez de una afirmación como esa no encuentra traducciones fáciles hacia lo audiovisual. Una ciudad como L.A. es cima o es abismo: arriba, un fraccionamiento de Beverly Hills; abajo, un burdel provisional, en el patio de atrás de una gasolinera de Santa Mónica. Sean Baker (Nueva York, 1971) entiende aquello de lo que habla Hitchens; su intimidad creativa con la ciudad es, en buena medida, el flujo que sostiene su quinto largometraje, Tangerine: Chicas fabulosas (Tangerine, 2015), presentado en el Festival Sundance y actualmente en cartelera mexicana.
Aunque escrito y estructurado alrededor de los códigos del buddy film, pero también del relato clásico de venganza y la narrativa pulp o hardboiled, el guión de Baker y Chris Bergoch desmonta y subvierte sus propias fuentes mediante una mezcla indefinible de excentricidad y humanismo. Tangerine sigue a Sin-Dee Rella (Kitana Kiki Rodríguez) y Alexandra (Mya Taylor), amigas transgénero y sexoservidoras de Santa Mónica, mientras la primera busca a su novio y padrote para castigar su rumorada infidelidad con otra prostituta, «una real, con vagina y todo eso». En un relato paralelo, Razmik (Karren Karagulian), un taxista armenio y cliente habitual del barrio, busca a Alexandra para contratar su servicio mientras una galería esperpéntica de personajes suben y bajan de su taxi. Los tres personajes se encuentran y desencuentran a lo largo de un día y a través de las barriadas angelinas. Es 24 de diciembre. La Nochebuena se anuncia como presagio.
Tangerine está filmada por completo con tres teléfonos adaptados a lentes anamórficos. Fuera de la relativa novedad de esta decisión –ya en 2011, Olive con Gena Rowlands y el mediometraje Paranmanjang de Park Chan-wook habían sido producidas con teléfonos–, son los resultados formales, derivados de este esquema de producción, los que ameritan atención. Tangerine plantea modelos contrahegemónicos en al menos dos direcciones: el primero es la simbiosis de métodos de trabajo del documental con otros propios de la ficción. Rodríguez y Taylor, antiguas sexoservidoras de la zona, desarrollan arcos dramáticos convincentes para sus personajes que, lejos de interpretarse-a-sí-mismas, son resultado de un escrupuloso trabajo de investigación y entrevistas. El resultado, de una meticulosa visualidad pop, no es un docudrama sino una ficción de una transparencia y honestidad inusuales.
El segundo quiebre está en la feroz dignidad y respeto con la que Baker retrata y sigue a sus personajes, todos ellos marginales y ambivalentes, impredecibles y alérgicos al arquetipo. A contrapelo de retratos clásicos de la prostitución gay –Perdidos en la noche (1969) o Mi camino de sueños (1991)–, Tangerine no intenta el lirismo a través de la miseria ni la victimización, sino algo más radical: la intuición de que si la fraternidad pervive, entonces habita ahí, al fondo, en los traspatios sucios del capitalismo salvaje.
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